El desafío de transformar la educación: ¿misión imposible? El desafío de transformar la educación: ¿misión imposible?
Uno de los peores enemigos de la educación es la automatización pedagógica. Esto significa seguir haciendo cosas que sabemos debemos dejar de hacer, o que se podrían mejorar. Esa inercia, la de seguir atados al pasado, no nos permite soltar amarras. No nos permite avanzar en educación. Ya lo decía John Keynes: “La mayor dificultad del mundo no es lograr que la gente acepte las nuevas ideas, sino conseguir que se olviden de las antiguas”.
Para darles a los alumnos una educación que esté en línea con estos tiempos, debemos repensar la educación. Les comparto ocho espacios de intervención para poder repensar la escuela. Si bien podemos y debemos considerar otros espacios, creo que estos ocho nos brindan un buen punto de partida.
Ahora bien, cada aula en cada rincón del país es diferente. Las necesidades y particularidades varían de norte a sur y de este a oeste. No es fácil transformar la educación con aulas superpobladas, con escasos recursos, problemas de infraestructura, sueldos magros, con falta de recurso humano y todas las falencias que sabemos existen. Pero para transformar la educación, debemos pensar que es posible. Existe una diferencia entre buscar la perfección y buscar la excelencia. Al desafiar la inercia, y avanzar, aunque sea con pequeños pasos, estaremos caminando hacia adelante, y al mirar atrás, podremos ver cambios significativos, que nos impulsarán a seguir avanzando.
1) La matriz curricular
Si queremos armar una matriz curricular adecuada al mundo de hoy debemos preguntarnos qué enseñar y para qué enseñar. Existe una brecha entre qué enseñamos y qué necesitan aprender nuestros alumnos hoy. Los alumnos deben encontrar el material a aprender relevante y lógico. Si no, no le prestan atención. Cada vez que un alumno se aburre, perdemos una oportunidad para que aprenda. Esto no significa que las clases deban ser divertidas o entretenidas, pero sí que el contenido debe ser interesante y significativo. Los objetivos entre el docente y los alumnos deben estar alineados, y de esto se trata una clase relevante.
2) La matriz didáctica
Existe, además, una brecha entre cómo estamos enseñando y cómo necesitan aprender nuestros alumnos. Nuestros alumnos tienen estímulos permanentes. La velocidad con la que se manejan es asombrosa. Con tantos distractores, limitarse a estar sentado escuchando al docente ya no representa el mejor escenario para poder aprender.
Los docentes que siguen enseñando como ellos aprendieron, enseñan para un mundo que ya no existe y, por lo tanto, resulta imperioso generar las condiciones que les permitan llegar a sus alumnos de manera más eficiente, facilitando el aprendizaje y la retención a través de aprendizajes activos.
Como hemos dicho, ya no se trata de transmitir contenidos, sino, como docentes, de ayudar a los alumnos a fusionar el contenido, a aplicarlo, a manipularlo, a hacer algo con ese contenido- a ponerlo en acción. De eso se tratan los aprendizajes activos: menos foco en el docente y más foco en el aprendizaje.
Hoy, la información está disponible a un clic de distancia. La educación tradicional contempla a un docente dictando una clase expositiva delante de un pizarrón y a alumnos memorizando textos, lo que claramente hoy no motiva ni involucra a la mayoría de los alumnos. El docente ya no es la única fuente de conocimiento; la información ya no está concentrada en un solo lugar. El alumno aprende un poco en un video, otro poco, a través de intercambios con sus compañeros, otro poco leyendo o inclusive jugando- es decir va asimilando pequeñas dosis de información en diferentes medios. Gracias a la educación ubicua el alumno aprende lo que quiere, cuando quiere, donde quiere, como quiere. Debemos dejar de enseñar en serie y comenzar a enseñar en serio. En aulas tan heterogéneas, ¿tiene sentido seguir enseñando de forma homogénea? Los alumnos aprenden cuando están motivados por aprender, no cuando nosotros queremos que lo hagan. Por otro lado, la tecnología nos permite hoy llegar a otros alumnos de los rincones más remotos del planeta. Incentivar la comunicación global será un valor agregado más que interesante para nuestros alumnos. Cuando el docente va innovando e integra tecnología a sus clases con un sentido pedagógico, estas se vuelven más dinámicas e interesantes. Sin embargo, no podemos seguir hablando de alumnos con conectividad y alumnos sin conectividad. Esta pandemia nos demostró que la conectividad hoy debe ser un bien esencial, garantizado. La tecnología no es la solución, pero es una gran oportunidad.
3) El clima en el aula
Pensar es complicado. No podemos pensar si creemos que alguien nos va a poner en ridículo o simplemente no le interesa escucharnos. O si pensamos que, tal vez, otros podrían contestar mejor o no estar de acuerdo con nosotros. ¡Hay que animarse a pensar! Por eso, debemos hablar de aulas sanas, con ausencia de amenaza. Los mejores aprendizajes se producen en aulas sanas. Si un alumno tiene miedo de que lo expongan, de que se burlen de él o lo humillen, ¿cómo va a poder desplegar todo su potencial creativo?
