35 años de democracia sin interrupciones 35 años de democracia sin interrupciones
La vida de cada uno de nosotros, como personas, es la acumulación indefectible de vivencias, experiencias y avatares que, según sea la proporción que cada una de ellas ocupe nuestra conciencia, será el contenido y la materia prima del sistema de representación de la realidad que finalmente construyamos y avalemos, haciendo con él, nuestra historia propia o, al menos parte de ella. Entonces, ante esta invitación a la reflexión social y política, es ese tesoro de vivencias personales el único sostén de un compartir sincero y con vocación de servir, de algún modo y en una mínima proporción por supuesto, a la construcción de un pensamiento colectivo superador. Hoy se cumplen 35 años desde aquel 10 de diciembre de 1983, cuando asumía la presidencia aquel hombre sencillo al que tuve la suerte, el privilegio y el honor de conocer y tratar en el marco de la política y la consideración que él mismo y sin merecimiento mayor de mi parte, me permitiera generosamente transitar. Raúl Alfonsín mostró siempre su apertura y predisposición a todo tipo de diálogo y encuentro que facilite toda coincidencia entre las diferentes fuerzas políticas y sociales y, por supuesto, entre los dos partidos mayoritarios e históricos de nuestro país, mostrando así con el ejemplo que la única prioridad que debe tener toda dirigencia política es la de "encontrar los caminos y medios para asegurar el bienestar general del pueblo". Y en este juego de postas, porque no es otra cosa esta democracia nuestra, siempre el esfuerzo de uno será el que aliviará (o no), el de nuestro par corredor. En el campo de la institucionalidad se llama "solidaridad transgeneracional" y es el reaseguro del sistema de valores cívicos que defendemos por cuanto nos representa como sistema de valores, de una ética y de una moral pública. En ese puñado de vivencias, de ese remolino de recuerdos que son el alimento del espíritu para cualquier persona, se me aparece la casa de la calle San José, ese refugio de mentes valiosas, de ideas inspiradoras y espíritus intrépidos que allá por 1980 ya desafiaban a la dictadura pensando en la arquitectura futura de nuestro gobierno, el gobierno del pueblo, en interminables y ruidosas reuniones llenas de discusiones, tan apasionadas como interminables, en boca de jóvenes veinteañeros que nunca habíamos votado todavía. Pienso en ese discurso de cierre de campaña que "hizo llorar a un país" como se lo describe e identifica hoy, en aquella noche mágica que presencié en persona y a metros de la fuente de tanta vibración humana, sentida y profunda. La democracia necesita hoy, más que nunca quizás, de la capacidad y el empuje de una juventud militante y activa. En tiempos en los que la democracia se ve amenazada en nuestra América por un neoliberalismo reaccionario que se alimenta todavía de conceptos más eufemísticos que políticamente aptos, mientras camuflan autoritarismos espurios que nada tienen que ver con la libertad y la igualdad para los tiempos que la democracia y su sistema de gobierno nos garantiza desde el estado constitucional de derecho. Mucho menos con aquella construcción democrática basada en los ejes fundacionales de la ética de la solidaridad, en la revalorización de la coincidencia, en el reconocimiento del otro y la capacidad para discrepar. Para todo ello se debía, según el expresidente Alfonsín, construir coincidencias y diálogo, desde una moral política en la que reconozcamos cuando un momento histórico nos exige ser innovadores. P or todo esto que digo, en este permiso para recordar y en ese razonamiento según el cual una de las patas de la democracia es la promoción de la participación directa de la ciudadanía en la vida política, creo que la posta la tienen hoy los más jóvenes, los chicos de la Franja y de todos los demás partidos y espacios de la política. La democracia es celebración, ruidos y estrépito. Es dinámica y feliz. Es una fiesta delante de las paredes y sin rasguñar aquellas piedras que a tantos chicos y chicas les doliera hasta la sangre en aquella época tan oscura. Hicimos lo que nuestro tiempo nos exigía y lo hicimos con la misma proporción de amor republicano y de errores. Sostengo que hoy es el tiempo de todos en general, pero de los más jóvenes en particular, porque son quienes siembran en nuestra provincia las semillas de la esperanza en una vida más igualitaria, solidaria, productiva y equitativa en términos de participación para conformar una nueva sociedad, y para profundizar nuestra democracia.