Deshazte de las pantallas en la mesa familiar y prueba esto
Por Daniel Esparza.
Por Daniel Esparza para Aleteia.
Los seres humanos somos narradores naturales sin necesidad de pantallas. Desde los primeros cuentos susurrados a la luz del fuego hasta los grandes relatos de las Escrituras, los cuentos siempre han sido una piedra angular de la conexión humana.
En la tradición católica, las historias tienen un significado aún más profundo: son vehículos de verdad, fe y formación moral. Desde las parábolas de Jesús hasta las vidas de los santos, las narraciones que heredamos conforman nuestra comprensión de Dios y de nosotros mismos.
Sin embargo, en muchos hogares, las pantallas en la mesa amenazan con silenciar esta rica tradición. Las notificaciones sustituyen a la risa, el desplazamiento sustituye al contacto visual y, a menudo, un dispositivo ocupa el lugar que debería ocupar un corazón abierto. Esta pérdida es profunda, pero no irreversible. Al recuperar la mesa como un espacio libre de pantallas, las familias pueden volver a alimentar la confianza, intimidad y alegría de compartir historias.
Por qué las pantallas no deben estar en la mesa
Las comidas son un momento sagrado tanto en el sentido físico como en el espiritual. Proporcionan alimento al cuerpo y, al mismo tiempo, ofrecen la oportunidad de establecer una conexión significativa con los demás.
La mesa familiar refleja el altar, donde los fieles se reúnen para compartir la comunión con Dios y con los demás. Traer pantallas a este espacio introduce distracciones, erosionando las conexiones profundas que fomenta la hora de comer.
Los estudios demuestran sistemáticamente que el uso de pantallas durante las comidas disminuye la conversación y debilita los lazos familiares. Los niños son especialmente sensibles a estos momentos; anhelan ser vistos, escuchados y valorados por sus padres y hermanos. Cuando el foco de atención se desplaza a una pantalla, el mensaje sutil que se transmite es que el mundo virtual importa más que las personas que están en la habitación.
El poder de las historias compartidas
En lugar de pantallas, las familias pueden volver a contar historias, una práctica que no solo entretiene, sino que también forma el carácter y la fe. Las historias contadas en la mesa pueden incluir, desde anécdotas familiares desenfadadas, hasta reflexiones sobre las Escrituras o la vida de los santos.
En la tradición católica abundan los relatos ricos. Compartir estas historias refuerza la fe al tiempo que invita a los niños a comprometerse con las lecciones que ofrecen. Pero la narración no tiene por qué limitarse a los cuentos sagrados. Las historias de la infancia de uno de los padres, un suceso divertido en el trabajo o una aventura inventada pueden provocar la risa y crear recuerdos duraderos.
Cuando las familias comparten historias, enseñan virtudes esenciales como el valor, la bondad y la perseverancia. Los niños llegan a comprender que los retos de la vida pueden afrontarse con fe y que la vida de cada persona forma parte de una historia mayor escrita por Dios.
Construir la intimidad sin estímulos externos
La sencillez de compartir una comida sin distracciones externas permite un tipo de intimidad más profunda. En ausencia de pantallas, las familias pueden saborear tanto la comida como las conversaciones. Preguntas abiertas como "¿Qué ha sido lo mejor de tu día?" o "¿Por qué estás agradecido?" invitan a todos a hablar y a escuchar.
Estos momentos generan confianza, sobre todo en los niños, que necesitan sentir que se valoran sus pensamientos y sentimientos. Un niño que crece siendo escuchado de verdad en la mesa tiene más probabilidades de plantear a sus padres preguntas difíciles o dificultades más adelante.
Recuperar la mesa
Convertir la mesa en una zona libre de pantallas no requiere grandes gestos, sino simples intenciones.
Empieza por establecer una norma familiar compartida: nada de teléfonos, tabletas u otros dispositivos durante las comidas. Para facilitar la transición, crea rituales para las comidas que todos esperen con impaciencia. Por ejemplo, encender una vela, rezar una oración de acción de gracias o elegir un "cuentacuentos del día" que comparta su historia favorita.