El ángel caído que volvió a volar El ángel caído que volvió a volar
Hace unos días, caminaba por
las calles porteÑas con un viejo
amigo, que como yo ama a
los trenes, hablando de bueyes
perdidos y de trenes extraviados,
y conmemorando
viajes como aquél que compartimos en el Ferrocarril
General Bartolomé Mitre a bordo del “Estrella
del Norte”, y el calor santiagueÑo que supo
concedernos una tregua al llegar a La Banda.
Con
alegría, sentíamos nostalgia del calor seco a orillas
del río Dulce. Luis Gutiérrez (así se llama mi
amigo) recordó entonces a un personaje legendario
de la aviación argentina, muy poco recordado,
y que él admiraba desde sus tiempos de vecino de
Ciudad Jardín, en El Palomar, una localidad suburbana
de Buenos Aires, cuyas calles tienen todas
nombres de aviadores, por su cercanía con la
primera base aérea que tuvo el país y toda Sudamérica.
Luis me contó esta anécdota escrita por el
aviador militar Luis Barreira, que recordaba
palabra por palabra: “Sí, lo vi muchas veces en
el Círculo de la Fuerza Aérea con sus lentes muy
oscuros y su caminar vacilante, sintiendo en derredor
los murmullos a él dirigidos y como cedían
las conversaciones en la forma que lo hacen
cuando aparece en escena un famoso: Allí
viene Olivero”. Barreira era joven y no conocía
las hazaÑas de ese hombre misterioso que inspira
un sagrado respeto y más adelante se arrepentiría
de no haberlo saludado.
Aprovecharemos
estas líneas para conocer a uno de los más
grandes héroes de la aviación europea, un pionero
de la aviación argentina y el primero en
llegar a Nueva York, por aire, desde Buenos Aires.
INFANCIA Y FAMILIA.
PIONERO DE LA AVIACIóN
Eduardo Alfredo Olivero nace en Tandil, provincia
de Buenos Aires, el 2 de noviembre de 1896, en el
hogar formado por dos inmigrantes italianos: Giovanni
y Margarita Galfré, que habían llegado al país
aÑos antes con sus hijos italianos.
Luego de vivir con
un hermano en el campo en la zona de Tres Arroyos,
viaja solo a los diecisiete aÑos a Buenos Aires,
y se instala por la zona de Villa Lugano, hasta lograr
ser admitido como alumno del Aeroclub Argentino,
logrando volar en julio de 1914. Aprueba los exámenes
de vuelo, pero no le otorgan el brevet por ser
menor de edad.
Es el piloto pionero más joven del
país. De regreso a Tandil, logra volar sobre la plaza
Independencia, convirtiéndose en un ídolo popular
en su ciudad.
GUERRA EN EUROPA
El estallido de la I Guerra Mundial significó
la convocatoria de muchos europeos que habían
abandonado el viejo continente para buscar un
destino mejor. Italia convocó al padre de Eduardo
y a su tío, lo cual conmovió al joven y lo decidió a
presentarse en la embajada italiana y solicitar ser
aceptado en reemplazo de sus familiares, lo que
fue aceptado por su condición de aviador. El 20
de julio de 1915 parte desde Tandil en tren y a los
dos días se embarca en el vapor “Algere” que lo
desembarca en Génova, viaja en tren a Roma y se
presenta en el Ministerio de Guerra, que lo asigna
al frente.
Le ofrecen convertirse en oficial renunciando
a la ciudadanía argentina, lo que Olivero
rechaza y prefiere ser soldado raso. En Turín obtiene
su brevet de aviador militar N° 1452.
Participa de numerosos combates, siempre
con una cinta celeste y blanca en su uniforme, y
obtiene su primera victoria el 13 de noviembre de
1916 derribando un avión austríaco.
Es ascendido
a sargento y a teniente con celeridad. A mediados
de 1917 llega a capitán, convirtiéndose en oficial.
El 2 de febrero de 1918 bate el récord europeo
de distancia en misión de reconocimiento. Al terminar
la guerra, Olivero cuenta con 553 misiones
de combate en 850 días.
Obtiene el récord italiano
de permanencia en el frente, al negarse a aceptar
licencias. Es comandante de flotilla y se convierte
en el as de la aviación italiana, al ser el piloto
con más derribos enemigos de la guerra.
