La Diócesis de Santiago del Estero: Sede Primada de la República Argentina (Segunda Parte)
Por Eduardo Lazzari, historiador.
En estos tiempos festivos para Santiago del Estero, en la espera de la ceremonia que consagre la condición de Sede Primada argentina el próximo 7 de septiembre, seguiremos recorriendo la vida episcopal de la "Madre de Ciudades" y "Madre de la Iglesia Argentina", cuando Santiago fue elegida como sede del obispo del Tucumán en 1570, a sólo 17 años de su fundación.
Evolución del territorio de la Diócesis del Tucumán
Los largos años de la diócesis del Tucumán con sede en Santiago del Estero se prolongaron entre el 10 de mayo de 1570 y el 19 de junio de 1699, fecha en la que el obispo Juan Manuel Mercadillo hace efectivo el traslado de la cabeza de la jurisdicción a la ciudad de Córdoba, cambio ordenado por el papa Inocencio XII el 28 de noviembre de 1697. Debe destacarse que la diócesis mantuvo su territorio original casi dos siglos y medio hasta el 10 de marzo de 1806 cuando se crea la diócesis de Salta del Tucumán, a través de la bula "Regalium Principum" del papa Pío VII, que le quitó a Córdoba los territorios correspondientes a las actuales provincias argentinas de Salta, Jujuy, Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero, y la boliviana de Tarija. En compensación, la más antigua sede episcopal argentina recibe la jurisdicción sobre Cuyo: Mendoza, San Juan y San Luis.
Fue entonces cuando Santiago del Estero pasó a depender eclesiásticamente de Salta. La autoridad superior de estas diócesis hoy argentinas era el arzobispo de La Plata (Chuquisaca), situación que se mantuvo hasta la elevación a arquidiócesis de Buenos Aires, el 5 de marzo de 1866. El 15 de febrero de 1897, la nueva diócesis de Tucumán, ahora con sede en San Miguel, pasa a ser la cabecera religiosa a la que debió responder la provincia santiagueña. Esta injusticia histórica, que durante más de dos siglos mantuvo en el olvido la condición de antigua capital católica sería reparada el 25 de marzo de 1907 al crearse la diócesis de Santiago del Estero, la novena de la Argentina, sobre la superficie total de la provincia.
Los obispos coloniales en Santiago
La presencia de los obispos del Tucumán posteriores al escandaloso período de Francisco de Vitoria entre 1578 y 1592, evidencia el celo que la Santa Sede puso en proveer obispos "tucumanenses", como se los nombraba en los documentos eclesiásticos. Se sucederán ocho prelados hasta el traslado a Córdoba: dos agustinos, un franciscano, dos dominicos y tres seculares, dos de los cuales fueron promovidos a sedes episcopales de mayor importancia. Hoy recorreremos la vida de los cuatro primeros en orden cronológico.
Fernando Trejo y Sanabria
El segundo obispo del Tucumán nace en Asunción en 1554 en el seno de una hidalga familia, convirtiéndose en el primer americano en encabezar la sede, propuesto por el rey Felipe II de España y nombrado por el papa Clemente VIII en 1594, luego de profesar como fraile y sacerdote franciscano en Lima. Fue ordenado obispo el 16 de mayo de 1595 en Quito, por el obispo del lugar, Luis López de Solís.
Convocó tres sínodos diocesanos en 1599, 1606 y 1607. Reconstruyó la iglesia catedral. Fomentó la evangelización de los indios, luchando contra su servidumbre creando cofradías para ellos y los negros esclavos. Para mejorar las condiciones de vida de los indios, fomentó el desarrollo de la industria textil y tintorera, tomando como base sus técnicas ancestrales. En 1603 abrió el seminario diocesano y en 1613 logró la fundación de un colegio "máximo" aledaño a la iglesia de la Compañía de Jesús, en Córdoba, donándole sus bienes desde 1612. La enseñanza de la filosofía y la teología en ese establecimiento es considerada el inicio de la Universidad de Córdoba, la más antigua del país. Murió en 1614 y posteriormente fue sepultado en la nave central de la iglesia jesuita de Córdoba. Fue quizá el más relevante obispo del Tucumán.
Julián de Cortázar
Este español nacido en Durango en 1576 estudia teología en la Universidad de Oñate. En 1617 el papa Pablo V nombra, a iniciativa del rey Felipe III, al padre Cortázar como nuevo obispo del Tucumán. Llega desde España a Buenos Aires en 1618, se traslada a Asunción y allí lo ordena el obispo del Paraguay, Lorenzo Pérez de Grado el 25 de diciembre. Viaja a su diócesis y debió enfrentar la indisciplina del clero, manteniendo además una feroz pelea con los dominicos. Fue el primer prelado en visitar pastoralmente todo el territorio diocesano y le cupo el honor de consagrar en Santiago al primer obispo de Buenos Aires, Pedro de Carranza.
Tuvo graves enfrentamientos con el gobernador Juan Alonso de Vera y Zárate, llegando a excomulgarlo. Entregó la dirección del seminario a los padres jesuitas y en 1627 fue propuesto para el arzobispado de Santa Fe de Bogotá. Marchó a su nuevo destino inmediatamente, y murió allí en 1631.
