Sarmiento: el más grande entre los grandes
Por Eduardo Lazzari. Historiador.
El 15 de febrero de 1811 nacía en el barrio "El Carrascal" de la ciudad de San Juan de la Frontera Faustino Valentín Sarmiento. Eran tiempos en los que el nombre de los niños dependía del almanaque. Nacido entre los días de San Valentín y San Faustino, el hijo de José Clemente y de Paula Albarracín pasaría a la historia como Domingo, ya que la madre encomendaba al santo patrono de la iglesia más cercana a su casa a ese acuariano travieso que era su quinto hijo. Sin duda se puede afirmar que nació con la Patria.
Mucho se ha escrito sobre la vida de Sarmiento, sus amores y sus pasiones; sobre sus condiciones de estadista y la gigantesca obra de su presidencia; sobre su compromiso público como concejal, diputado, senador, embajador, director general de Escuelas, gobernador y presidente. Pero sin duda merece la máxima consideración su obra intelectual y su literatura, que lo convierten en un genio americano, reconocido como tal en el mundo, quizá mucho más que los que sus compatriotas en estos tiempos lo hacemos. Vale recordar que participó también del inicio del fútbol en la Argentina, cuando el fundador de Alumni, el escocés Alejandro Watson Hutton, le comentó sobre el tema, a lo que Sarmiento contestó: "Que aprendan, mi amigo, a las patadas, pero que aprendan".
Sarmiento en el mundo y en Santiago del Estero
Cátedras universitarias en Alemania, un ala de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, escuelas en varios países americanos, instituciones culturales varias, todas llevan su nombre. Sus monumentos engalanan ciudades del orbe en las tres Américas, en Europa e incluso en África. Ninguna ciudad argentina deja de homenajearlo y como curiosidad en Buenos Aires hay grandes estatuas como las realizadas por Auguste Rodin y Emile Peynot, además de decenas de bustos que se lucen en escuelas, bibliotecas, ateneos culturales, plaza, incluso en casas de provincia y organizaciones privadas.
En la provincia de Santiago del Estero un departamento a orillas del río Salado lleva su nombre, en el cual se encuentran Villa Matará, Suncho Corral y Garza. En la capital una calle céntrica se llama como el sanjuanino, y su continuación lleva el nombre de su sucesor en la presidencia: Avellaneda, calle lindera a la plaza Libertad. Su plaza está enfrente de la Escuela Normal "Manuel Belgrano". La Biblioteca Popular "Sarmiento" es un doble homenaje al prócer, por su nombre y por ser una expresión cabal de una idea genial promotora de la cultura, entidad que ha sido reconocida con la declaración de su edificio como monumento histórico nacional.
Cada ciudad, cada pueblo, cada paraje santiagueño le rinde homenaje a un hombre sin par, tal como entona su himno, pero sobre todo representa el agradecimiento a la gran tarea de promoción social que fue el programa de educación pública promovido por don Domingo Faustino. Basta recordar que fue el fundador del Colegio Militar de la Nación, de la Escuela Naval Militar, de las Escuelas Normales de Tucumán y Paraná y sobre todo esparció como semillas escuelas primarias en todo el país bajo el lema: "por cada escuela que se abre, se cierra una cárcel". Es tan notable su obra educativa que ha sido reconocido como Maestro de América por la Primera Conferencia Interamericana de Educación reunida en Panamá en 1943, estableciendo el 11 de septiembre, día de su muerte, como el día del Maestro Panamericano.
Un Sarmiento para seguir descubriendo: el escritor
Una faceta que muchas veces queda oculta en medio de los debates acerca de las ideas y de la obra de Sarmiento es su carácter de escritor. Es el hombre que más publicó en castellano en el mundo en el siglo XIX. Miguel de Unamuno llegó a compararlo con Miguel de Cervantes y lo ubicó como el más genial escritor después del autor del "Quijote". Leopoldo Lugones y Jorge Luis Borges coincidieron en sostener que "Civilización y Barbarie", el Facundo, era el mejor libro de la literatura argentina.
Su obra completa, que fuera compilada por su nieto Augusto Belin Sarmiento y publicada por primera vez entre 1884 y 1903, reeditada en los albores del siglo XXI por la Universidad Nacional de La Matanza, consta de 53 tomos en los que quedó compendiado el devenir intelectual de Sarmiento a lo largo de 60 años. Allí se pueden encontrar cientos de artículos periodísticos sobre los más diversos temas; memorias sobre distintos aspectos de su paso por la función pública y sobre todo sus libros, cada uno de los cuales nos permiten introducirnos en una personalidad fascinante de quien debe ser considerado siempre en su triple carácter de maestro, hombre público y periodista. No deja de ser interesante que Sarmiento buscó publicar en París sus obras más importantes, ya que por entonces sólo las editoriales francesas llegaban con su distribución a todo el mundo.
