La Última Mirada
Por Adriana C. Congiu de Flaja. Psicoanalista. Miembro de la Fundación Parlêtre.
Un día ella sacó una a una las cartas que guardaba sin abrir. Los sobres llevaban su nombre en la portada. En el lugar del remitente, aparecía un poco borrado, el apodo con el que la nombraban en la infancia. Ella, había tomado el coraje de leerse.
Analizarse es en cierto punto: leerse. Leerse, para así conocer la propia historia.
Si afirmamos con Lacan que el inconsciente es del orden de lo escrito y que puja permanentemente por expresarse; podríamos pensar que en el dispositivo analítico el inconsciente posee un eco y una resonancia tal, que exige ser leído en voz alta.
Bien, siguiendo esta orientación, Miller ha presentado al inconsciente, como aquel libro de tirada única en el que estaría el guion de nuestra vida o al menos su hilo conductor.1
La excelente metáfora nos trae aquella frase de Lacan: "aquel que lee no está solo". Es verdad; sin embargo, hay que saber, que hay lecturas que resultan imposibles si no existe alguien que ofrezca las claves de la grafía jeroglífica en la que se presenta.
En este sentido, el analista está llamado a dar las leyes de ese lenguaje neurótico en el que la verdad de cada sujeto ha sido reprimida. Una represión que la obliga a disfrazarse, para poder seguir viviendo y ramificándose.
La lectura del inconsciente, nos recuerda entonces que: el autoanálisis no existe; y en segundo lugar, que si hay lector es porque hubo escritor.
Entonces, volviendo a la experiencia analítica, podemos afirmar que se inicia con tres elementos: analizante-inconsciente-analista. Lugares en los que, si intentáramos ubicar al lector y al escritor, encontraríamos un doble juego. El ahora lector, el verdadero interesado en la lectura de las cartas, fue antes escritor, solo que no se reconoce en su escritura. Su inconsciente fue escrito por otro sujeto que, si bien es parte de sí, es un sujeto que ocupó de a poco su lugar en determinados momentos. Un sujeto vacilante, que cada tanto le dice y hace cosas que lo sorprenden y lo desconciertan. El sujeto del inconsciente.
Tenemos entonces la figura del analizante, dividida; es lector y también escritor. Se lee a sí mismo, pero parece no entender la propia letra. Mientras que la figura del analista ocupa el lugar del oyente, un oyente que dirige la lectura colocando la puntuación adecuada.
Ahora, cuando el libro se ha terminado, solo quedan las marcas de las páginas que han hilvanado los momentos importantes del relato. Las puntuaciones diferentes han modificado la sintaxis y la narración se ha vuelto poema.
Sin embargo, también decía Miller que no basta con "leerse el libro", habría que comérselo, saborearlo 2. Indicación que señala que el orden pulsional no puede quedar afuera. 3
Entonces, cuando el cuento ha finalizado, el eco de la propia voz puede llamar a la última mirada. A esa mirada fatal y necesaria en la que se descubre el lugar vacío (y silencioso), del que venían los hilos conductores de la vida.
En ese instante, el lector ya no vacila. El sujeto que lo representaba (y que también lo estorbaba), ha sido desalojado. La marioneta ha caído a su lado.
Un cuerpo viviente ocupa su lugar y quiere una nueva vida. Una vida en la que, tal vez, pueda escribir sin jeroglíficos. (Artículo publicado originalmente en Revista Parlêtre n°10 de la Fundación Parlêtre. Santiago del Estero).
Bibliografía
1 Miller, Jacques-Alain: "Cartas a la Opinión Ilustrada". Ed.
2 Miller, Jacques-Alain: "Cosas de Familia en el Inconsciente" en Revista Lapsus N° 3, Pág.41. Valencia, 1993.
3 Jacques Lacan en "Función y Campo de la Palabra en Psicoanálisis", cita, en un pie de página, al poeta Francis Ponge, recordando esa resonancia propia de las cosas vivas. La palabra que toma es réson que alude a razón y resonancia. Curiosamente, la desinencia del vocablo: "on" en francés, es un pronombre; "ello"; por lo que deducimos que señala: lo real.