Malvinas, ingleses y gauchos Malvinas, ingleses y gauchos
Una de las formas más crueles de
causar daño es el olvido. Para evitar
la amnesia destructiva, resulta
conveniente que hoy honremos
a nuestros héroes de Malvinas
y evoquemos los hechos históricos relacionados
con las islas.
Poner un pie en Malvinas es la forma más cercana
y dolorosa que tiene un argentino para sentirse
extranjero. El principal asentamiento de las
islas carece de toda referencia a nuestro país, y si
uno desea homenajear a los caídos, no puede evitar
adentrarse noventa kilómetros en la Soledad.
Los guías se encargan de recordarnos que el cementerio
fue desterrado como único modo de tolerar
nuestra presencia. Puede que sea algo impuesto,
pero prefiero entenderlo como la marcha
voluntaria que alcanza a tocar el corazón de la isla.
En Malvinas es casi imposible dialogar con un
interlocutor isleño sobre los tiempos anteriores
a la estancia inglesa. Da la impresión de que todo
comenzó recién el 3 de enero de 1833, cuando
el país Albión ocupó el archipiélago mediante
el desembarco de fuerzas transportadas por la
fragata HMS Clío. Hoy no existe nada que evoque
nuestra ocupación nacional previa, el gobierno de
Vernet, o el alumbramiento de argentinos en esos
parajes, como el caso de Matilde Vernet y Sáez en
1830, apodada Malvina, la primera persona de la
que se tenga noticias que haya nacido bajo cielo
isleño.
Precisamente, estas líneas se originan en que
el forzado inicio de la historia en el año 1833 contrasta
con un enorme corralón antiguo, circular y
de piedra, que se encuentra apenas uno penetra
en la isla. Como única concesión, los lugareños reconocen
que el viejo redil es de épocas anteriores
a la ocupación inglesa, y que fue construido por
los gauchos. ¿Gauchos en las Malvinas? Sí, y en
este punto es bueno traer a colación el testimonio
de un afamado personaje inglés, cuya visita a ese
territorio es importante por ser contemporánea al
tiempo de la ocupación británica, con lo que tenemos
la revelación directa acerca del estado real en
que estaban las islas.
El naturalista Charles Darwin se alistó para
viajar alrededor del mundo en el bergantín HMS
Beagle, travesía que inició en Plymouth en el año
1831. En ese periplo, el Beagle echó ancla en el estrecho
de Berkeley de la isla oriental dos veces,
ambas en marzo de 1833 y 1834.
El relato de Darwin es trascendente por sus
impecables credenciales de honestidad intelectual.
Al prestigioso científico no le tembló la mano
para contradecir las opiniones de los círculos
académicos de Europa y la propia instrucción religiosa,
cuando se convenció de que las especies
no se mantenían perpetuamente fijas. Por ende,
resultan creíbles las experiencias que relata en su
diario de viaje “A naturalist's voyage round the
world in H.M.S. Beagle”.
En especial, el joven Charles, de veinticinco
años, relata una excursión de pocos días al interior
de Malvinas, acompañado por dos gauchos,
uno de ellos llamado Santiago. Cuenta que partieron
temprano llevando seis caballos. Darwin quedó
deslumbrado por la rudeza de los gauchos, a
quienes describe como “hombres admirables…
acostumbrados como estaban a no contar sino
consigo mismos para encontrar aquello que necesitaban”.
Refiere la destreza con que los paisanos
cazaban vacas salvajes, desjarretándolas y evitando
las cornadas, lo que justificó su halago: “Esto
prueba que los gauchos hacen, aunque no lo parezca,
en esta cacería, un ejercicio muy violento”.
El inglés también quedó encandilado con el asado
y la habilidad con la que los gauchos cocinaban,
sin más recursos que pequeñas plantas verdes
mojadas por la intensa lluvia: “Si hubiese cenado
con nosotros un respetable concejal, no hay
para qué decir cuán pronto habríase celebrado en
Londres la carne con cuero”.
Las anécdotas de Darwin son interesantes, pero
es importante constatar que el testimonio contemporáneo
a los hechos brindado por una personalidad
inglesa, eminente y honesta, revelando
que la presencia argentina en las islas fue anterior
a la británica. De hecho, los ingleses se encontraron
con gauchos ya establecidos en Malvinas, y
hasta se sirvieron de la experiencia de estos aguerridos
hombres para hacer frente a las inclemencias
del áspero terreno.
Asi, los gauchos, tantas veces despreciados
aunque gigantes de la resistencia, con su galopar
sostuvieron las fronteras del norte, y en el sur extendieron
la Patagonia a través del océano, más
allá de donde alcanza la vista.
Entiendo que tenemos que desalentar el rencor
y evitar por siempre la violencia, pero también
impedir que las aguas del Leteo nos moje la frente
e imponga el olvido. Le debemos la memoria y
el compromiso de la paz duradera a las vidas argentinas
bien vividas en Malvinas, y especialmente
hoy, a los sufrimientos de nuestros héroes, a las
vidas que allí dejaron, y a las lágrimas inestimables
de sus madres y seres queridos.
No hay mejores palabras para concluir un tema
gaucho que las del autor del Martín Fierro,
quien hace ciento cincuenta años (“Islas Malvinas.
Cuestiones graves”, El Río de la Plata, N° 92,
edición del 26 de noviembre de 1869) ya advirtió
que “Los argentinos… no han podido olvidar
que se trata de una parte muy importante del territorio
nacional, usurpada a merced de circunstancias
desfavorables, en una época indecisa, en
que la nacionalidad luchaba aún con los escollos
opuestos a su definitiva organización”. Hernández
se dio cuenta. Hubo expoliación, pero también
tenemos mucho que sanear nosotros mismos
dentro del país.