¿Quiénes eran los dos hombres que crucificaron junto a Jesús? ¿Quiénes eran los dos hombres que crucificaron junto a Jesús?
Los Evangelios afirman que Jesús fue crucificado junto a otros dos hombres. Pero no dicen quiénes eran. Marcos y Mateo dicen que eran “bandidos” (en griego: lestés). Lucas los llama “malhechores” (kakúrgos). Y Juan solo habla de “otros dos”, sin más explicaciones.
La tradición siempre los ha considerado “ladrones”. Por eso se ha pensado que eran autores de algún robo, y que la casualidad hizo que fueran condenados a morir el mismo día que Jesús, por orden de Poncio Pilato.
Pero no parece ser eso lo que se deduce de los Evangelios. La crucifixión era un castigo que los romanos aplicaban únicamente a los rebeldes políticos, a los revolucionarios sociales, y a los subversivos. Sabemos que, durante los años que Roma dominó Judea, sólo fueron crucificados sediciosos o simpatizantes de ellos. Jamás ningún ladrón. ¿Por qué, entonces, aquel día crucificaron a dos ladrones con Jesús?
Un decorado de muerte
Flavio Josefo aporta la solución. En La Guerra de los Judíos, cuenta que a mediados del siglo I la palabra lestés (que las Biblias traducen por “bandido”) había adquirido un nuevo significado. Dice Josefo: “Una nueva especie de bandidos surgió en Jerusalén: los sicarios” (2,254). O sea que, al escribirse los Evangelios, el término lestés no se refería a cualquier bandido sino a los judíos sublevados contra Roma. Por lo tanto, los “bandidos” crucificados con Jesús no eran ladrones sino agitadores sociales.
Esta primera conclusión nos lleva a preguntarnos: ¿qué relación tenían con Jesús de Nazaret? Porque según los Evangelios, Jesús fue condenado a muerte por subversivo político (Mc 15,2), rebelde (Lc 23,2) y agitador social (Lc 23,5). Eso no significa que lo fuera, pero sí que las autoridades romanas lo consideraron como tal. El hecho de que sobre su cabeza pusieran un cartel con el motivo de su condena: “El Rey de los judíos” (Mc 15,26), confirma que la causa de su sentencia fue política y no religiosa.
Ahora bien, si los hombres que estaban a su lado también lo fueron, es lógico preguntarse: ¿tenían alguna conexión con Jesús?
Penas que nos apenan
Los Evangelios no los vinculan para nada. Sin embargo, es poco probable que varias personas condenadas el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar, por la misma causa, por el mismo gobernador y con la misma pena, no estén relacionadas. Por otra parte, tampoco había levantamientos políticos todos los días en Judea, como para suponer que eran perturbadores sociales de otra rebelión diferente de la de Jesús.
Además, cuando los soldados arrestaron a Jesús en el Monte de los Olivos, éste se defendió diciendo: “¿Han venido a prenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido (lestés)?” (Mc 14,48; Mt 26,55; Lc 22,52). O sea que Jesús fue considerado un lestés, el mismo título que se utiliza para designar a los dos hombres crucificados con él. Esto nos lleva a una segunda conclusión: los dos condenados debieron de ser discípulos de Jesús, apresados y juzgados por el mismo delito. Por eso terminaron muriendo junto a él.
Una confirmación indirecta de esto la encontramos en las palabras de uno de ellos, el llamado “buen ladrón”, cuando al defender a Jesús de los insultos del otro crucificado, le dice: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? (Lc 23,40). Aunque esta escena no parece ser histórica, señala que, para Lucas, los compañeros de suplicio sufrían “la misma condena” que Jesús, es decir, habían sido condenados por idéntico motivo. La palabra “condena” (en griego kríma) no alude solo al castigo, sino a todo el proceso judicial.
Olvidando las promesas
Pero si los dos crucificados con Jesús eran discípulos suyos, ¿cuándo fueron detenidos? Porque según los Evangelios en el momento del prendimiento solo apresaron a Jesús y dejaron libres a los demás.
