Crónica de la peluquería de mi alma
Por Belén Cianferoni.
Cuando me pierdo, o cuando el avispero me apura... voy a la peluquería. No importa el tamaño del dolor; voy a que me laven la cabeza y acomoden mis pensamientos con shampoo y alguna que otra ampollita de nutrición. Mi pelo habla las emociones que mi boca decide callar. Por vergüenza o miedo, el pelo no tiene piedad. Mi cabellera es sincera.
La gente dice tantas cosas cuando va a la peluquería que a veces me pregunto si no deberían otorgar un título honoris causa a cada uno de los estilistas de Santiago del Estero. Solo Dios sabe la cantidad de penas, dramas y lágrimas que conoce mi pobre Pili.
"Belén, cortá esas puntas, no sé qué esperás. Tu pelo ya cumplió su ciclo, dejalo ir." Ay, Pili, si tan solo fuera tan fácil. Mi cuerpo me habla a través de mi pelo; cuando estoy alterada, me ayuda descargando energía por las puntas. No puedo dejarme ir, tengo esa necesidad de aferrarme a todo hasta el último momento. Siempre aterrada porque todo termine y que no lo haya disfrutado lo suficiente. Cada etapa de mi vida, es una capa de mi pelo que me dice adiós. Es mi infancia, mi adolescencia diciéndome... Quédate un poquitito más.
Es tan fácil lavarse la cabeza cuando uno se siente sucio, pero tan difícil limpiarse la mente cuando los pensamientos se enredan entre sí. Despeinada y aturdida, una va por la vida, buscando poder crecer. Parece que es nuestro cuerpo el que nos indica por dónde doblar, cuándo detenernos, o cuándo desensillar cuando la tormenta entra en nuestra vida.
Para seguirle el ritmo a todo, cuando el cielo está nublado, siempre está la peluquería.
Pili, creo que no sabe la imagen de consuelo que le da a mi alma. Nunca me ha dado consejos, pero me creo una armadura para poder seguir adelante. Mi armadura es negra y brillante, es mi pelo con sus rulos.
Fue creada en el santuario de mis amores, en la peluquería. Está Ermita de autocuidado y amor propio, en el que me encuentro cada vez que me pierdo.