En torno a psicoanálisis y medicina desde la pospandemia
Por Guillermo Zimmermann.
Relación siempre a revisar la que hace al psicoanálisis y la medicina. Durante el año pasado concurrimos una vez más a ello, motivados por el libro "Psicoanálisis y medicina, entre sufrimiento y satisfacción" compilado por el doctor Emilio Vascheto, con quien contamos para su comentario. Por meras razones temporales, sus autores no pudieron considerar los efectos de la expansión del COVID al momento de escribir los artículos. Este trabajo se propone retomar la indagación desde esta perspectiva, señándola con observaciones de actualidad, también de localía.
La pandemia fue ante todo un hecho imprevisto, un fuera de programa. Cabe adoptar para ella la expresión de F. Regnault: "un violento movimiento de lo real". Visitar hoy lecturas anteriores, pero no distantes, a su estallido, nos sorprende. Algunas pueden parecer a la vez irónicas y premonitorias. Así la del filósofo coreano Byung Chu Lan. Agudo observador, hacia el 2016 había constatado que la sociedad occidental ya no vivía la época viral. La era bacterial había llegado a su fin con la invención y la propagación masiva del antibiótico. Pero todo esto, "a pesar del manifiesto miedo a una pandemia gripal" (cito señalando que la palabra era casi desconocida entonces). Para caracterizar el estado social prepandémico, consagró la expresión "Sociedad del cansancio". Otros autores usaron otras parecidas; se intentaba nominar una prevalencia de patologías pretendidamente neuronales, desplegando una sugerente nosografía de trastornos y la popularización de su nomenclatura por siglas: Trastorno límite de la personalidad o TLP, síndrome de desgaste ocupacional o SDO trastorno por déficit de atención con hiperactividad TDA, TDH, TDHA o como ustedes quieran.
Consideremos nuestra actualidad, (¿tan parecida o tan distinta?); digámosle pospandémica. Desde el atalaya de la clínica se constatan hechos notables. Me gustaría comenzar por observaciones al paño, de lo más superficial que allí se ofrece: La mayoría de la gente tiene problemas para situar esos años, aparecen como un lapso sin duración, un tiempo de comprender todavía en busca de su momento de concluir. Si no de modo absoluto, sí en notable desproporción con el peligro que significó, la pandemia no ha generado efectos traumáticos. (Que no debieran confundirse con ocasionales manifestaciones de duelo, lamentablemente superpuesto). Incluso quienes hubieron de atravesarlos en soledad, y sobre todo, quienes se han visto afectados por un contagio; no lo sueñan, no se ven invadidos por recuerdos, cuando éstos aparecen son descatectizados. Hay también, es el caso el quien suscribe, quienes lo recuerdan como un tiempo diluido, pero de una curiosa felicidad. Ruidos de pájaros, postales de calles vacías que me guardaré.
Debemos señalar la excepción porque es notable; la que hace a los agentes de salud, sometidos a presiones extremas. Particularmente los de enfermería. Sirva de ejemplo el caso de R.; trabajadora del hospital regional quien, como otras, agotó todas las instancias para no volver a ocuparse de la guardia, puesto donde era requerida. Un rápido relato de lo vivido enseña que, a pesar del escenario cruento de puertas de plásticos y barbijos, de la amenaza permanente, omnipresente e invisible del contagio; el schreck freudiano, lo traumático y repetitivo, sólo se instaló al corporizarse ésta en la aterradora figura del respirador. R sufrió el contagio pero justamente no necesitó ser conectada, lo que tornó esa amenaza una tortura. Le dijeran lo que le dijeran, ella siempre sabía (puesto que era enfermera) que si la conectaban nadie podía asegurarle que volvería a abrir los ojos. La sintomatología traumática que desarrolló a posteriori fue muy importante.
Puede relacionarse esta increencia, esta falta de garantía otorgada por el otro (aunque aquí lo escribimos con minúscula, reducido al semejante, incluso al par) con la marcada agresividad manifiesta durante aquellos tiempos en las instituciones de salud.
El lacanismo distingue tajantemente esta posición imaginaria, especular incluso; de la pasión del odio, orientada siempre hacia un goce opaco y refractario que se desconoce. Es interesante recordar los derroteros de ésta durante la pandemia.
