Dolar Oficial: - Dolar Blue:- Dolar CCL:- Dolar Bolsa: - Dolar Mayorista: -

EL LIBERAL . Viceversa

Me han dicho que te llamabas Laura

20/08/2016 20:56 Viceversa
Escuchar:

Me han dicho que te llamabas Laura Me han dicho que te llamabas Laura

Antes de que cerraras la puerta

trasera, algo caería al suelo. No

te habías dado cuenta. Apurada.

Diligente. Enfrascada en alguna

urgencia impostergable. El remís

arrancaría en la esquina de la Libertad

y Belgrano, con el apuro

de no perder el verde del semáforo.

No te habías dado cuenta. En

el pavimento quedaba tu teléfono.

El auto avanzaba por la calle y

en el pavimento quedaba tu teléfono.

Abandonado y señero, quedaba

tu teléfono, como un triste

corazón sin dueño. Lo he recogido,

sin tiempo de hacer ni decir

nada, como a un triste corazón de

nadie, porque ya te habías alejado

demasiado, porque te habías alejado

para siempre. Te he seguido

hasta la esquina, inútilmente,

porque te habías alejado demasiado,

pero a lo mejor no tanto,

no tanto como para que vieras

mi brazo en alto. He quedado con

el teléfono en la mano, mirando el

auto que iba por la otra esquina.

No he podido gritarte, ni has visto

mi brazo en alto. He quedado

en medio de la calle con ese huérfano

en la mano. Me lo he llevado

con la idea de devolverlo. Ya vería

el modo. Claro que sí. Te encontraría

como sea.

Andaba por el centro, camino

a la casa de mi hermano, Heraldo.

Me esperaban. Antes de seguir

he mirado la pantalla, las últimas

llamadas y contactos. Después

lo he guardado en la mochila

hasta olvidarme. He seguido mi

camino. A la casa de mi hermano.

Me esperaban. ¿Podía imaginar

que estaba guardando los últimos

vestigios de tu voz?

En lo de Heraldo he estado poco

tiempo. Media hora, ponele.

Después al súper.

A la vuelta, un par de horas

más tarde, el timbre de un mensaje

me hace acordar que llevo una

cosa ajena en la mochila. Pienso:

Tengo que devolverlo, tengo que

devolverlo, cueste lo que cueste.

Llego a casa. Ceno. Solo, como

siempre. O no, porque hoy

me acompaña esta réplica de tus

tiempos que es como no estar solo,

es como una presencia implícita.

Después de cenar quedo en la

mesa a inspeccionar el artefacto.

Lo primero, las fotos. Veo las fotos.

Admito no resistir la tentación

de conocerte. Un viaje, un

cumpleaños, reuniones de trabajo,

objetos de la vida cotidiana y

retratos de seres que te rodean.

Niños que se repiten indefinidamente

en ambientes de hogar.

Sonrisas a granel. Felicidad congelada.

Me cuesta mucho ponerte un

rostro. El dueño de un teléfono es

el retrato más ausente, el ojo que

mira por el cristal de la ventana.

Ahora yo estoy usurpando esa visión

con las retinas de mi asombro.

Creo conocer tu cara en el

cuerpo de una mujer que aparece

de vez en cuando entre dos niños.

Linda, tu cara; lastima el maquillaje,

que nunca se repliega. No

es que te quedara mal, para nada,

pero hubiera querido verte de las

dos formas. Solitaria, tu cara. Con

un aire de pena, de días sin sosiego.

Joven, pero no tanto. Se puede

ver en tus gestos inmóviles el

asomo de una bondad retraída, la

mirada de alguien traspasado por

leves efectos de ternura. Pero de

una ternura limitada, controlada,

puesta siempre en su lugar. Los

rostros masculinos son de niños y

de viejos, o presencias que parecen

menos familiares.

Intento componer un torpe dibujo

biográfico. Son una mujer

sola, divorciada o viuda, con dos

hijos; trabajas con mucho sacrificio

para su sostén. A lo mejor te

plantaron y se fueron con otra.

Un sinvergüenza, ¿no te parece?

Es para romperle la cara a trompadas.

A vos, tan luego. Vives con

comodidades, pero sin lujos. Seguro

que trabajas demasiado.

Llegarías en la noche cansada

y abrazarías a tus niños y luego

les darías de cenar y al cabo de

algunos besos y risas, los llevarías

a dormir y te quedarías sola frente

al televisor hasta pasada la medianoche.

Eso es todo.

Tengo que apurarme. Por

Dios. Necesitas ese celular, con

urgencia. Una mujer como vos.

Tu trabajo, tus chicos, y tanta cosa

que cargas encima. Por eso voy

a los números de tus últimas llamadas.

Tengo la esperanza de que

una voz conocedora me diga tu

nombre, tu domicilio, cualquier

rastro.

Después voy a ir a entregarte

en manos propias y te voy a ver,

ahí, en frente mío, con tus ojos

traspasados de acotada ternura; y

me vas a decir gracias, no hay de

qué, ha sido un gusto y nos vamos

a despedir con un beso. Y me voy

a quedar feliz de haber devuelto

lo perdido y de que hayas sido

amable conmigo y, al fin, de haberte

conocido.

Así y todo, nadie atiende mi

llamada. Tres, cuatro, cinco intentos.

Y entonces, qué lástima,

no voy a poder devolver el teléfono

en manos propias, ni verte,

ahí, en frente mío, ni vos vas a poder

darme las gracias, ni yo decirte

no hay de qué, ni que haya sido

un gusto, ni nos vamos a despedir

con un beso. Tampoco voy

a quedarme feliz de haber devuelto

el teléfono. No voy a estar feliz

de que hayas sido amable conmigo

ni, por consiguiente, de haberte

conocido. Por cierto, no voy a

estar feliz de haberte conocido.

Después de probar insistentemente,

una voz masculina va a

contestar. Escucharla va a ser un

alivio, solo al principio. Le voy a

decir que he encontrado tu celular

en la calle, cuando subías a un

remís, que me diga un lugar para

llevártelo. Otra vez me veo entregando

en mano propia tu teléfono,

pero esa visión se interrumpe

con el golpe de un silencio superior

a cualquier espera. Después,

un confuso eco, que no voy a saber

si es un sollozo, una puteada

o las dos cosas al mismo tiempo.

Me van a cortar. Entonces habré

perdido del todo la calma.

Me voy a enterar más tarde. El

fin estaba antes que el principio.

Había sido testigo de tu viaje más

desdichado. ¿Me vas a creer si te

digo que no he oído las sirenas

de las ambulancias? Me han dicho

que te llamabas Laura, ¿puede

ser?l

Lo que debes saber
Lo más leído hoy