Fiesta de Nuestra Señora de la Consolación de Sumampa año 2024
Con la virgen de la consolación caminando hacia el Jubileo.
Bendito sea el Señor que nos permite reencontrarnos en este vallecito de nuestro querido Santiago del Estero. Venimos con un corazón pobre y humilde pero confiado en la intercesión de nuestra Madre de la Consolación. Dios Padre quiso que esta milagrosa Imagen de María haya llegado a nuestros pagos en 1630. Vamos hacia los 400 años de presencia Mariana en este rinconcito oculto de nuestra patria: y desde este lugar sagrado se fueron derramando gracias por generaciones a todos los que recurrimos a Ella, por ser Madre del Señor y Madre de la Iglesia. Aquí nos sentimos cercanos, acortando distancias y superando barreras que nos impone la vida cotidiana. Siendo hijos de Dios, nos sentimos y afianzamos nuestra condición de Familia y fraternidad entre nosotros.
Como rezamos muchas veces: "nos sentimos heridos y agobiados, precisamos tu alivio y fortaleza", somos frágiles, estamos cansados con muchas cargas en "nuestra mochila", pero volvemos con confianza porque, y recibiendo maravillosos testimonios: "aquí se alivia la mochila. Las gracias del Dios de la Vida nos ayudan a recuperar la alegría de ser hijos, amados por el Señor y seguros de la caricia y ternura de nuestra madre, que nos reúne alrededor de una mesa.
Culminando el año de la Oración al que nos convocó el Papa Francisco, meditamos diversas escenas del Evangelio donde encontramos a Jesús orando y enseñando a orar a sus discípulos. Aún en medio de tantas actividades, Jesús busca momentos de soledad y silencio para estar con su Padre: su ejemplo y exhortación nos impulsa a la oración para constituirnos en comunidades orantes para la misión. Esta misma actitud orante la encontramos en su Madre, la Virgen. María ora con los Apóstoles, ella lo hace como una más entre ellos, ella es parte de un pueblo, María está "entre los humildes y pobres del Señor, que confiadamente esperan y reciben de Él la salvación" LG 55. Los once oran, y también María implora con sus oraciones el don del Espíritu. Ella no se muestra por encima de los demás. Por el contrario, se une a ellos en la oración desde su condición humana que busca y anhela la salvación propia y de la humanidad.
En aquellos comienzos de la Iglesia, María es una entre los Apóstoles y orando con ellos coopera con el nacimiento de la Iglesia en estado de misión. Es una peregrina que inicia su camino entre tantos caminantes, que ora pidiendo lo que Jesús había prometido. Es madre entre sus hijos, fortaleciendo sus vínculos fraternos, animando a la esperanza, constituyendo una familia de este grupo que acaba de tener la experiencia Pascual.
María es el eco de la voz de Jesús: "separados de mi nada pueden hacer" Jn 15,5 Estas palabras dichas por Jesús antes de su Pasión, nos señala que, para cumplir con la voluntad de Dios, con nuestra misión de discípulos misioneros, en el aquí y ahora, necesitamos estar unidos a la Vid para dar frutos buenos. Siempre corremos el riesgo de "cortarnos solos", muchas veces nos desprendemos de la comunidad, creyendo que solos podemos. Muy rápidamente perdemos fuerzas, entusiasmo, dejamos de ser "sal y luz" en el mundo, nos quedamos buscando sólo nuestros intereses cerrando los ojos y el corazón a los hermanos. El venir a Sumampa nos vuelve a dimensiones fundamentales de nuestro ser de bautizados y seguidores de Jesús.
El santuario se convierte en lugar de oración, de encuentro personal con el Señor que nos espera, en lugar donde compartimos la oración, la escucha de la Palabra, la participación de la fiesta de la Eucaristía. Nos sentimos unidos como pueblo que ora y busca renovar la fe y la esperanza que en la vida cotidiana atraviesa momentos de incertidumbre, de aridez, de desolación ante las muchas pruebas de la vida familiar y social. Muchas veces encontramos alivio y consuelo en el encuentro sereno con la Virgen donde podemos experimentar su mirada tierna y portadora de paz para nuestra vida, y renovadas fuerzas para volver a nuestros lugares con nuevos ánimos para asumir nuestras tareas, en nuestros estados de vida, en nuestros compromisos, con sentido de Fe.