Desde un primer momento, situémonos entonces en el 2020; el odio intentó canalizarse por la vía del racismo, tal vez su forma más pura y clásica. La propagandística imperial, bastante infantil en última instancia, nos presentó los célebres chinos comedores de murciélagos. Más allá de la insistencia mediática, no tuvo el éxito esperado. Nadie dejó de ir a comprar alimentos al super chino, por ejemplo. Cabe especular si la empresa no hubiera sido tristemente exitosa de desarrollarse en un tiempo anterior, en la época viral por volver a esta categoría de Chu-Lan, que implicaba una simple, casi espontánea delimitación del adentro y el afuera, ubicando el peligro en este último espacio. En aquél año de 2020 compitió con la otra hipótesis, muy arraigada en el imaginario popular, de los científicos corruptos o distraídos. Clara herencia cinematográfica, queríamos igualmente recordarla; pues podría encontrarse allí el origen de un hilo que se continúa hasta la actualidad, donde la ciencia médica es situada como lacaya de lo más inhumano del capitalismo y atacada con ferocidad. Pensemos, en efecto, que lo que no deja de ser una hazaña científica sin precedentes, casi el cumplimiento del sueño de los modernos, como lo fuera el descubrimiento contra reloj y la producción en serie de las vacunas contra el COVID; sea señalada como un cruel negocio, que dejó por saldo irreversibles secuelas en la población mundial. Lo interesante es que sea la propia comunidad médica la más movilizada: Páginas como médicos por la verdad o la verdad de la vacuna.org, donde se exponen y denuncian estos efectos, son por estos días asiduamente visitadas y dividen una población angustiada. No es nuestra intención pronunciarnos respecto de la posibilidad, por cierto verosímil, de que las vacunas acarreen efectos perniciosos a la salud; es la conjetura de un Otro (ahora sí con mayúscula) pérfido y todopoderoso que lo hubiera orquestado todo desde el principio la que se nos antoja un poco, por utilizar un actual neologismo, "conspiranoica". Señalar los elementos neuróticos, en el sentido de la estructura, que parecieran comandar estas construcciones (la entronización del padre terrible, instancia tirana que para su goce impone un orden malvado con que se encubre un real que refracta el sentido y que angustia); nos ofrece la excusa para visitar una vez más los planteos de Lacan sobre la situación posmoderna de la ciencia, pronunciados ya en 1960, en ocasión de su seminario sobre la ética. De allí extraemos: "Es un hecho que (los poderes) se dejaron agarrar, y que la ciencia obtuvo sus créditos, gracias a los cuales tenemos actualmente esta venganza encima. Cosa fascinante, pero que para quienes están en el punto más avanzado de la ciencia no deja de acompañarse de la viva conciencia de que están al pie del muro del odio"1
Denostada victoria ésta de la ciencia, delicado empate el de los poderes estatales, ni aún a los espíritus más inocentes se les esconde reconocer al "gran ganador" del magno proceso pandémico. Sólo que no es un "alguien"; si no lo que Lacan llamó el discurso Capitalista, donde se pierde la función nominante que encontrábamos en el clásico discurso del amo, lo que genera un sometimiento que ya no es un doblegarse de súbditos si no una captación de aliados; un mecanismo que se retroalimenta y se acelera fuera de cualquier límite, eludiendo ese tope que desde Freud llamamos castración. Piénsese en la precipitada instalación, durante la pandemia, de la virtualidad como herramienta adquisitiva. Resulta sorprendente recordar que antes comprábamos, nos comunicábamos o estudiábamos sin internet. Respecto a la practicidad, el supuesto "ahorro de tiempo" que justificaría su permanencia y primacía en casi todo tipo de relación social; cabe argumentar con los mismos términos que Freud utilizó en el Malestar en la cultura a propósito del ferrocarril y el teléfono, regalándonos la entrañable analogía del somnoliento que saca la pierna de abajo de las mantas, en una mañana fría, solo para obsequiarse el gratuito placer de volverla a cobijar. En efecto: es evidente que si no tuviéramos la comunicación virtual como una supresión del tiempo de traslado, nuestras agendas no estarían cargadas hasta en los más íntimos momentos hogareños. Acaso sea recién en éste estado del Malestar (digamos de nuevo, por qué no: pospandémico) que la fundacional sentencia de B. Franklin "el tiempo es dinero" desvela su rostro más superyoico, ciertamente "obsceno y feroz". En este panorama, poco puede sorprendernos reencontrar el aluvión de trastornos que definían el panorama psicopatológico de "La sociedad del cansancio", y que ilusamente pensamos en retirada. (Texto leído en ocasión de las 1ras jornadas de Fundación Parletre bajo el lema: "Qué ley nos ordena hoy?" 9 de Marzo de 2024).
Por Guillermo Zimmermann. Psicoanalista. Miembro de la Fundación Parlêtre.