Una lectura atenta de los textos revela que no fue así. Las autoridades también intentaron atraparlos a ellos. Por ejemplo, el hecho de que en el momento del arresto de Jesús sus discípulos “lo abandonaron y huyeron todos” (Mc 14,50) revela que también a ellos quisieron detenerlos. Asimismo, cuando el Sumo Sacerdote interroga a Jesús, no sólo le preguntó sobre sus enseñanzas sino también trató de sacarle información sobre sus discípulos (Jn 18,19). Y en las tres negaciones de Pedro (Mc 14,66-71), unos presentes reconocieron a éste como uno de sus partidarios, pero él lo negó enfáticamente con maldiciones y juramentos (Mc 14,31). Más allá de que el relato tenga o no base histórica, el miedo que muestra Pedro sólo se explica si los discípulos temían ser reconocidos y sufrir el mismo destino que su líder.
Debemos concluir, pues, que los representantes de la ley no solo tenían interés en capturar a Jesús, sino también a sus seguidores.
A la luz de una criada
En este punto debemos plantear una objeción. ¿No dicen los Evangelios que cuando arrestaron a Jesús, huyeron todos sus discípulos y no detuvieron a ninguno?
Sí. Pero eso no significa que realmente huyeran. Más bien parece que sucedió lo contrario. Por ejemplo, en la escena de las negaciones de Pedro, cuando Jesús estaba siendo juzgado en el palacio del Sumo Sacerdote, una la criada le dijo: “Tú también estabas con Jesús el nazareno” (Mc 14,66-67). ¿Por qué le dice “tú también”? ¿Quién más estaba con Jesús en ese momento? Si suponemos que además de Jesús estaban siendo juzgados en el palacio otros discípulos suyos, la frase se aclara perfectamente.
El Evangelio continúa diciendo que Pedro, ante las palabras de la criada, tuvo miedo y salió a la puerta. Entonces la muchacha dijo a unos que estaban allí: “Este es uno de ellos” (Mc 14,69). Ahora la mujer no se refiere solo a Jesús sino a un grupo (“es uno de ellos”). Nuevamente la frase tiene sentido si “ellos” son algunos discípulos arrestados juntamente con Jesús.
Poco después, otros reconocieron a Pedro y le dijeron: “Sí, tú eres uno de ellos” (Mc 14,70). De nuevo el plural (“uno de ellos”) confirma que los detenidos eran varios hombres, no Jesús solo; y que Pedro es acusado de pertenecer a dicho grupo.
El hombre del medio
Otro detalle que confirma la relación entre Jesús y aquellos dos hombres es la forma como fueron crucificados. Los cuatro Evangelios dicen que Jesús fue puesto en el medio, mientras que a los otros dos los colocaron “uno a su derecha y otro a su izquierda” (Mc 15,27; Mt 27,38; Lc 23,33; Jn 19,18).
¿Cuál fue la razón para ubicarlos así? La explicación más plausible es que Jesús fue considerado el líder de los otros dos. Sabemos que los asientos de la derecha y la izquierda de un rey eran los de mayor prestigio. Colocando a sus partidarios a cada lado, los verdugos quisieron mofarse de Jesús y parodiar una corte real. Sabemos que estas burlas eran frecuentes. Filón de Alejandría, por ejemplo, en el siglo I nos relata el caso de cierto loco llamado Carabas, al que quisieron ridiculizar, y lo vistieron como rey, mientras unos jóvenes se ponían a su derecha y a su izquierda, simulando ser su comitiva.
Esperanzas poco creíbles
Una última escena confirma que los crucificados con Jesús tenían vinculación con él. Marcos y Mateo relatan que, junto con los que se burlaban de Jesús, “también lo injuriaban los dos crucificados” (Mc 15,32; Mt 27,44). Si esos dos hombres eran simples ladrones que no tenían nada que ver con Jesús, ¿por qué lo insultaban? Pero la escena se aclara si eran sus seguidores. Como parte de su movimiento, se sintieron desilusionado ante el fracaso del líder, y protestaron indignados.
Lucas reporta algunas palabras de esos hombres. Aunque la escena no es del todo histórica, tiene sentido únicamente si, para Lucas, los crucificados eran discípulos de Jesús. Veámosla.
El primero de ellos le recrimina a Jesús: “¿No eres tú el Mesías? Pues sálvate a ti y a nosotros” (Lc 23,39).