Tomás de la Torre Gibaja
El dominico madrileño Tomás de la Torre nace en 1570 al tiempo de la fundación de la diócesis de la que sería obispo, y fue el primer gran intelectual en gobernar la sede santiagueña. Fue maestro de teología y catedrático de la universidad de Lovaina durante ocho años. Fue prior de conventos de su orden en España, desde donde fue propuesto como obispo del Paraguay en 1620, coincidiendo su nombramiento con la creación de la diócesis de Buenos Aires. Es ordenado en 1621 en Santa Fe de la Veracruz por el obispo porteño Carranza.
En 1628 es propuesto y trasladado a la sede santiagueña. Debido al retraso en la llegada del nombramiento De la Torre firmó siempre como "Obispo del Paraguay y electo del Tucumán". Comenzó a manifestar alteraciones mentales y luego de participar en el concilio de Charcas de 1629, mientras viajaba a Santiago del Estero, murió en Potosí en 1630 y fue sepultado en Chuquisaca.
Melchor Maldonado y Saavedra
En Colombia, nace en 1588 este religioso que profesara el hábito agustino en Andalucía en 1605. Recibe el grado de profesor de teología en la Universidad de Ávila, se doctoró en filosofía en la Universidad de Salamanca y forma parte de la Inquisición en Sevilla, al tiempo que es superior del convento agustino de Cádiz. El rey Felipe IV lo elige para obispo del Tucumán en 1631 y el papa Urbano VIII lo nombra el 8 de marzo del año siguiente. Fue ordenado por el arzobispo de Lima, Hernando de Arias y Ugarte en 1633. Llegó a su cátedra en 1635, dedicándose de lleno a ordenar la práctica sacerdotal. Solía recorrer todas las iglesias de la diócesis, predicando indistintamente en quichua y castellano. Reunió dos sínodos y funda la Cofradía del Carmen en 1646, aún existente. Fue el primer obispo que envió informes periódicos sobre su diócesis al rey de España.
En 1658 el levantamiento de Pedro Bohórques, el falso Inca Hualpa, encabezando a 6.000 rebeldes, tuvo al obispo Maldonado como mediador, intentado convencer al sublevado para que se rindiera, lográndolo al año siguiente. Fue el decano de los obispos americanos. Murió en Santiago en 1661 a los 82 años. Es el obispo que más duró en Santiago y fue el primero sepultado aquí, aunque su tumba fue arrastrada por una inundación del río Dulce y hoy se lo recuerda en el panteón catedralicio con un cenotafio que lleva su nombre.
Francisco de Borja y Miguel
La larga vacancia de la diócesis por más de seis años se resolvió con el nombramiento del bogotano Francisco de Borja y Miguel, nacido en 1629, aunque algunos ubican su nacimiento hasta veinte años antes. Este hombre estaba entroncado en una familia española de gran influencia en la historia de la Iglesia. Era hijo del presidente de la Real Audiencia de Bogotá, pariente del papa Alejandro VI, conocido por la italianización de su apellido como el Papa Borgia, y nieto de San Francisco de Borja, quien estuvo casado antes de entrar en la Compañía de Jesús, en cuyo homenaje fue bautizado.
Llegó a tesorero de su arquidiócesis natal, y es trasladado a Charcas, llegando a ser deán (decano) de la Catedral. En 1668 fue nombrado para el obispado del Tucumán. Se demoró su ordenación para que coincidiera con la canonización de su abuelo en 1671. En 1673 una gran inundación del río Dulce destruyó gran parte de la catedral y fue el obispo Borja quien inició los trámites para el traslado de la sede hacia Córdoba. Ferviente devoto de Nuestra Señora de la Consolación de Sumampa, ayudó a la difusión del culto popular a la "melliza" de Luján. En 1679 lo trasladan a la diócesis de Trujillo, donde morirá en 1689.
Nicolás de Ulloa y Hurtado de Mendoza
En 1679 fue elegido obispo del Tucumán el agustino Nicolás de Ulloa, hasta entonces obispo auxiliar de Lima. Este americano descendiente de las familias fundadoras de Lima nació en 1621 y vistió el hábito de San Agustín desde 1636, llegando a ser prior del convento de Lima en 1661. Se doctoró en teología en la Universidad de San Marcos y fue nombrado obispo de Panamá, aunque el arzobispo de Lima, Pedro de Villagómez Vivanco, lo retuvo como su auxiliar. Ulloa fue ordenado obispo titular de Dara en 1679 por el arzobispo de Charcas, Cristóbal de Castilla y Zamora, y a los pocos días, trasladado al obispado tucumanense.
Llegó a Santiago a mediados de 1680, pero decidió trasladarse a Córdoba para vivir allí. Esta irregularidad provocó graves problemas, ya que el obispo solo puede ejercer su autoridad desde su catedral, por lo que muchas decisiones fueron cuestionadas por esta circunstancia. A pesar de eso antes de viajar puso la piedra fundamental de la nueva catedral para reemplazar la derruida por la inundación siete años antes. En 1686 murió el obispo Ulloa en su sede santiagueña.
Con la vida y la obra de estos seis obispos se avanzó en la historia de la diócesis del Tucumán en Santiago del Estero, quedando sólo dos que en los 15 años que gobernador desde la "Madre de Ciudades" la iglesia del noroeste argentino, más bien sólo trabajaron para el traslado de la sede a Córdoba. De eso nos ocuparemos, si Dios quiere, el próximo domingo en estas páginas de "El Liberal".