La esperanza en la familia: el tesoro más grande que existe
Mar Dorrio
Este año se ha declarado el Año Jubilar de la Esperanza, por lo que es una buena oportunidad para aplicar esta virtud en el ámbito de la institución familiar. Tener esperanza en la familia significa creer con firmeza que, a pesar de sus imperfecciones, es el bien más grande que podemos encontrar: ese rincón del mundo donde somos queridos por quienes realmente somos.
Esperanza en que, aunque los hijos atraviesen momentos de turbulencia, si rezamos por ellos, volverán a levantar la mirada al cielo y encontrarán el camino de regreso al hogar, tanto físico como espiritual.
Alguien me recomendó rezar el Santo Rosario por ese hijo perdido, pidiendo al ángel de la guarda que esté con nosotros presente mientras rezamos. Es confiar en que ninguna oración queda sin respuesta y que, aunque no veamos los frutos de inmediato, Dios trabaja en el silencio, preparando el terreno para el regreso de ese hijo amado.
El poder de la esperanza
Esperanza en que los matrimonios puedan resistir los embates de la vida, acompañándose mutuamente en cada tramo del camino con amor, paciencia y comprensión. Esperanza en que las familias políticas se conviertan en puentes de unión y no en fuentes de división, promoviendo la armonía en lugar de los conflictos.
Esperanza en que cada nueva vida que Dios nos concede sea recibida como un gran regalo, una muestra de Su infinita confianza en nosotros. Que entendamos el privilegio y la responsabilidad de cuidar y formar a los hijos, reconociendo en ellos no solo el futuro de nuestra familia, sino también piezas clave en el plan de Dios para la eternidad.
Esperanza en que las dificultades económicas que enfrentemos no escapan de los planes de Dios y que Él nos dará las soluciones necesarias en el momento adecuado.
Esperanza en que las enfermedades que puedan surgir en algún miembro de la familia nos ayuden a crecer, fortalecer nuestros lazos y a valorar las cosas realmente importantes de la vida. Esperanza en que nuestras oraciones nunca son ignoradas por el cielo, y que una familia que reza unida permanece unida.
El valor de la familia
Cuando Dios envió a Su Hijo, no eligió precisamente un castillo para Su llegada, ni buscó la comodidad de los bienes materiales o una época donde existiesen avances como la penicilina.
En cambio, desde toda la eternidad, eligió una familia, porque sabía que era lo único verdaderamente importante. Una familia que, a pesar de su sencillez y humildad, estaba llena de amor, fe y entrega, capaz de proteger y cuidar al Salvador del mundo.
Dios nos enseña así que la familia es el lugar donde se forjan los valores, donde se encuentra la fortaleza para enfrentar las adversidades y donde se experimenta el amor incondicional que refleja Su amor por nosotros. Desde luego, si algo debería ser sencillo, es tener esperanza en ella, en la familia.