Si el hombre era un delincuente común, no se comprende su frase. ¿Cómo un simple ladrón, que no conoce a Jesús, va a creer que es el Mesías? ¿Y por qué va a esperar que lo salve a él y a su compañero de fechorías? Pero tiene sentido si ese hombre conoce a Jesús, si ha participado de su proyecto mesiánico, y está siendo ajusticiado por haberlo seguido como Mesías.
Las palabras del otro crucificado son también reveladoras. Dice Lucas que le ruega a Jesús: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino” (Lc 23,42). Resulta sorprendente la confianza con la que le habla. Es una de las pocas personas, en todo el Evangelio, que lo llama “Jesús”, algo ilógico para un delincuente que lo ve por primera vez. Por otra parte, el hombre está convencido de que Jesús es rey, y que tiene poder para hacerlo entrar en su Reino. Eso significa que había aceptado sus enseñanzas, y seguía siendo un leal seguidor.
El ocaso de un recuerdo
¿Es posible conocer la identidad de esos dos discípulos? Los Evangelios callan sus nombres. No pertenecían a los Doce, pues ellos vuelven a aparecer más tarde reunidos en Jerusalén (Hch 1,13). Pero Jesús tenía un grupo más amplio de discípulos que lo acompañaban. Algunos lo ayudaron durante los últimos días que estuvo en Jerusalén, como el que le prestó el burro para entrar en la ciudad (Mc 11,1-6), o el que le preparó la habitación para la última cena (Mc 14,12-16). A este grupo más amplio de colaboradores deben de haber pertenecido los dos crucificados con él.
Falta contestar una pregunta. ¿Por qué los Evangelios nunca dijeron que los dos crucificados eran discípulos suyos? La respuesta es sencilla. Muy pronto, entre los primeros cristianos, se desarrolló la idea de la muerte salvadora de Jesús. Es decir, se elaboró la tesis de que Jesús había dado su vida por la humanidad, y que su muerte en la cruz había sido redentora. Así, la crucifixión se convirtió en el hecho central de su vida, y se le atribuyó un valor salvador único e incomparable. En este contexto, un Jesús muriendo por el Reino junto a otros compañeros, le hacía perder centralidad y exclusividad. Por eso la tradición olvidó pronto la identidad de esos dos discípulos, y se silenció toda referencia a ellos, dando la impresión de que había muerto solo.
Los Evangelios afirman que Jesús fue crucificado junto a otros dos hombres. Pero no dicen quiénes eran. Marcos y Mateo dicen que eran “bandidos” (en griego: lestés). Lucas los llama “malhechores” (kakúrgos). Y Juan solo habla de “otros dos”, sin más explicaciones.
La tradición siempre los ha considerado “ladrones”. Por eso se ha pensado que eran autores de algún robo, y que la casualidad hizo que fueran condenados a morir el mismo día que Jesús, por orden de Poncio Pilato.
Pero no parece ser eso lo que se deduce de los Evangelios. La crucifixión era un castigo que los romanos aplicaban únicamente a los rebeldes políticos, a los revolucionarios sociales, y a los subversivos. Sabemos que, durante los años que Roma dominó Judea, sólo fueron crucificados sediciosos o simpatizantes de ellos. Jamás ningún ladrón. ¿Por qué, entonces, aquel día crucificaron a dos ladrones con Jesús?
Un decorado de muerte
Flavio Josefo aporta la solución. En La Guerra de los Judíos, cuenta que a mediados del siglo I la palabra lestés (que las Biblias traducen por “bandido”) había adquirido un nuevo significado. Dice Josefo: “Una nueva especie de bandidos surgió en Jerusalén: los sicarios” (2,254). O sea que, al escribirse los Evangelios, el término lestés no se refería a cualquier bandido sino a los judíos sublevados contra Roma.
Por lo tanto, los “bandidos” crucificados con Jesús no eran ladrones sino agitadores sociales.
Esta primera conclusión nos lleva a preguntarnos: ¿qué relación tenían con Jesús de Nazaret? Porque según los Evangelios, Jesús fue condenado a muerte por subversivo político (Mc 15,2), rebelde (Lc 23,2) y agitador social (Lc 23,5).
Eso no significa que lo fuera, pero sí que las autoridades romanas lo consideraron como tal. El hecho de que sobre su cabeza pusieran un cartel con el motivo de su condena: “El Rey de los judíos” (Mc 15,26), confirma que la causa de su sentencia fue política y no religiosa.
