Haydeé Wagner, una docente que regaló ingenio y sabiduría a sus pequeños alumnos Haydeé Wagner, una docente que regaló ingenio y sabiduría a sus pequeños alumnos
Tiene 92 años y una lucidez envidiable. Sin pudores y con una amplia sonrisa asegura que su paso por la docencia le dejó “una piel sin arrugas a los 92 años”, y la satisfacción de “haber logrado que a los chicos les guste aprender, les interese, que lean porque les guste”, y a las nuevas generaciones les deja como mensaje que amen la profesión y conozcan la realidad de sus alumnos.
Haydeé Wagner de Costas representa a aquellas docentes de gran vocación, que ponen toda su imaginación al servicio de su apostolado. Comenzó su tarea siendo muy joven, y su amor por la enseñanza la llevó a idear un método que por ese entonces rompía con todos los moldes, y que lo aplicó a puro corazón. Sin formalismos ni burocracias.
Su emblemático apellido, ya que es hija del reconocido estudioso de la arqueología Emilio Wagner, quien junto con su hermano Duncan, hacia la década de 1930, propusieron la hipótesis de la existencia de la Civilización Chaco-Santiagueña, le abrió camino para que llegase a su primer cargo como docente.
Su historia
“Me recibí siendo muy joven y no conseguía trabajo, y como no trabajaba en política, estaba aislada. Un día llegó a Santiago como interventor un militar de origen belga que hablaba francés a la perfección, y se encontró con tía Cecilia, esposa de tío Duncan en un acto de la Alianza, y ella le comentó que vivía con una sobrina que se había recibido y no tenía puesto de maestra, y él se comprometió a ver qué podía hacer, y que le hiciera saber qué vacantes había. Y supimos de una que en la escuelita infantil de Suncho Corral pedían una maestra jardinera. Y ahí es donde comencé con mu carrera”, recuerda.
Cuando llegó a Suncho, por pedido de la directora, comenzó a enseñar en “inferior y superior”, mientras también alternaba con el jardín de infantes.
Todo esto sucedió allá por 1950, y desde su primer día al frente de sus alumnos, “de todos los tamaños, colores y pelajes”, y como tenía voz bajita y no podía hacerse escuchar por tantos chicos, se le ocurrió ir “dibujando esquemas en el pizarrón a medida que hablaba”, y se dio cuenta de que eso les gustaba.
“Así comencé a pensar que las letras, en vez de ser unos entes inertes fueran también un dibujo, a los chicos les gustaría más. Y con esa idea estuve ahí casi cinco años, y por razones familiares, me trasladaron a la escuela Borges, aquí en la Capital. Estando en primer grado, teníamos un libro para el docente, y cinco para los alumnos, que eran más de 30. Un día, escribiendo la palabra ‘ojo’ me daba una figura de ojos, entonces, con un círculo, quedaba una carita”, contó.
Imaginación
Y así comenzó a encontrarles una forma y una identificación para cada letra del abecedario, que con el tiempo se convirtió en el “Método H. Wagner, ideográfico, fonético y silábico”.
“De esta manera, logré bajar al mundo del chico, porque a los chicos les atraen los cuentos, y para cada letra había un cuentito. Las vocales les enseñaba con un versito rimado muy breve y una historia. Por ejemplo, a…, mi linda mamá; e…, un ojito que me ve; i…, un sombrerito aquí; o…, que susto se llevó; u…, la cunita de Michú”, relata y fundamenta su método en el hecho de que “la adquisición de los conocimientos se hace por elaboración y por razonamiento, sin fatigosos ejercicios de copia mecánica y tediosos, y procurando que entren en juego todas las facultades cognoscitivas”.
Sin dudas fue una gran visionaria, pues a cada conocimiento nuevo que inculcaba a sus alumnos, le ponía su sello particular, lo teatralizaba, lo convertía en un juego, pues se dio cuenta de que eso facilitaba la asimilación de sus chicos. Hasta cuando les daba como deber hacer palitos en la hoja del cuaderno, buscaba que “tenga vida”, quería que “no fueran simples líneas, porque eso aburre”.
Fue en contra de los métodos formales que entendía no ayudaban a los chicos
“Yo no quiero que mi vida sea como decía Luis XV: ‘Después de mí el diluvio’, yo quiero después de mí el arco iris; que haya esperanza. No conozco ningún país que se haya levantado en base al analfabetismo. Para salir de la pobreza, es necesario analfabetismo cero”, sostiene.