Ya que estamos contemplando esta escena de la Iglesia naciente a la espera del Espíritu que los va enviar a la misión no podemos quedarnos en una dimensión "intimista de nuestra oración". Es un peligro que nos acecha hacer de nuestros encuentros de oración un tiempo de alienación de la realidad de vida, tanto comunitaria como social. Por ello podemos inspirarnos en la actitud de María, que participa de la boda, la fiesta de los novios: como una más, sin protagonismos ni primeros lugares. Invitada como su Hijo con los discípulos. Participando de la fiesta no deja de estar atenta a lo que sucede alrededor. Esta atenta a los problemas de los otros, tanto que se da cuenta que la falta de vino podría frustrar la alegría de la fiesta y traer preocupación a los novios. No solo constata el problema, sino que toma la iniciativa para resolverlo. Confía en Jesús y dice a los servidores: "hagan todo lo él les diga". Nosotros también vemos los problemas, hacemos buenos diagnósticos, pero quedamos lentos para el compromiso, nos falta aquello que cantaba el poeta sacerdote Julián Zini: "Por eso digo, para salvarse/ hay que juntarse y arremangarse, neike chamigo!" Neike en guaraní se traduce "vamos amigo". Hay que juntarse y arremangarse en las resoluciones de situaciones de injustica, de pobreza cruel, de violencia, de sometimientos de hermanos en la esclavitud de las adicciones, del juego, y abusos de personas, del abandono de niños o mayores que viven en la soledad y en estado lamentable, muy lejos de la dignidad humana, creatura e hijo de Dios. Nos gusta mirar desde lejos, fáciles para hablar y criticar, pero mezquinos con nuestros talentos, bienes y dones que recibimos de la Providencia de Dios. Esta actitud servicial que brota de un corazón atravesado por la gracia de Dios nos hace superar la Indiferencia, una enfermedad típica de nuestro mundo. Una enfermedad que, habiendo visto el sufrimiento y postración de tantos hermanos nos hace pasar de largo. Debemos pedir a Nuestra Madre de la Consolación que transforme nuestra indiferencia, aislamiento e individualismo en solidaridad, fraternidad y compromiso con el bien común, y de cada hermano.
María percibió la carencia en la boda, la hizo suya solidariamente y se puso manos a la obra. La auténtica oración y encuentro con Dios, abre los ojos a la realidad de nuestros hermanos y nos lleva a ser samaritanos de tantos caídos a la vera del camino. Darnos cuenta del vino que falta, colaborar en lo que de nosotros depende, teniendo en la Palabra de Jesús nuestra fuerza y nuestra luz.
Por ello podemos preguntarnos: ¿cómo es mi oración? ¿Busco como Jesús y María tiempos fuertes de encuentro con nuestro Dios? ¿Qué hago con los dones y talentos que he recibido en mi vida? ¿La oración me lleva a compromisos en la comunidad y en la sociedad trabajando y ocupándome con los pobres de nuestra cercanía?
Estar aquí renueva nuestra fe, nos consuela en nuestras luchas, abre el corazón a los hermanos para vivir la fraternidad y nos ayuda retomar los compromisos cristianos asumidos en nuestro Bautismo. Pero estamos a las puertas de un Año muy especial para nuestra Iglesia. Ese regalo de la Fe que hemos recibido en nuestro Bautismo, acompañados de nuestras familias queremos renovarla de modo especial en el año de Jubileo al que nos convocó el Papa Francisco.
Este año del Jubileo comenzará con la próxima Navidad y culminará hacia fines del año 2025. Se va a vivir en cada iglesia local, con distintas actividades y encuentros que iremos diseñando y comunicando, siempre animados con espíritu misionero llegando a los más alejados y al cual estamos todos convocados. Tiempo de gracia, de peregrinaciones, en especial a los santuarios, tiempos de conversión y reconciliación, poniendo en el centro a los hermanos más sufrientes de las comunidades para convertirnos en signos de esperanza para ellos. El lema de este año de gracia para todo el pueblo de Dios será "Peregrinos de la Esperanza". Pedimos la gracia de renovar la Esperanza, que recibimos en nuestro Bautismo, junto con la fe y la caridad.
La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto. En ella vemos que la esperanza no es un fútil optimismo, sino un don de gracia en el realismo de la vida. Como toda madre, cada vez que María miraba a su Hijo pensaba en el futuro, y ciertamente en su corazón permanecían grabadas esas palabras que Simeón le había dirigido en el templo: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón". (Lc 2,34-35). Por eso, al pie de la cruz, mientras veía a Jesús inocente sufrir y morir, aun atravesada por un dolor desgarrador, repetía su "sí", sin perder la esperanza y la confianza en el Señor. De ese modo ella cooperaba por nosotros en el cumplimiento de lo que había dicho su Hijo, anunciando que "debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días" (Mc 8,31), y en el tormento de ese dolor ofrecido por amor se convertía en nuestra Madre, Madre de la esperanza. No es casual que la piedad popular siga invocando a la Santísima Virgen como Stella maris, un título expresivo de la esperanza cierta de que, en los borrascosos acontecimientos de la vida, la Madre de Dios viene en nuestro auxilio, nos sostiene y nos invita a confiar y a seguir esperando.
Las tempestades nunca podrán prevalecer, porque estamos anclados en la esperanza de la gracia, que nos hace capaces de vivir en Cristo superando el pecado, el miedo y la muerte. Esta esperanza que nosotros tenemos es como un ancla del alma, sólida y firme, que penetra más allá del velo, allí mismo donde Jesús entró por nosotros, como precursor" (Hb 6,18-20). Es una invitación fuerte a no perder nunca esa esperanza que nos ha sido dada, a abrazarla encontrando refugio en Dios.
Que la Virgen de la Consolación nos acune en sus brazos, haga sentir su protección, nos regale el Consuelo para ser consoladores de nuestros hermanos.
+ Vicente BOKALIC CM
Arzobispo de Santiago del Estero