Barreda: "Me arrepiento de haber matado a las cuatro" Barreda: "Me arrepiento de haber matado a las cuatro"
Ricardo Barreda, el hombre que liquidó a escopetazos limpios a su suegra, a su esposa y a sus dos hijas hace casi 25 años en La Plata, sobrevive en una habitación de terapia intermedia del hospital Magdalena V. de Martínez, en Pacheco, partido de Tigre. Llegó en mayo de 2016, cinco días después de que la Justicia disolviera sus cuentas con él y le declarara extinguida la condena, originalmente a perpetua.
Pero el mayor perdón y la mayor condena es la indiferencia. Y en este hospital pasa sus días el anciano. A veces sale a comprar el diario o a tomar sol al estacionamiento del hospital, o conversa con las enfermeras y enfermeros, quienes lo llaman "Ricardito".
Anda encorvado y lento sobre unas zapatillas verdes sin medias, bermudas marrones y camisa de mangas cortas con una remera debajo en la que se lee en inglés una palabra con múltiples acepciones: "light" puede ser luz, claro, o liviano.
Aquí, Barreda parece ir iluminado por cierto desinterés sobre su pasado. Un hospital suele ser un espacio netamente del presente. Nadie lo repudia ni le da vuelta la cara. El muchacho que comparte la habitación con él dice que no sabe quién es y sonríe como si no le importase. El médico que lo atiende, que prefiere no revelar su identidad, explica su estado de salud con profesionalismo y discreción.
–Bien, bien, bien, bien. Estoy muy tranquilo. El cuerpo de médicos es bueno. Las enfermeras son buenas chicas, muy buenas. Algunas. Todas no son iguales. Hay iguales y hay peores. Ya son malas. Y sí. -dice Barreda.
-¿Y por qué?
–Y no sé, habría que preguntarles a ellas. Como en todos lados, hay buena gente y mala gente.
La conversación se rige por el reglamento que el anciano femicida de pena extinguida impone sin dictarlo. Se tensa y se vuelve esquivo cuando el tema rodea la masacre que desató el 15 de noviembre de 1992, en su casa de la calle 48 contra su esposa Gladys McDonald (57), su suegra Elena Arreche (86), y sus hijas Cecilia (26), y Adriana, de 24 años.
–Acá me tratan bien todos. Hay gente aguda, grave y esdrújula. Con algunos miro documentales de Discovery, es lo único que miro en la televisión. Ah, y fútbol. Yo soy de Estudiantes, que juega hoy, un equipo modesto y ganador, de pierna fuerte y alfileres. No son muy académicos pero sirven.
Dos semanas atrás, el periodista Rodolfo Palacios, autor de "Conchita, el hombre que no amaba a las mujeres", reveló que Barreda le admitió a un enfermero que no quiso matar a Adriana, su hija menor: "Estaba como loco, giré, disparé y después me di cuenta que era ella".
En la charla se muestra esquivo a tocar el tema. Ante la pregunta pide que se la repitan porque no oye bien. "Hable más fuerte", exige con mirada de iceberg, como si le naciera cierto sadismo de probar hasta dónde va el tenor de las palabras que conforman la pregunta.
-¿Siente que podría haber evitado matarla a Adriana? ¿Ahora que pasaron casi 25 años, cree que pudo comportarse de otro modo?
–Eso pienso siempre. Es una cosa que uno la va a respirar siempre. A veces uno se alegra con algunas cosas, hay que buscarlas y seguir para adelante.
-¿Cómo convive con ese peso?
–Eso lo marca a uno para toda la vida. A cualquiera, o al menos a mí. A los demás no sé, ni me importa. Oiga, tengo que ir a hacer un llamado. No, dos, tres llamados.
-¿Se arrepiente?
-Sí, sí.
-¿De haberla matado a Adriana (su hija menor) o a las cuatro?
-A las cuatro, sí. No vamos a establecer diferencias.
El médico que lo atiende explica que llegó hace 11 meses por un problema en la próstata y mucho dolor en los huesos, y que lo ve bien pero un poco débil. "Está más cuidado acá adentro", admite con el tono que debe usar para cualquier paciente y advierte que, de todos modos, también Barreda corre riesgos: "Acá andan bacterias más fuertes y eso no sería bueno para su salud actual. Debería tener un lugar donde vivir, donde lo cuiden con gente de su edad. A veces pasa a visitarlo una asistente social".
El odontólogo dice que eso es un invento. La noticia de su llegada al hospital de Pacheco trascendió por un mensaje que una mujer posteó en Facebook en mayo del año pasado, tras encontrarlo en un pasillo, con los pantalones bajos y diciendo que se llamaba Alberto Navarro. Conmovida, la mujer pidió ayuda. "Amigos, este señor abuelo está en el hospital, no sé cuánto hace. Se llama Alberto Navarro, dice que no tiene familia pero yo creo que sí. Ahora, cómo pueden abandonarlo a su suerte? (…) Y díganle a sus hijos, o sobrinos, o hermanos. Qué son, no voy a decir la palabra, pero lo que yo daría por tenerlos a mis viejos vivos, cuidarlos como me cuidaron a mí".
Años atrás, después de recibir la perpetua, Barreda solía ir a "hablar" con su padre y con su madre al cementerio. "Monólogos", dice como toda referencia de aquello y se detiene en su reloj. Hace silencio y sin quitar los ojos de las agujas, que parecen detenidas, susurra: "Nadie se salva".
Fuente | infobae.com