Salud: una cuestión de criterios Salud: una cuestión de criterios
Dr. David Julián Jarma
Doctor en Medicina y Cirugía Presidente del Consejo Médico
En nuestro país se habla desde hace décadas de la crisis de la salud. Y tal aseveración es real. Tan real que han reaparecido las enfermedades de la pobreza, que los hospitales públicos no dan abasto para dar respuesta a la demanda médica. Tan real, como la insatisfacción de los afiliados a las obras sociales, donde los criterios economicistas suplen a los criterios médicos. Como la impotencia de los médicos ante los sistemas que afectan la dignidad profesional.
En la mayoría de los casos, tanto los discursos oficiales basados en las promesas, como el discurso opositor sustentado en el reclamo, se suceden repitiéndose, sin que logremos superar esa crisis de larga data. Así, la excepcionalidad que importa una situación de crisis, se convirtió en una normalidad dramática.
Esta realidad estanca estos discursos repetidos, ha llevado y lleva a muchos a la desesperanza, que se manifiesta en algunos en la resignación de que ningún cambio es posible; en otros, a la búsqueda de salidas individuales que no siempre se logran, que se postergan y que llevan al descreimiento generalizado.
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En momentos de encrucijada nada resulta más aleccionador que mirar hacia atrás, no para un retorno imposible al pasado, sino como acicate, como necesario aprendizaje para encarar el presente e insinuar el futuro.
¿Por qué la salud está en crisis permanente? ¿Es posible una alternativa de salud distinta? ¿Por qué fracasan las políticas que se impulsan, incluso muchas de ellas con buena intención? ¿Alguna vez se dio una política de salud más equitativa, más justa, más abarcadora que la actual?
Un modelo exitoso
Salvo los mezquinos de espíritu, más allá de cualquier cosmovisión política o ideológica, pueden negar a la luz de la historia, que el período que va de 1946 a 1954, marca un hito fundamental en la salud pública argentina.
El país venía de los efectos perniciosos de lo que se llamó con justeza la “década infame”’, con sus manifestaciones de corrupción, de grandes negociados y de impunidad, de empobrecimiento y de decadencia moral de la dirigencia política y social. Es el tiempo que la agudeza de Scalabrini Ortiz, definía como la “del hombre que está solo y espera”.
Sin embargo,en aquella Argentina devastada por las políticas de la década infame, en medio de esa realidad adversa se logra, no obstante, asumir la crisis y actuar con inteligencia y convicción. Así, se consiguen erradicar enfermedades como el paludismo, el tifus, el cólera, que causaban estragos en la población. Se pone en marcha una política de salud, con base en la prevención, desde donde se impulsa la realización de campañas masivas de vacunación, se amplía la red hospitalaria del sector público, se introducen los conceptos de atención primaria y se consolida la figura de los médicos clínicos, como expresión de una medicina centrada en la idea integral del hombre y en el concepto de bien social de la salud.
Esta política sanitaria basada en un fuerte contenido social no es algo aislado. Por el contrario es elevada a política de Estado, a través de su integración a los planes quinquenales, conjugándola con una estrategia, con un proyecto de país. Aquellos contenidos precursores que nosotros olvidamos, son el sustento hoy de las pocas experiencias sanitarias exitosas que se destacan en el mundo. Hoy, muchos de esos conceptos reaparecen en los discursos sobre salud pública, pero disociados de sus fundamentos, divorciados de la cosmovisión que los sustentaban. Después de transitar caminos erráticos se vuelve a hablar de la importancia de la prevención, de la atención primaria, de los médicos generalistas, pero los resultados, los frutos, son exiguos.