Ahora bien, si los hombres que estaban a su lado también lo fueron, es lógico preguntarse: ¿tenían alguna conexión con Jesús?
Penas que nos apenan
Los Evangelios no los vinculan para nada. Sin embargo, es poco probable que varias personas condenadas el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar, por la misma causa, por el mismo gobernador y con la misma pena, no estén relacionadas. Por otra parte, tampoco había levantamientos políticos todos los días en Judea, como para suponer que eran perturbadores sociales de otra rebelión diferente de la de Jesús.
Además, cuando los soldados arrestaron a Jesús en el Monte de los Olivos, éste se defendió diciendo: “¿Han venido a prenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido (lestés)?” (Mc 14,48; Mt 26,55; Lc 22,52). O sea que Jesús fue considerado un lestés, el mismo título que se utiliza para designar a los dos hombres crucificados con él. Esto nos lleva a una segunda conclusión: los dos condenados debieron de ser discípulos de Jesús, apresados y juzgados por el mismo delito. Por eso terminaron muriendo junto a él.
Una confirmación indirecta de esto la encontramos en las palabras de uno de ellos, el llamado “buen ladrón”, cuando al defender a Jesús de los insultos del otro crucificado, le dice: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? (Lc 23,40).
Aunque esta escena no parece ser histórica, señala que, para Lucas, los compañeros de suplicio sufrían “la misma condena” que Jesús, es decir, habían sido condenados por idéntico motivo. La palabra “condena” (en griego kríma) no alude solo al castigo, sino a todo el proceso judicial.
Olvidando las promesas
Pero si los dos crucificados con Jesús eran discípulos suyos, ¿cuándo fueron detenidos? Porque según los Evangelios en el momento del prendimiento solo apresaron a Jesús y dejaron libres a los demás.
Una lectura atenta de los textos revela que no fue así. Las autoridades también intentaron atraparlos a ellos. Por ejemplo, el hecho de que en el momento del arresto de Jesús sus discípulos “lo abandonaron y huyeron todos” (Mc 14,50) revela que también a ellos quisieron detenerlos.
Asimismo, cuando el Sumo Sacerdote interroga a Jesús, no sólo le preguntó sobre sus enseñanzas sino también trató de sacarle información sobre sus discípulos (Jn 18,19). Y en las tres negaciones de Pedro (Mc 14,66-71), unos presentes reconocieron a éste como uno de sus partidarios, pero él lo negó enfáticamente con maldiciones y juramentos (Mc 14,31). Más allá de que el relato tenga o no base histórica, el miedo que muestra Pedro sólo se explica si los discípulos temían ser reconocidos y sufrir el mismo destino que su líder.
Debemos concluir, pues, que los representantes de la ley no solo tenían interés en capturar a Jesús, sino también a sus seguidores.
A la luz de una criada
En este punto debemos plantear una objeción. ¿No dicen los Evangelios que cuando arrestaron a Jesús, huyeron todos sus discípulos y no detuvieron a ninguno?
Sí. Pero eso no significa que realmente huyeran. Más bien parece que sucedió lo contrario. Por ejemplo, en la escena de las negaciones de Pedro, cuando Jesús estaba siendo juzgado en el palacio del Sumo Sacerdote, una la criada le dijo: “Tú también estabas con Jesús el nazareno” (Mc 14,66-67). ¿Por qué le dice “tú también”? ¿Quién más estaba con Jesús en ese momento? Si suponemos que además de Jesús estaban siendo juzgados en el palacio otros discípulos suyos, la frase se aclara perfectamente.
El Evangelio continúa diciendo que Pedro, ante las palabras de la criada, tuvo miedo y salió a la puerta. Entonces la muchacha dijo a unos que estaban allí: “Este es uno de ellos” (Mc 14,69). Ahora la mujer no se refiere solo a Jesús sino a un grupo (“es uno de ellos”). Nuevamente la frase tiene sentido si “ellos” son algunos discípulos arrestados juntamente con Jesús.
Poco después, otros reconocieron a Pedro y le dijeron: “Sí, tú eres uno de ellos” (Mc 14,70). De nuevo el plural (“uno de ellos”) confirma que los detenidos eran varios hombres, no Jesús solo; y que Pedro es acusado de pertenecer a dicho grupo.