Debemos fomentar aulas sanas en donde podamos naturalizar y desdramatizar el cometer errores y en donde ningún alumno pueda interferir con el aprendizaje de un compañero.
Aprendizaje y emociones van de la mano. Cuando la cultura institucional no promueve un ambiente seguro, tanto desde lo físico como desde lo emocional, se rompe el compromiso de los alumnos con el proceso de aprendizaje. Debemos generar contextos educativos que brinden seguridad y tranquilidad y brindar oportunidades para que los alumnos puedan ir manejando y mejorando su actitud frente al estrés. La conexión emocional viene primero. Sin seguridad emocional, no hay aprendizaje.
4) La capacitación docente
¿Podemos tener metas académicas ambiciosas para los alumnos sin que los docentes tengan metas ambiciosas para ellos mismos? Seguramente, no. El sistema educativo no puede mejorar sin buenos docentes. Muchísimos docentes carecen de una formación inicial sólida, muchos otro no cuentan con un sistema de apoyo en su etapa profesional inicial, ni con instancias de capacitación continua. De hecho, muchas iniciativas en relación a la innovación en el aula fallan justamente porque los docentes no cuentan con instancias de perfeccionamiento o acompañamiento.
Cada año, los docentes debemos ser mejores que el año anterior. Pero, para poder formarse, los docentes deben poder disfrutar de compartir esta pasión por aprender. Platón ya lo decía: “La mayor parte de la instrucción es que a uno le recuerden las cosas que ya sabía”.
Desafiar la inercia es esencial. Muchos docentes se sienten cómodos o seguros enseñando como ellos aprendieron. El único problema es que los alumnos cambiaron y no podemos llegar a ellos como nuestros docentes llegaban a nosotros.
Sentir curiosidad por nuevos enfoques y nuevos recursos redundará en un nuevo desafío que los acercará más a la pasión, a veces perdida por muchos docentes. La tecnología ya no es sinónimo de innovación. Es el medio para llegar a la información y al contenido. La tecnología es eficiente para que nosotros seamos más eficientes. Hoy, ir a un congreso, asistir a un taller o leer un libro ya nos son las únicas formas de capacitación disponibles. Las redes sociales nos ofrecen diferentes opciones para estar interconectados con otros docentes y otras miradas. Hoy no se capacita quien no quiere. Si queremos mejores docentes, necesitamos mejorar la formación profesional inicial, ofrecer más y mejor apoyo, estimular el deseo continuo de mejorar, e implementar programas de desarrollo profesional que promuevan el fortalecimiento del rol docente. Nadie crece de manera sostenida de casualidad.
5) Una educación más integral
Muchas escuelas se concentran en las habilidades cognitivas, dejando de lado aspectos socioemocionales que van a jugar a favor o en contra de nuestros alumnos en el futuro. Los programas de aprendizaje socioemocional en el aula tienen un impacto positivo sobre el clima escolar y promueven una serie de beneficios académicos, sociales y emocionales que los prepara para el futuro éxito académico, laboral o profesional. Los alumnos deben saber qué se espera de ellos tanto a nivel académico como social en el aula. La autonomía y la autorregulación pasan a ser habilidades esenciales para el estudiante, quien debe aprender el oficio de ser alumno.
Pero además, la educación emocional se desarrolla también a través de las propuestas pedagógicas en el aula. Cuando los alumnos producen contenido, por ejemplo, a través de blogs, podcasts u otras herramientas digitales, están utilizando no sólo habilidades cognitivas, sino también una serie de habilidades que los van a ayudar en su futuro: la creatividad, la innovación, el trabajo en equipo, la comunicación, la paciencia, la tolerancia, la responsabilidad, el compromiso, la concentración, la resolución de problemas, la coordinación, la atención y la autodisciplina, por nombrar algunas. Necesitamos dejar de ver con mala cara a las mal llamadas “materias relleno”. Incorporar el arte en la educación es fundamental. Esto no significa una hora de arte en la semana, únicamente. Significa hacerlo de manera interdisciplinaria. A través de una partida de ajedrez, por ejemplo, se ponen en juego la atención, la anticipación, la planificación, la paciencia, la resiliencia, la estrategia, el manejo de la frustración, el manejo de la impulsividad, entre otras. Todas habilidades esenciales hoy en día.
Con la música no buscamos músicos. Con el arte no buscamos artistas. La educación artística es para todos, porque un buen programa de arte promueve la creatividad, la innovación, la concentración, la resolución de problemas, la coordinación, la atención y la auto-disciplina, entre otras habilidades. Habilidades que tienen el potencial de cambiar vidas.