Sus libros de lectura indispensable, por orden cronológico de escritura, son: Mi Defensa (1843); Civilización y Barbarie (1845); Vida de Aldao (1845); Viajes por Europa, África y América (1849); De la Educación Popular (1849): Argirópolis (1850); Recuerdos de Provincia (1850); Campaña del Ejército Grande (1852); Comentario a la Constitución de la Confederación Argentina (1853); Memoria sobre educación común (1856); El Chacho (1865); Las escuelas, bases de la prosperidad (1866); La infancia y educación de Abraham Lincoln (1873); Conflicto y armonías de las razas en América (1883) y Vida de Dominguito (1886). Su obra dedicada a la pedagogía más importante es Método gradual de enseñar a leer el castellano (1845); y su polémica con Juan Bautista Alberdi queda plasmada en las Ciento y Una (1850).
Sus últimos días
Instalado en Asunción del Paraguay por consejo de su médico para aliviarse de sus males reumáticos, es cordialmente recibido por el antiguo recuerdo de su defensa de la existencia del país luego de la guerra de la Triple Alianza, cuando el Brasil propuso repartirse las tierras y hacer desaparecer al Paraguay como entidad jurídica, a lo que Sarmiento se opuso tenazmente. Compra e instala la primera casa refrigerada por serpentinas con agua en América del Sur. Solía acompañar a los obreros durante la construcción, y festeja el final de obra con un asado, servido con cervezas, que el mismo Sarmiento había refrigerado sumergiéndolas en el agua del río. Puede considerárselo el promotor de la cerveza fría en los trópicos.
Muere el 11 de setiembre de 1888, y se cumple con un ritual hoy olvidado: se sacan fotos del cadáver. Sarmiento fue acomodado en una silla mecedora que tenía un pupitre, con un abanico en su mano y con la bacinilla a sus pies, hecho que había pedido para que se lo considerara "sólo un hombre". Sus restos fueron trasladados a Buenos Aires en un vapor por los ríos Paraguay y Paraná. Al paso del cortejo fúnebre fluvial, las ciudades argentinas le rendían homenaje imponiendo el desembarco del ataúd para venerar los restos mortales. Incluso Rosario, que no fue capital por los vetos presidenciales del sanjuanino, hizo un funeral de cuerpo presente en la plaza "25 de mayo", frente al municipio, donde aún hoy está marcado en el suelo el espacio donde fue colocado sobre un sarcófago el cajón.
El 21 de setiembre llega a Buenos Aires el buque que transporta el cuerpo de Sarmiento. Lo recibe una multitud y habla el vicepresidente Carlos Pellegrini, quien dirá: "Fue el cerebro más poderoso que haya producido América". Fue sepultado, según su voluntad, en el Cementerio de la Recoleta, que él visitaba para meditar sobre el destino, frente a las tumbas de sus viejos adversarios. En 1900, la Universidad de Buenos Aires dispondrá que ese día, el 21 de setiembre, sea el día del estudiante, en homenaje a que el gran apóstol de la educación argentina yace desde entonces en la custodia de quienes son sus beneficiarios.
En 1990 el presidente Carlos Menem decretó el traslado de varios personajes históricos a sus tierras natales: Juan Manuel de Rosas desde Southampton en Inglaterra, Ricardo López Jordán desde el cementerio porteño de la Recoleta a Paraná, y también Sarmiento a San Juan y Juan Facundo Quiroga a La Rioja desde la misma necrópolis. Pero las familias, que podrían haberse considerado enemigas, se unieron en la resistencia e impidieron que Quiroga y Sarmiento fueran removidos de sus tumbas en Buenos Aires, ya que ambos habían dejado su última voluntad en ese sentido.
Una anécdota extraordinaria se produjo a fines del siglo XX. El cajón que contenía a Sarmiento mostró graves signos de deterioro, por lo que varias instituciones y muchos "sarmientinos" adquirieron un nuevo cofre para los restos mortales del prócer. En una soleada mañana invernal, una veintena de personas se llegaron a la cripta de los Sarmiento para ser testigos del acontecimiento. Un capataz y dos sepultureros del cementerio procedieron a realizar el traslado de los huesos entre el ataúd inservible y el nuevo cofre. Al terminar su tarea, el chozno de Sarmiento Carlos Gómez Belin había juntado dinero para dárselo a los operarios, una costumbre que es habitual en los funerales.
El capataz dijo una frase que sonó como un rayo en una tarde soleada: "¿Cómo me va a dar dinero por este señor?". Pareció un gesto de desprecio a don Domingo ante el asombro de los presentes. Pero todo se aclaró cuando ante la insistencia de Carlos, el capataz elevó la voz y afirmó: "No voy a recibir ningún dinero, tuve en mis manos los huesos del que nos enseñó a leer y escribir". En los hoscos modos de un capataz de cementerio, fue el más notable homenaje a Sarmiento que me tocó presenciar hasta hoy en mi vida.
Es deber de argentino decir cada día esa frase notable: "Para el grande entre los grandes, padre del aula, Sarmiento Inmortal. Gloria y Loor. Honra sin par".