María, Madre María, Madre
de Caná se repiten con cada
generación, con cada familia,
con cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer
que nuestro corazón logre asentarse en amores duraderos,
en amores fecundos, en amores alegres. Demos un lugar
a María, la “Madre”, como dice el evangelista.
María está atenta. Está atenta en esas bodas ya comenzadas,
es solícita a las necesidades
de los novios. No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su amor la hace “ser hacia” los otros. Tampoco
busca a las amigas para comentar
lo que está pasando y criticar la mala preparación de las bodas. Y como está atenta, con su discreción, se da cuenta
de que falta el vino. El vino es signo de alegría, de amor, de abundancia. Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes
perciben que en sus casas hace rato que ya no hay de ese vino. Cuánta mujer sola y entristecida
se pregunta cuándo el amor se fue, cuándo el amor se escurrió de su vida. Cuántos
ancianos se sienten dejados
fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano, de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos. También la carencia de ese vino puede ser el efecto
de la falta de trabajo, de las enfermedades, situaciones problemáticas que nuestras familias en todo el mundo atraviesan.
María no es una madre “reclamadora”. ¡María, simplemente,
es madre! ¡Ahí está, atenta y solícita!...”
Pero María, en ese momento
que se percata que falta el vino, acude con confianza a Jesús. Eso significa que María
reza. Va a Jesús, reza. No va al mayordomo. Directamente
le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo...”. Parece
que Jesús quiere “zafar”, pero la madre lo conoce. No se achica. Jesús termina accediendo.
Ella logra adelantar el tiempo de sus milagros.
¡Hasta mañana!