Santiago

LEYENDAS URBANAS SANTIAGUEÑAS

Por Juan Manuel Aragón.

De entre todas las leyendas urbanas santiagueñas, la más conocida y evidente es la del Linyerita, ocurrida una noche en cercanías de lo que fuera la Belgrano y vías. Cuenta la historia de un pobre tipo que una noche entró en un boliche en que había una tomada, quizás también taba, juegos de naipes, gallos, y al pagar lo consumido sacó unos billetes grandes que fueron advertidos por dos o tres más de la concurrencia. Que lo aguaitaron en las cercanías, lo mataron de dos puñaladas y se apoderaron de su dinero. Al día siguiente advirtieron su cuerpo, alguien tuvo mucha lástima del destino de aquel hombre a quien siguieron recordando con una cruz de palo, velas, flores y estampitas, en lo que entonces era campo, entre Santiago y Huaico Hondo, pegado a la vía. Una canción de Fortunato Juárez lo recuerda con sentidas palabras.

Aquí cabría un paréntesis para diferenciar la leyenda urbana de la rural. Y decir que la de ciudad es más volátil, no tiene elementos seguros y bien diferenciados. Por decir, la del Kakuy ha sido puesta ya en letras tantas veces, que tiene contornos y límites bien definidos. El mito o la leyenda urbana en cambio, a veces son dichos de dichos, cuando no, creencias que se aceptan sin chistar, sin investigar, a veces sin una comprobación que está a la mano y sólo bastaría leer un poco, aplicar ciencia básica o simplemente contar con los dedos para darse cuenta de que son patrañas repetidas hasta el cansancio. Esta nota trata de ellas.

Como que Carlos Arturo Juárez gobernó Santiago del Estero durante más de cincuenta años. Es cierto que desde 1945 hasta unos años antes de morir, en el 2010, fue cinco veces gobernador de Santiago del Estero, siempre elegido mediante el voto popular. Si todas sus gobernaciones hubieran durado lo que marca la Constitución Provincial —y casi todas fueron más cortas —aun así, el resultado sería de 20 años, con el agravante de que las dos veces que puso un sucesor, se le terminaron retobando. