CRÓNICAS DE LAS SOMBRAS DE SANTIAGO DEL ESTERO
Por Belén Cianferoni.
Somos la nación del fuego, ya lo dije antes, y el calor nos convierte en los mejores buscadores de sombra de la Argentina. Sabemos muchísimo sobre sombras y espejismos.
Nuestras sombras son pocas, pero muy profundas. Una espera bajo la sombra de un árbol en la plaza de la ciudad puede llevarte a los lugares más insospechados de tu mente. Te enfrentas a ti mismo, discutes y buscas respuestas con tu otro yo. Te formulas todo tipo de preguntas, algunas duras, como "¿llegaré a fin de mes?", y otras simples, como "¿estará mal un sanguche de milanesa a las 11 de la mañana, entre trámite y trámite?".
Todo tipo de incógnitas.
Mirar las hojas moviéndose de un algarrobo te teletransporta, quizás a un recreo del colegio, a timbres, a juguitos y palitos helados mientras desafiabas al destino jugando por una figurita para completar tu álbum. La sombra juega con nosotros cuando hace calor, acaricia nuestro inconsciente y nos susurra al oído: "Descansa, todo va a ir bien". La espera en un árbol es distinta. Cambia según la variedad. Esta cronista preguntó a varios ciudadanos sobre este maravilloso fenómeno, y muchos comentaron que la sombra del algarrobo es rala, con manchones solares, porque las copas no suelen ser tan tupidas y las hojas no tienen la cercanía necesaria para ofrecer una sombra pareja.
Otro adulto se volvió niño al recordar: "Había calores tan fuertes en el campo que el único fresquito que nos llegaba era la ishpita de los coyuyos cuando dormíamos la siesta bajo el algarrobo". Hace tanto calor, sinceramente, que ni los coyuyos se animan a cantar o a emitir cualquier ruidito, y cualquier promesa de frescura es recibida con los brazos abiertos.
No es lo mismo una espera a las doce de la mañana bajo el sol que una espera bajo un eucalipto. Es distinto.
La espera mentolada del eucalipto incita a tus pulmones a abrirse más, a expulsar todo lo malo del día y aleja cariñosamente a cualquier mosquito que se atreva a molestarte. Te dice que es posible jugar como un niño en las hamacas del parque. Esa sombra ancestral, esa barrera contra el terror, te abraza y te dice: "Bajo mis hojas no vas a morir de calor, recupérate antes de seguir camino". Sigamos catando otras sombras.
La sombra del lapacho es distinta, es un mimo a los ojos. Esperar bajo un árbol tan floreado te lleva a pasear por las figuras más alucinantes del noroeste argentino. Una bailarina que gira vestida de rosa mientras cae. Un pañuelo rosa que se desprende de un tren mientras una enamorada se despide por la ventana. Un disparo de color rosa. O, si tienes hambre, una masita rosa que cae de un árbol hacia tus piernas. El lapacho te permite pensar en otras cosas, alejarte de lo cotidiano y, por un breve momento, reiniciar la vista.
La sombra del tala es poética, profunda y generosa. Te permite hacer reflexiones profundas y artísticas. Te da tiempo y espacio para componer canciones y escribir. No es una sombra pasajera. Nadie sale inmune o libre de la sombra de un tala. Con el silencio necesario, puedes encausar tu vida y decidir qué hacer en los momentos más difíciles.
En Santiago no le tenemos miedo a las sombras, les damos la bienvenida y aceptamos su presencia, porque entendemos que en esa oscuridad momentánea no se encuentra la penumbra de nuestra alma, sino un descanso entre tanto fuego.