La idea de Carrillo
¿Cuáles eran los fundamentos donde se asentaban aquellas políticas sociales exitosas? La respuesta implica el reconocimiento al pensamiento de uno de los principales protagonistas de su aplicación. Me refiero, sin duda, a ese gran médico santiagueño que fue Ramón Carrillo, ministro de Salud de la Nación entre 1946 y 1954, quien afirmaba que frente a la pobreza, frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios como causa de enfermedades son unas “pobres causas”, partiendo de este modo del punto original de cualquier propuesta: la asunción de la realidad. Cuenta la anécdota, que Carrillo llega al ministerio por los efectos de un gesto de negación. Se relata que en un acto político en Santiago del Estero, en la retreta de la Plaza Libertad, el candidato presidencial -el entonces Coronel Juan Domingo Perón- mira con atención a un hombre del público que meneaba ostensiblemente su cabeza, expresando un silencioso no, ante cada aseveración de uno de los oradores que anunciaba lo que se iba a hacer en el ámbito de la salud. Intrigado Perón por la fuerza del gesto, lo convoca a conversar, preguntándole por su evidente desaprobación. Y Carrillo, apenas conocido hasta ese momento para el político, le dice que los anuncios hablan de construir hospitales para curar enfermos y que él pensaba que el desafío era concretar una política que tuviera como objetivo “lograr que no haya enfermos”.
Las condiciones de salud
Lograr ese objetivo significaba que no podía haber una mirada exclusivamente sanitaria, separada de la realidad económica, social y cultural de la sociedad, sino que implicaba participar de un proyecto de desarrollo basado en la justicia social, en la inclusión de los postergados, en el fácil acceso a la atención médica, en la vivienda digna, en la vida sana, en la igualdad de oportunidades, en el mejoramiento de las condiciones de vida.
Y eso era posible sólo si se entendía a la salud como un derecho ciudadano y al Estado como el responsable de asegurarlo. Carrillo planteaba con lucidez que no podía haber una política sanitaria si no había como marco conceptual un proyecto de política social. Y, a su vez, que “no hay una política social sin una economía organizada en beneficio de la mayoría”.
Sus palabras no pueden ser más claras: “El hombre está rodeado por un círculo, el microcosmos, al que corresponde la medicina asistencial; a su vez, en otro círculo, que es el ambiente físico inmediato, el mesocosmos, al que corresponde la medicina sanitaria, y, todo encerrado o involucrado en un círculo concéntrico más amplio, que es el ámbito social al que atañen los factores indirectos de las enfermedades, que corresponden a la medicina social. (...) La medicina sanitaria tiene como objetivo el tratamiento del ámbito biofísico, es decir los factores directos de las enfermedades y también los indirectos, como la ignorancia, la alimentación insuficiente o deficiente, la vivienda, el trabajo en condiciones inadecuadas o insalubres (...). La medicina sanitaria es defensiva y profiláctica; en cambio la medicina social es, naturalmente, por esencia, de carácter preventivo (...). Pero hay una forma más avanzada, más nueva aún, que constituiría un cuarto círculo concéntrico y que está relacionada con la pedagogía, que tiene por objeto perfeccionar la salud, que es activa, dinámica (...). Esta es la medicina del porvenir porque tiene el más profundo e integral sentido humano”.
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Cuando falta este sustento ideológico, las palabras que vuelven en los discursos y que prometen retornar a las fuentes se tornan inocuas. Hace falta prestar más atención a los consejos de Carrillo, para asegurar la igualdad en el acceso a las prestaciones, la equidad en la asignación de recursos y la difusión y promoción del autocuidado de la persona.
Se debe resolver la contradicción entre la concepción de salud como un bien social y la concepción de salud como un producto de mercado, entre la prevalencia de los criterios médicos o la prevalencia de los intereses económicos, entre los intereses sociales o la subsistencia de los sistemas parasitarios de gerenciamiento.
Cuando logremos recuperar los fundamentos sociales de una política sanitaria habrá más esperanza de un cambio que proteja al ciudadano y que dignifique al médico y que exista en nuestro país el derecho colectivo a la salud.
Carrillo murió, pobre y perseguido, en su forzado exilio político en Brasil, en 1956.
La salud es una cuestión de criterios.
Ojalá que algún día optemos por Carrillo.