Mauricio Serrano, veterano de Malvinas, pide que la "causa no quede en el olvido"
Mauricio hoy está jubilado de su trabajo, a lo largo de 30 años, en la gastronomía. "Eso ayudó mucho en el trajinar de año a año de no pensar tanto en la guerra", aseguró.
No hay un segundo en la vida de Mauricio Serrano, veterano de guerra de Malvinas, en que el conflicto bélico que enfrentó a la Argentina con Inglaterra no esté presente en él. "Malvinas vive con cada excombatiente. Todas las mañanas, las tardes o las noches siempre hay algo para recordar de Malvinas", resaltó a EL LIBERAL, al evocarse hoy los 43 años de aquella conflagración que se llevó la vida de 649 argentinos.
Hijo de Teodoro Serrano, empleado municipal, y de Rosa Adelina Lazarte, ama de casa, para Mauricio, Malvinas sigue siendo una herida abierta que sangra desde aquel 2 de abril de 1982, cuando se iniciaron los combates, hasta el 14 de junio de ese año, fecha en que cesaron las acciones y las tropas argentinas se rindieron.
Casado con María Monserrat Cáceres y padre de Mauricio, Natalia Soledad, María Inés y Noelia Belén, el veterano de guerra nacido en la ciudad Capital remarcó su sueño y el de sus compañeros: "Que la causa Malvinas no quede en el olvido. Estoy orgulloso de haber combatido en su defensa".
Durante los 74 días que duró la contiendo bélica, Mauricio estuvo pertrechado, junto con sus compañeros del Batallón 3 de Infantería de Marina, en la Isla de Borbón o Isla de Bourbon, archipiélago de las Malvinas.
En una entrevista con EL LIBERAL, con motivo de recordarse hoy el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas, rememoró aquellos días aciagos al destacar que el batallón al que pertenecía tenía la misión de custodiar los 11 aviones Pucará que estaban en la pista de aterrizaje corto.
"El bautismo de fuego lo tuvimos el 15 de mayo. Ahí hemos visto lo que hacia el enemigo. Nos atacaron a las 23 y resistimos hasta casi las 3 de la madrugada. Ellos cumplieron su objetivo: rompieron los aviones", enfatizó Mauricio.
Lluvia providencial
Mauricio contó cómo fue que él y varios de sus compañeros no murieron en los enfrentamientos que se daban con el enemigo en una distancia de 400 a 500 metros.
"Nosotros nos salvamos porque, cerca de los aviones donde estábamos nosotros, teníamos las posiciones (pozos de zorro). Llovió quince días seguidos. Se nos inundó la posición y nos ordenaron volver al refugio, que era como un cuartel montado en un galpón que perteneció a los kelpers. Allí nos guarecemos y hacíamos secar la ropa. Gracias al clima hoy la estamos contando, si no los ingleses no iban a dejar rastros", dijo.
"En el pozos de zorro estábamos cuatro personas. El apuntador, que era yo. Y los otros tres, que eran los fusileros, provenían de Las Termas, de Tucumán y de Buenos Aires. Todos los ataques eran de noche y nosotros no teníamos visores nocturnos ni mira infrarroja como ellos. Éramos carne de cañón y los combates eran desde 400 a 500 metros de distancia", destacó.
Rendición y prisioneros
Contó que en la Isla Borbón "aguantamos hasta el 14 de junio. El día 15 nos toman prisioneros sin oponer resistencia, ya que esa era la orden que habían recibido de sus superiores. Nos devolvieron el 15 de julio. Estuvimos un mes como prisioneros en San Carlos. Nos tuvieron en un frigorífico abandonado que convirtieron en una fortaleza. En el frigorífico estuvimos quince días y luego nos llevaron a un barco", resaltó.
"El trato que tuvimos fue muy respetuoso, cordial, aunque enérgico en algunos casos. A los soldados nos dieron cierto trato especial, porque se admiraban que con 18 años y sin instrucción militar habían sido enviados a una guerra. Solo recibimos 45 días de instrucción militar. Nos decían baby", consignó.
En cuanto al retorno a Buenos Aires, Mauricio contó: "El 15 de julio, los ingleses nos llevan hasta Puerto Madryn. Por la tarde, nos embarcaron en dos aviones. Nosotros hemos venido con Mohamed Seineldín, Mario Menéndez, Aldo Rico y Martín Balza, pero no teníamos contactos con los oficiales de alto rango. De allí, a Buenos Aires".
Regreso a Santiago
Tras su retorno a Buenos Aires, Mauricio volvió a Santiago el 25 de julio de 1982 "con toda la carga emocional para verme con mis seres queridos. Me esperaban mi papá, mi mamá, mis hermanos Enrique (hoy fallecido), María Laura y Pedro Pablo".
Y otra "guerra" le esperaba. La de sortear la indiferencia de la sociedad en el marco de un proceso de desmalvinización que caló hondo en ellos. "Ha sido bastante duro con la sociedad. Los distintos gobiernos que han estado no nos daban la importancia o el trato que merecíamos. Muchos compañeros tomaron la decisión de suicidarse. Otros no pudieron superar los traumas que causan las guerras. La verdad que duele mucho. Golpeábamos puertas, buscábamos trabajos. Decíamos que éramos excombatientes como para que nos tengan más en cuenta, pero te catalogaban como un loquito".
Mauricio hoy está jubilado de su trabajo, a lo largo de 30 años, en la gastronomía. "Eso ayudó mucho en el trajinar de año a año, de no pensar tanto en la guerra", cerró.