Crónica de la sfija añorada
Por Belén Cianferoni.
Ayer estuve en un local de comida árabe y miraba cómo la carne bailaba con el fuego. Mi cuerpo me dice que tengo descendencia árabe. Mi cadera, mi nariz y mis ojeras me impiden olvidar mi origen.
De niña, creía que cumplía con todos los requisitos para ser una santiagueña-sirio-libanesa: en mi casa se cocinaba comida árabe. Punto. Eso era suficiente para la ciudadanía. Si comías kippi crudo, pasabas; si no, de vuelta a la fila.
Mi mamá cocinaba sfijas y yo sentía que se me ponía un caderín mágico, y en mi mente bailaba la canción "Habibi" de Amr Diab o "Kiss Kiss" de Tarkan. Si las conocen todos, no se hagan. Todos bailamos esa canción en algún cumpleaños de quince o en un casamiento. Cada vez que la encuentro en alguna radio olvidada, me saca una sonrisa de otros tiempos y me dan ganas de mandarme una sfija recién salida del horno. En cada bocado de niño envuelto, de kippi o de tripa rellena, siento que hay un viento ancestral con ojos verdes observándome.
En cada trozo de kipi, me imagino a mis antepasados huyendo de la guerra, apostando sus sueños por una fantasía en otro lugar, en otro idioma. Huyendo con lo justo, pero con todo por ganar. Otro bocado de una sfija con un poquito de limón y puré de garbanzos, y siento el cariño de una madre abrazando a su hijo en Beirut o en Alepo. El amor trasciende las fronteras y no tiene vocablos para detener el miedo. El amor siempre está en los labios; ¿será por eso que cocinamos con los sabores de nuestra familia?
Mientras hablaba con una amiga de Siria, migrante, me comentó el verdadero nombre de los niños envueltos: iabrak. Casualmente, esta comida está en mi top diez de platos favoritos. Enterarme de su nombre original fue devastador. Me siento como una mujer que se casó con el amor de su vida, pero descubre que tiene otro nombre, otra vida, otro pasado. Lo mismo sucede con la tripa rellena: masarin. Un nombre tan bello, que de no haber conocido su significado, tranquilamente hubiera llamado a uno de mis hijos así, Masarin. ¿Se lo imaginan enterándose, en un futuro, que en verdad su nombre significaba "tripa rellena"? Uff.
Krasiah Al Awad, con esa tranquilidad de quien conoce el fuego por dentro y por fuera, me comentaba un dato curioso de sus días en Argentina:
"Había un programa que se llamaba 100 Argentinos Dicen. Tenés que acertar con la respuesta que más votos ha tenido en la calle. Una pregunta decía: 'Nombrar una comida típica argentina'. Una familia aprieta el botón y dice 'kippi'. ¿Adivinás en qué orden salió? ¡En el primero! ¡En el primero! Cien argentinos dicen que el kippi es una comida típica argentina. Y te imaginás la emoción que sentí. Encima me reía, pero digo que fue una cosa maravillosa".
Sabemos que no es cierto, sabemos que en verdad no nació aquí, pero le tenemos tanto cariño, por tantos hermosos momentos compartidos en la mesa, que no podemos evitar sentir que esa historia es también nuestra.Pese a la guerra, pese al miedo, pese al fuego, siempre seremos hermanos abrazados contra el terror de los días. A lo mejor con un pedazo de pan, a lo mejor con una sfija entre nosotras. Vos y yo sabemos que no importa el lugar, mi amada Krasiah. El sol es siempre igual, como dice la canción, y donde sea que estés, siempre seremos hermanas del mismo país: la poesía y los niños envueltos.