Viceversa

Crónicas de la cebolla 

Por Belén Cianferoni.

El otro día necesitaba tomar una decisión, el reloj avanzaba y de mi boca no salía ni una palabra. Mi exterior estaba congelado, como un cucurucho derritiéndose del miedo en pleno verano santiagueño, pero por dentro se desataba una inundación, nada iba a quedar en su sitio. Cada pensamiento era una ráfaga de viento, cada recuerdo una ola que se estrellaba contra las costas de mi cordura, arrastrando con ella cualquier atisbo de claridad. Sentía cómo el sudor me bañaba, mis manos temblaban levemente, y un nudo se formaba en mi garganta, como si mi propio cuerpo conspirara para impedirme hablar.

El reloj de la pared emitía un tic-tac ensordecedor en el silencio de la habitación. Afuera, el sol de mediodía abrasaba la ciudad, haciendo que el asfalto temblara en el horizonte. Pero en mi interior, el tiempo parecía haberse detenido. El aire estaba impregnado de un calor denso, cargado con el aroma del polvo y de la tierra seca, como un recordatorio constante del peso de la decisión que debía tomar.

Me quedé pensando en la voz de mi abuela, en los consejos de mi padre y en las sabias palabras de mi madre. Recordé cuando, siendo niña, mi madre me decía que no hay peor decisión que la que no se toma. Pero en ese momento, frente a mi silencio, esas palabras se sentían lejanas, casi irreales. No sabía para dónde disparar. Así que hice lo que un buen integrante de mi familia haría cuando no sabe qué hacer: acudí a la comida árabe. Unas sfijas, con un poco de puré de garbanzos, y te reinicia la vida.

Vuelvo a ser niña y recuerdo las manos de todas las mujeres árabes que conocí. Sin perder el tiempo, mientras dejan el trigo burgol reposar, se ataca a las cebollas de la manera más cruel para los globos oculares: se las ralla. Hasta que no lloras por todo, no paras.

Así somos, lloramos con la cebolla, pero nos guardamos las preocupaciones en una caja muy oculta dentro de nuestra cabeza. La cebolla nos brinda esa opción, la de dar la bienvenida a las lágrimas en nuestra cara sin alarmar a nadie sobre nuestra vida privada.

¿Se imaginan esta conversación?: "¿Estás bien? Te veo llorando". "Es que estoy cocinando cebolla". "Ah bueno, dale, metele, avísame cuando esté el guiso".

Una cebolla, y aquí no ha pasado nada. No tienes que meterte en conversaciones incómodas hablando de lo infeliz que eres en un trabajo en el que nadie te valora, o de lo incómodo que es ser madre con tantos problemas hoy en día.

Simplemente, lloras, descargas lágrimas como quien baja un paquete pesado desde el camión de la vida y sigues adelante.

Nunca se le cuestiona a un chef sus lágrimas en la cocina, es normal, es parte del calor de cocinar, pero siempre se nos cuestionan las lágrimas cuando el calor de la situación nos deja con la cara roja de cansancio o enojo.

¿Y si mi afición por cocinar con cebolla es solo una excusa para llorar cuando estoy sobrepasada sin tener que dar explicaciones?

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