Opinión

La IA

Por Francisco Viola.

El 10 de febrero de 1996, la computadora nombrada Deep Blue, venció al campeón mundial de ajedrez, el ruso Garry Kasparov, en una partida. Obviamente, ese hecho fue significativo en la relación de las máquinas con el ser humano y la idea de la inteligencia artificial. Esta famosa inteligencia artificial ya había sido expuesta en dos películas muy conocidas: 2001: A Space Odyssey (1968) y Terminator (1984). Las tres situaciones ponían en relevancia que la IA no sólo podía, sino que realmente, complicaba y desafiaba la existencia humana.

Deep blue le ganó la segunda partida a Kasparov; ya que la primera fue para el ruso. En ese momento la máquina tenía dos torres de 2 metros de altura, más de 500 procesadores y 216 chips aceleradores diseñados para el ajedrez. Podía procesar 200 millones de jugadas en un segundo. Era, en términos de Marvel, el Dr. Strange, capaz de analizar tantos datos de forma simultánea y con una rapidez alucinante. Ahora bien, Garry, aun controlándose, al ganar y perder sintió emociones. Por su parte, cuando Deep blue ganó, las emociones fueron de Hsu y Campbell (los creadores de la máquina) y, seguramente, de los empresarios de IBM Research que posibilitaron el tiempo, el dinero y las instalaciones para crear la máquina. Esto también es la realidad. Porque la inteligencia artificial sigue siendo una tecnología. 

Es más, si le preguntamos a la IA como se define, ella te responde: Es un conjunto de tecnologías que permiten a las computadoras realizar funciones avanzadas, como analizar datos, hacer recomendaciones, ver, comprender y traducir lenguaje. Se basa en el aprendizaje automático y el aprendizaje profundo. Tiene capacidades de resolución de problemas similares a las de las personas. Puede reconocer imágenes, escribir poemas y hacer predicciones basadas en datos. O sea, sus capacidades son infinitas, literalmente. Ahora bien, si la pregunta es si puede sentir, la respuesta es bien taxativa: No, la inteligencia artificial (IA) no puede sentir emociones, pero sí puede reconocerlas y simularlas. O sea, podría engañarme fácilmente y hasta reconocer con mayor eficiencia que un ser humano como me siento. Pero, no podría expresar las emociones.

Las tecnologías no son buenas ni malas, son creaciones humanas capaces de interactuar con seres humanos para que esto les den un fin y un objetivo. Nuestra historia nos muestra con suficiente claridad esta realidad. Es más, nuestra naturaleza (siempre diversa, siempre social, siempre relacionada con los demás de algún modo, siempre coqueteando con el poder) canaliza la tecnología para los fines que pretende su espíritu. Así somos capaces de mejorar el bienestar y generar, con lo mismo, el malestar supremo en alguien. Somos creadores y también capaces de destruir. Para ello usamos la tecnología, pero las emociones que sentimos, ser buenos o crueles, egoístas o altruistas es sólo lo gestionamos nosotros. 

Lo que pretendo decir es lo obvio que todos ustedes pueden intuir, más allá de hacernos la cabeza con nuestra inquietante y volátil imaginación. No es la IA el problema. Ella nace de la maravillosa capacidad humana de imaginar, crear, organizar y buscar soluciones a lo que cree un problema. Como la utilizamos para que sea en pos de evitar el daño, generar más bienestar al ser humano es la clave. 

En una reciente conferencia de educación médica, le preguntaron a un colega si la IA podía reemplazar en algún momento al profesional de la medicina, al ser capaces de ser más preciso en el diagnóstico y el tratamiento. La respuesta fue contundente y, luego del shock, increíblemente precisa. Dijo el doctor: si la medicina sólo es datos combinados, analizados a una velocidad supersónica y propuestos como solución, obviamente que la IA puede reemplazar fácilmente al cerebro humano. Pero si a ese acto hay que agregarle empatía, consideración, una dosis de gentileza, la capacidad de respetar creencias y de reconocer el sufrimiento y darle entidad para la propuesta terapéutica y, sobre todo, el acompañamiento. Siempre el ser humano será irremplazable. 

Yo escribo poesías, no son buenas y la IA podría superarme en la capacidad de crear rimas endecasílabas que no creo poder hacer. Pero la poesía no es la perfección es traducir emociones e intentar generarlas y percibirlas. Allí sigo siendo inalcanzable. Porque alguna vez me sentí feliz por escribirla. 

No nos preocupemos por lo que la IA exista. Es más la afinemos. Es una herramienta que nos puede ayudar. Nos encarguemos que los Derechos Humanos sean cada vez más vigentes que la educación emocional sea más eficaz y que el ser humano sea siempre capaz de reconocer en el otro el reflejo de lo que siempre debemos cuidar. 

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