El hombre del medioOtro detalle que confirma la relación entre Jesús y aquellos dos hombres es la forma como fueron crucificados. Los cuatro Evangelios dicen que Jesús fue puesto en el medio, mientras que a los otros dos los colocaron “uno a su derecha y otro a su izquierda” (Mc 15,27; Mt 27,38; Lc 23,33; Jn 19,18).
¿Cuál fue la razón para ubicarlos así?
La explicación más plausible es que Jesús fue considerado el líder de los otros dos. Sabemos que los asientos de la derecha y la izquierda de un rey eran los de mayor prestigio. Colocando a sus partidarios a cada lado, los verdugos quisieron mofarse de Jesús y parodiar una corte real. Sabemos que estas burlas eran frecuentes. Filón de Alejandría, por ejemplo, en el siglo I nos relata el caso de cierto loco llamado Carabas, al que quisieron ridiculizar, y lo vistieron como rey, mientras unos jóvenes se ponían a su derecha y a su izquierda, simulando ser su comitiva.
Esperanzas poco creíbles
Una última escena confirma que los crucificados con Jesús tenían vinculación con él. Marcos y Mateo relatan que, junto con los que se burlaban de Jesús, “también lo injuriaban los dos crucificados” (Mc 15,32; Mt 27,44). Si esos dos hombres eran simples ladrones que no tenían nada que ver con Jesús, ¿por qué lo insultaban? Pero la escena se aclara si eran sus seguidores. Como parte de su movimiento, se sintieron desilusionado ante el fracaso del líder, y protestaron indignados.
Lucas reporta algunas palabras de esos hombres. Aunque la escena no es del todo histórica, tiene sentido únicamente si, para Lucas, los crucificados eran discípulos de Jesús. Veámosla.
El primero de ellos le recrimina a Jesús: “¿No eres tú el Mesías? Pues sálvate a ti y a nosotros” (Lc 23,39).
Si el hombre era un delincuente común, no se comprende su frase. ¿Cómo un simple ladrón, que no conoce a Jesús, va a creer que es el Mesías? ¿Y por qué va a esperar que lo salve a él y a su compañero de fechorías? Pero tiene sentido si ese hombre conoce a Jesús, si ha participado de su proyecto mesiánico, y está siendo ajusticiado por haberlo seguido como Mesías.
Las palabras del otro crucificado son también reveladoras. Dice Lucas que le ruega a Jesús: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino” (Lc 23,42). Resulta sorprendente la confianza con la que le habla. Es una de las pocas personas, en todo el Evangelio, que lo llama “Jesús”, algo ilógico para un delincuente que lo ve por primera vez. Por otra parte, el hombre está convencido de que Jesús es rey, y que tiene poder para hacerlo entrar en su Reino. Eso significa que había aceptado sus enseñanzas, y seguía siendo un leal seguidor.
El ocaso de un recuerdo
¿Es posible conocer la identidad de esos dos discípulos? Los Evangelios callan sus nombres. No pertenecían a los Doce, pues ellos vuelven a aparecer más tarde reunidos en Jerusalén (Hch 1,13).
Pero Jesús tenía un grupo más amplio de discípulos que lo acompañaban. Algunos lo ayudaron durante los últimos días que estuvo en Jerusalén, como el que le prestó el burro para entrar en la ciudad (Mc 11,1-6), o el que le preparó la habitación para la última cena (Mc 14,12-16). A este grupo más amplio de colaboradores deben de haber pertenecido los dos crucificados con él.
Falta contestar una pregunta. ¿Por qué los Evangelios nunca dijeron que los dos crucificados eran discípulos suyos? La respuesta es sencilla. Muy pronto, entre los primeros cristianos, se desarrolló la idea de la muerte salvadora de Jesús. Es decir, se elaboró la tesis de que Jesús había dado su vida por la humanidad, y que su muerte en la cruz había sido redentora. Así, la crucifixión se convirtió en el hecho central de su vida, y se le atribuyó un valor salvador único e incomparable. En este contexto, un Jesús muriendo por el Reino junto a otros compañeros, le hacía perder centralidad y exclusividad. Por eso la tradición olvidó pronto la identidad de esos dos discípulos, y se silenció toda referencia a ellos, dando la impresión de que había muerto solo.