Fue laureado con múltiples condecoraciones:
3 medallas de plata, dos medallas de bronce, la
Cruz de Guerra, Medalla Militar, Medalla para el
Voluntario de Guerra y la Medalla de la Unidad,
todas italianas, Cruz de Guerra con palmas francesa,
y la gran Cruz de Oro de Karageorgevic, de
Serbia. Gracias a Gabriel D’Annunzio, autor del libro
“De los Apeninos a los Andes”, logra regresar
a la Argentina, donde es recibido como un héroe.
Al llegar a su ciudad natal, fue recibido en la estación
ferroviaria por un cartel que decía: “Saludamos
al bravo Tandilero, que al caer de los cielos
aterriza, del rancho patriarcal bajo el alero… ¡Al
hermano pujante del pampero! ¡Al hijo de la Piedra
Movediza!
TRAGEDIA EN EL AIRE
Olivero se convierte en un entusiasta de las hazaÑas
y los récords. Logra batir el récord mundial
de altura, alcanzando los 8000 metros, donde perdió
el sentido y solo superó el desvanecimiento a
poco de estrellarse. Da clases en Tandil, y durante
un vuelo sobre el centro de la ciudad, su avión comienza
a incendiarse y para proteger a su copiloto
y amigo Guillermo Teruelo, lo cubre con sus manos
y su rostro, quemándose gravemente, a pesar de lo
cual logra aterrizar el avión. Sobrevive y las huellas
del accidente lo acompaÑarán para siempre:
pierde el tabique nasal, los pabellones auditivos y
su rostro, manos y brazos mostrarán para siempre
sus cicatrices. Recupera la movilidad de sus manos
tocando el bandoneón y para siempre deberá atarlas
al volante del avión, para seguir volando.
HAZAÑA AMERICANA
La década de 1920 será pródiga en eventos aéreos
inolvidables. En 1923 llega a Buenos Aires el
“Plus Ultra”, primer avión que cruza el océano Atlántico
Sur de la mano de Ramón Franco. Y para
Olivero el gran desafío es llegar a Nueva York. En
1926, junto a su amigo y alumno Bernardo Duggan
y al mecánico Emilio Campanelli, emprenden
la expedición desde Buenos Aires, que luego de 37
etapas y 81 días, los lleva a la gran ciudad norteamericana
en un avión italiano Savoia Marchetti,
al que bautizaron “Buenos Aires”. Este periplo se
convirtió en un suceso que estuvo en la tapa de todos
los diarios del mundo.
Al regreso, se perdieron en el río Amazonas,
donde convivieron con los indios, hasta que una
embarcación les permitió reparar su avión y les
proveyó el combustible que necesitaban para continuar
viaje a Buenos Aires. La llegada del hidroavión
a la capital argentina fue apoteótico, fueron
recibidos por el presidente Marcelo Torcuato de
Alvear, y varios autores y compositores les dedicaron
poesías, melodías, incluso tangos.
MATRIMONIO Y PERTENENCIA
A LA FUERZA AéREA
A pesar de su apariencia, que llega a ser descripta
como monstruosa en los periódicos de la
época, se casa en la iglesia Santo Domingo con Esther
Aurelia Petrone, quien lo convierte en padre
de Margarita, su única hija. Sigue vinculado en forma
permanente con la Fuerza Aérea, siendo un visitante
frecuente de las distintas bases aéreas y de
la escuela de oficiales, donde era recibido como un
héroe.
Sabedor de las penurias de los inmigrantes, decide
construir una iglesia y un colegio en el barrio
de la Boca, en Buenos Aires. Hoy la parroquia
Nuestra SeÑora de los Inmigrantes recuerda a este
hombre, que también quiso levantar un asilo para
huérfanos de guerra, pero no lo logró. Investigó
el desarrollo de combustibles vegetales y soÑó con
ser el primer hombre en alcanzar la estratósfera.
MUERTE Y HOMENAJES
Eduardo Olivero muere el 9 de marzo de 1966
en Buenos Aires. Se había convertido en el hombre
emblema de los aviadores militares argentino. Fue
sepultado con todos los honores en el Cementerio
de la Recoleta. Hoy se lo recuerda con calles, monumentos,
y en su ciudad natal, el museo “Fortín
Independencia” le dedica una sala, en la que hay
pertenencias personales de Olivero, una exquisita
colección de fotografías y maquetas de los aviones
volados por el prócer aéreo. Se ha fundado un instituto
de investigaciones aeroespaciales que lleva
su nombre, antecedido por su grado militar: “Mayor
Eduardo Olivero”.