Santiago

Crónicas de la uva

Tener un jardín implica una sinceridad cruel. Vas a crear en base a tu realidad, tu forma de ser y tu necesidad.  

Necesito hierbabuena para el kippi... Mi mamá la necesita, yo solo quiero que el kippi tenga hierbabuena criada en casa. Una hierba no malcriada, que no tenga que ir pidiendo de vecino en vecino para encontrar unas hojitas.  

Es necesario consultarnos antes de plantar. ¿Qué quiero en mi vida y qué estoy dispuesto a dar? ¿Cuánto tiempo tengo? ¿Cuántas horas al día puedo regar?  

También es importante preguntarnos qué queremos. ¿Queremos comer más sano? Plantamos verduras. ¿Queremos un descanso después del trabajo? Plantamos flores para verlas. ¿Queremos que nuestra casa esté perfumada? Plantamos rosas y aromáticas. ¿Queremos invertir? No lo hacemos en peta, plantamos palta para vender en el futuro. La gente se equivocó, no era peta, era palta.  

Lo que plantamos lo veremos en nuestras vidas a largo plazo, eso es cierto, pero si no empezamos, no tendremos sombra.  

Vamos de a poco, entonces.

Es necesario ver a la Belén del presente y preguntarle... "Che, malcriada, ¿ahora qué quieres?"  

Yo quiero un jardín perfumado, del que pueda sacar yuyos para el mate y en el que pueda descansar la vista cuando esté harta de la computadora.  

Es difícil hablar con nosotros mismos porque no nos enseñaron, pero si nos preguntamos qué perfume nos gusta, seguramente completar la frase va a ser más fácil, porque nos dejamos guiar por nuestros sentidos.  

Qué queremos comer es más difícil, porque vienen imágenes de nuestra infancia, de mesas y madres con ollas. Una vez escuché a un sirio preguntarle a su hijo qué quería comer, y este le contestó: "Un poquito de paz". Sembrar es alimentarnos con paz.

A lo mejor la tierra es la forma de unirnos con nuestro yo del futuro. No sabemos qué preocupaciones tendrá, pero le mandamos todas y flores para que sus ojos descansen un poco.  

Durante muchos años coseché las uvas de la parra de mi abuelo. Esa era nuestra forma de vencer el tiempo y el olvido. Nuestro lenguaje íntimo y mudo eran las uvas Moscatel y las Torrontés. Mi abuelo plantó parras, y yo coseché las uvas de la vid. Cada vez que comía una sentía uno de sus consejos entrar en mí: "Sé dulce", "sé buena", "alimentate", "vos podés".  

La unión con la familia y el lenguaje de las flores y la fruta es un idioma que nunca se calla, y que siempre está. Usando ese mensaje quiero aprovechar y decirles a todas las madres que están leyendo esto, incluida la mía, les deseo un jardín hermoso, con mensajes de amor en cada planta: rosas para perfumar sus problemas más complicados, verduras que alimenten esos días flacos de fuerzas y, por sobre todo, el amor mismo que ustedes plantaron en sus úteros por nueve meses.  

Un jardín no es solo tierra, un jardín es amor, un jardín es todo lo que crece. Y, citando a un grande, Atahualpa, me despido: "Para el que mira sin ver, la tierra es tierra nomás".

Ir a la nota original

MáS NOTICIAS