6) Los espacios de aprendizaje
Cambiar la matriz didáctica de la escuela implica cambiar el diseño de las aulas. No podemos seguir tomando al alumno como un elemento pasivo del aula (sentado derecho, mirando para adelante y sin hablar). Debemos ponerlo en el centro de la escena. El aprendizaje no es un deporte para espectadores. El docente, a su vez, tiene que estar en condiciones de moverse dentro del aula y, a su vez, conectarse mejor con los alumnos (brindarles más miradas, una palmada en el hombro, etcétera). El diseño de los espacios de aprendizaje puede mejorar notablemente el rendimiento de los alumnos. Hay que generar espacios versátiles de encuentro y de exploración, con la integración de herramientas tecnológicas. Pero para esto, debemos anticiparnos en función de nuestros objetivos y diseñar estos espacios, no simplemente decorarlos. Es decir, si lo que en realidad queremos es que los alumnos prueben, experimenten, exploren, descubran, interactúen, ¿qué tipo de espacios, muebles y sectores deberíamos tener en las aulas?
Estos cambios, tan necesarios, son muy difíciles de imaginar en las aulas del hoy, superpobladas, en donde el espacio escasea. Necesitamos repensar y rediseñar las aulas, no solo desde sus dimensiones, sino también desde su diseño integral. El ambiente tiene que considerarse como un espacio para promover oportunidades de aprendizaje.
7) El bienestar docente
Todos sabemos que el rol docente es clave para mejorar los resultados académicos de los alumnos. Sin embargo, nadie puede llenar una taza cuando la suya está vacía. Los magros sueldos, sumado a condiciones de trabajo inadecuadas, y muchas veces la falta de apoyo, desmotiva a los docentes. La palabra karoshi significa ‘muerto por exceso de trabajo’ y, aunque parezca una leyenda urbana, es un fenómeno social reconocido en Japón desde 1987, cuando el Ministerio de Salud empezó a recopilar estadísticas. Un docente cansado, desencantado, desmotivado, o angustiado porque no le alcanza el sueldo o no está a gusto con las condiciones laborales, es un docente que no puede pensar con claridad ni desplegar toda su creatividad. El burnout o síndrome de desgaste emocional es un estado de agotamiento emocional, mental y físico, causado por un excesivo y prolongado estrés. Los estudios muestran que a mayor estrés en los docentes, mayor estrés en los alumnos. Debemos trabajar seriamente en el bienestar emocional, social, físico, espiritual y cognitivo de los docentes. Al hablar de calidad de vida en la institución, nos referimos a que todos los actores de la escuela se sientan a gusto. La cultura institucional no se logra a través de discursos motivacionales o hablando de valores. Se crea a través de la práctica- usando cada minuto de cada día para construir buenos hábitos y trabajar para que cada docente se sienta inspirado, que pueda trabajar en equipos, colegiar y dar lo mejor de sí, y así fortalecer su rol como autoridad pedagógica devolviéndole el prestigio y respeto que el rol docente merece.
8) El rol de la familia
La evidencia es clara y contundente: cuando la familia se involucra en las trayectorias académicas de sus hijos, a los chicos les va mejor en la escuela y en la vida, así que la pregunta es…. ¿por qué se sigue trabajando con la familia afuera? Los estudios demuestran que cuando la familia apoya a la escuela y trabajan en conjunto, a los alumnos no solo les va mejor académicamente, sino que también en sus vidas adultas. Cuando la familia se involucra positivamente, se ve un impacto en el desempeño de los chicos, en la calidad de las tareas, en su conducta y obviamente, en los resultados. Ahora bien, la calidad del entorno de aprendizaje es más importante para el desarrollo social e intelectual de los chicos que la ocupación o ingreso de los padres, lo que sucede es que muchas familias desconocen esto y no creen estar preparados para tamaña tarea. Será importante, por lo tanto, desde la escuela, generar instancias para acompañar a las familias a encontrar su rol en la educación de sus hijos. Esto es reuniones, talleres para padres, escuela para padres, etc.
“Acompañar” no significa “enseñar” matemática o biología. Lo importante es que la familia se involucre en la educación de sus hijos. No necesitan saber las respuestas- necesitan ver que se encuentren las respuestas. Desde involucrarse en los hábitos y rutinas, pasando por ayudarlos a desarrollar la autonomía, trabajar el valor del esfuerzo y la perseverancia, estimularlos e inspirarlos, todo colabora para que su vida académica sea lo más satisfactoria posible.
La verdadera transformación comienza cuando cada uno de nosotros da el primer paso.
Podemos saber mucho, pero hacer poco, y no hay transformación real sin acciones. Los cambios en educación, muchas veces, se hacen con pequeñas acciones que, una tras otra, tienen grandes impactos. Estos comienzan cuando nosotros, como docentes, nos preguntamos, “¿estoy haciendo lo mejor por mis alumnos”, “¿qué evita que haga lo mejor por ellos?, “¿qué podría hacer diferente?”. Al contemplar estas preguntas y ponernos en acción, nos convertimos en facilitadores de experiencias de aprendizajes, y nos corremos del lugar en donde solo transmitimos conocimientos. Ahora bien, resulta muy injusto pedirle todo el esfuerzo a los docentes, alumnos y familias si el estado no garantiza las condiciones para que estos cambios se concreten.
La educación debe ser una política de estado que trascienda los partidos políticos y los gobiernos de turno, con metas claras a corto, mediano y largo plazo. Solo así, la transformación de la educación tendrá alguna posibilidad y dejará de ser una misión imposible.
Crédito: Infobae.