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EL LIBERAL . Santiago

Fray Justo Santa María de Oro y el Pbro. José Eusebio Colombres, los diputados al Congreso General Constituyente de 1816 que llegaron a obispos

14/07/2019 00:22 Santiago
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Fray Justo Santa María de Oro y el Pbro. José Eusebio Colombres, los diputados al Congreso General Constituyente de 1816 que llegaron a obispos Fray Justo Santa María de Oro y el Pbro. José Eusebio Colombres, los diputados al Congreso General Constituyente de 1816 que llegaron a obispos

Los tiempos de la Revolución de Mayo y la Guerra de la Independencia fueron feroces para el clero que vivía en el actual territorio argentino. Ya hemos dicho en columnas anteriores que en 1810 había sólo tres diócesis en nuestro país, que eran Córdoba del Tucumán, regida por Rodrigo de Orellana; Buenos Aires, bajo la mitra de Benito Lué y Riega; y Salta del Tucumán, al mando de Nicolás Videla del Pino. Sus Ilustrísimas, tal como se los conocía, estuvieron al servicio del orden conservador, defendiendo el gobierno de Fernando VII contra viento y marea.

Pero entre ellos hubo matices por su actuación: el obispo porteño, de gran actividad política, fue un “realista” hasta su muerte el 29 de marzo de 1812, en circunstancias sospechosas luego de participar de un banquete; el prelado cordobés fue más reaccionario aún, ya que llegó a acompañar a las tropas contrarrevolucionarias en 1810, y su vida perdonada “ya que ir contra Dios era demasiado”, según la declaración de Juan José Castelli en el momento del fusilamiento de Santiago de Liniers, antiguo virrey, y Juan Gutiérrez de la Concha, gobernador de Córdoba, decidiendo para Orellana la prisión en varias ocasiones hasta su huida desde Santa Fe, y terminar en España como obispo de ávila.

El episcopal salteño osciló entre su apoyo al orden imperial y sus negociaciones con los patriotas, sobre todo con Manuel Belgrano, que tenía muy claro la debilidad de las convicciones de Videla del Pino, quien murió el 17 de marzo de 1819. Por estos hechos y las muertes, el clero de las tres jurisdicciones quedó sin mando, y sobre todo sin la posibilidad de ordenar nuevos sacerdotes y mantener la práctica religiosa. Esta situación se mantuvo hasta la misión de monseñor Juan Alejandro Muzi, enviado por el papa Pío VII, en 1823, cuyo secretario era Juan María Mastai-Ferretti, que sería más adelante papa Pío IX, con la finalidad de conocer el estado de la Iglesia en el Río de la Plata y Chile. Sin embargo pasarán más de diez años hasta el nombramiento de obispos

Sin duda, el Vaticano tomó nota del nuevo estado de cosas, y decidió la creación del obispado de San Juan de Cuyo, el 19 de setiembre de 1834, ocho años después de haber establecido un vicariato apostólico para separar el clero cuyano del obispado de Santiago de Chile. Para esos cargos fue nombrado el congresal de 1816, fray Justo Santa María de Oro. Pero la provisión de los cargos de los obispados existentes fue muy azarosa. Luego del paso por la diócesis de Salta de José Agustín Molina y Villafañe como vicario apostólico, recién en 1858 fue nombrado José Eusebio Colombres, otro diputado independentista, quien murió antes de asumir.

La elección de dos hombres que firmaron la Independencia Argentina es sin duda un gesto político hacia la nueva nación en organización, pero sin embargo las consecuencias de tantos años sin prelados iba a tener consecuencias de larga data, salvo en Buenos Aires, donde el nombramiento de Mariano de Escalada iba a suplir tan enormes ausencias, aunque la adhesión del obispo al régimen de Juan Manuel de Rosas no iba a ser mirada con simpatía por muchos católicos porteños de prestigio.

Fray Justo Santa María de Oro, obispo de San Juan de Cuyo

Justo Regis de Santa María nace en la ciudad de San Juan de la Frontera el 30 de julio de 1772 en el hogar formado por el porteño Juan Miguel de Oro y la sanjuanina María Elena de Albarracín, siendo el primogénito de diez hermanos. Profesa a los 18 años en la Orden de los Predicadores, convirtiéndose en fraile dominico y luego se ordena presbítero el 29 de noviembre de 1794. En esos tiempos la Iglesia cuyana dependía de Santiago de Chile, por lo que los estudios de teología los realizó en la Universidad de San Felipe, doctorándose y radicándose en la capital de la Capitanía General. Fue nombrado prior (superior) del convento trasandino en 1804, y viaja a España para solicitar la fundación de una congregación, a funcionar en el mismo convento. Fue autorizado y para la formación de los nuevos religiosos crea el Colegio de San Vicente, en el pueblo de Apoquindo.

