Expresar una opinión
Por Francisco Viola.
Hay una viñeta de Quino que circula, donde se ve a "Quino" preguntándole a Mafalda si practica un deporte de riesgo y ella le contesta: "Si, en ocasiones doy mi opinión". Más allá de la agudeza de la respuesta, ella nos genera esa sensación paradójica de humor y cierta preocupación. Es una frase picaresca que la podemos reconocer como verdad cruda. Lo cierto es que, pasado el efecto de sonreírnos, si nos detenemos un poco en lo que dice, nos debería producir un poco de tristeza, por no decir preocupación o miedo.
Dar una opinión es ofrecer un punto de vista sobre algo utilizando los recursos que unos dispone (conocimiento, experiencia, motivación, gusto, análisis, como los positivos, pero en ocasión también surge de improvisación, prejuicio, incontinencia verbal, intereses ocultos, incapacidades, envidia y etc.). Es decir, que toda opinión es elaborada con un sesgo particular, a veces muy ostensible, otras más controlado. A veces, con intereses egoístas, otras con sincera disposición.
Es algo inevitable, es humano y es universal. Por eso, se podría decir, que todo ser humano tiene una opinión. Es más, esta columna lo es. Son las generales de la ley.
Lo que inquieta son dos cosas que me parecen más comunes en este siglo XXI. La primera, obvia, si bien siempre la gente ha tenido opiniones, es la primera vez que las podemos lanzar al universo casi sin ningún coste. Basta ver un foro de una noticia donde hay personas que liberan sin tapujos el odio, la misoginia, el rencor personal, la ignorancia más supina, la xenofobia, el racismo, el desconocimiento total sobre lo opinado, la mezcla risoria, sino fuera trágica, de sensacionalismo burdo, absurdos sin sentidos. Insisto siempre ha habido bocones para emitir opinión, somos humanos y con todos los defectos disponibles. Sólo que creo que se ha potenciado el defecto más ostensible en estas épocas: hay gente que no cree que está dando opiniones, sino verdades vomitadas por Dios. Van por la vida con sentencias que afectan, hacen daño y no se hacen responsables de comprender que si bien tienen derecho a emitir opinión (¡viva la libertad de expresión siempre!), no tienen derecho a ser impunes por la diarrea oral que tienen. Creo que es causado porque se perdió la capacidad del debate, ya que todos creen que dicen la justa y no se dan cuenta que sólo decimos "opiniones", la mayoría de las veces.
A eso se agrega que, tal como si fuéramos un cambalache futurista, esas verdades de pacotilla van mezcladas con opiniones sesudas, bien lógicas o simplemente con comentarios respetuosos. Sin embargo, a veces, todo transita como si fuese igual, haciendo actual, más de 100 años después lo que Discépolo dijo tan certero: "Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor// Ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador// Todo es igual, nada es mejor// ¡Lo mismo un burro que un gran profesor!
Personalmente esto es una opinión, valga decirlo- creo que mucho tiene que ver la pérdida del pensamiento crítico o la falta de educación en ese sentido. Curiosamente, en esta sentencia, está también la forma de resolverlo. Para pensarlo me gusta la opinión que dio el premio nobel de literatura mexicano Octavio Paz, quien, en 1967, dijo: "El espíritu crítico es la gran conquista de la edad moderna. Nuestra civilización se ha fundado precisamente sobre la noción crítica... un pensamiento que renuncia a la crítica, especialmente a la crítica de sí mismo no es pensamiento. Sin crítica, es decir, sin rigor y sin experimentación no hay ciencia; sin ella tampoco hay arte ni literatura. Inclusive diría que sin ella no hay sociedad sana".
Pues, es simple, aunque laborioso: enseñar el pensamiento crítico, fortalecerlo, permitir la opinión de cualquier tipo y someterla al debate sesudo, sincero, lógico y dedicado. Fomentar que la universidad sea más universidad que nunca, donde el pensamiento sea contrastado con la ciencia y la ciencia sea aplicada a la realidad social de las personas.
No hay otro camino para lo que todos opinan y se llenan la boca: conseguir el bien común. Entonces, la pregunta es simple: ¿cuándo comenzamos de forma unánime a hacerlo?