Por su visión republicanista, fue expulsado de Chile por José Miguel Carreras al comenzar 1814, y vuelve a su tierra natal luego del desastre de Rancagua, batalla en la que el imperio español retomó el control territorial trasandino. Allí conoce al gobernador de Cuyo, el general José de San Martín, que solía alojarse en el convento dominico de San Juan en una celda que aún se conserva y que no fue destruida por el terremoto de 1944. Se convierte en un fiel aliado del futuro libertador y sus contactos en Chile fueron muy importantes para el tráfico de información entre ambos lados de la cordillera. Colaboró con el reclutamiento de soldados para la formación del Ejército de los Andes.

Fue integrante del bloque cuyano al Congreso General Constituyente de 1816, a celebrarse en San Miguel del Tucumán, junto a los mendocinos Tomás Godoy Cruz y Juan Maza, a su coterráneo Francisco Narciso de Laprida y el porteño por San Luis, Juan Martín de Pueyrredón. En los debates su posición en contra de la monarquía propuesta por Manuel Belgrano y apoyada por San Martín y Pueyrredón, fue tan clara que logró imponerla en el seno de los diputados. Por eso se lo considera “el padre de la República”. En 1818 cruzó a Chile para colaborar con Bernardo de O’Higgins, y la caída de éste en 1824 provocó el destierro de Oro a la isla de Juan Fernández.

Regresa a San Juan, donde el 15 de diciembre de 1828 recibe el nombramiento como vicario apostólico de Cuyo. Es ordenado obispo titular de Thaumacus el 21 de febrero de 1830 por el chileno José Ignacio Cienfuegos Arteaga, y el 19 de septiembre de 1834 promovido a obispo de San Juan de Cuyo, diócesis creada ese día con jurisdicción sobre Mendoza, San Juan y San Luis. Murió el 19 de octubre de 1836 y está sepultado en la cripta de la nueva Catedral de San Juan, siendo sus restos rescatados de las ruinas del viejo templo caído en el terremoto del 15 de febrero de 1944.

José Eusebio Colombres, obispo de Salta

José Eusebio nace en el seno de una tradicional familia el 6 de diciembre de 1778 en San Miguel del Tucumán. Era el primero de los nueve hijos del matrimonio formado por el asturiano José Ignacio Colombres y la tucumana María Ignacio Córdoba. Estudia Teología en la Universidad de San Carlos, en Córdoba, y es ordenado sacerdote en agosto de 1803. Más adelante obtiene el doctorado en leyes en la misma casa de estudio. Al tiempo de la revolución de Mayo adhirió al gobierno de la Junta Gubernativa de Buenos Aires, y por su influencia la opinión de los pueblos se hizo fuerte en el sostén de la guerra por la independencia en la vieja gobernación de Salta del Tucumán.

A principios de 1816 fue elegido diputado constituyente por Catamarca, donde oficiaba como clérigo, para el Congreso General a reunirse en su ciudad natal. Participó de gran parte de los debates a lo largo de casi cuatro años. Una vez iniciado el proceso de consolidación de las provincias argentinas, adhirió al pensamiento unitario. Ejerció el sacerdocio en Tucumán, y al tiempo de la constitución de la Liga del Norte, a principios de 1840 fue ministro y gobernador de su provincia. Al ser derrotado este experimento político contra el gobierno de Rosas, debió el cura Colombres exiliarse en Tupiza, Bolivia, de donde regresó en 1845, siendo designado párroco de la iglesia matriz. Luego de la caída de Rosas, fue injustamente perseguido por ser pariente de Celedonio Gutiérrez, depuesto gobernador.

Se radica en Salta, donde fue bien recibido y lo nombraron Canónigo Magistral. Ya anciano, en 1855, el presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza lo presentó al clero salteño como obispo electo, esperándose su aprobación por parte del papa Pío IX.

Eran tiempos en los que no había relación entre el estado y la Santa Sede. Colombres decidió aceptar el cargo y se puso a disposición de Roma, en una carta en la que informa que busca la regularización de las costumbres sacerdotales y volver a la disciplina jerárquica. Habían pasado treinta años sin obispo en el norte argentino. El arzobispo de Charcas, de quien dependían las diócesis argentinas, desconoció el nombramiento como ilegal. Sus enemigos lo atacaban por sordo, viejo y malhumorado.

En su precaria gestión se enfrentó con las monjas carmelitas del convento de San Bernardo, y ordenó las celebraciones sacramentales en toda la diócesis, realizando una enorme gira pastoral, a pesar de sus casi ochenta años. En enero de 1859 se licenció de su cargo por enfermedad, viajando a su ciudad natal, falleciendo el 11 de febrero, sin enterarse que el papa había firmado su nombramiento en diciembre anterior. Murió en su casa del centro de la ciudad, hoy convertida en un museo folklórico y se conserva la casa donde se instalara el primer trapiche azucarero en el país, propiedad del obispo Colombres. Está sepultado en la Catedral de Tucumán, templo que comenzó a construir poco tiempo antes de morir. l

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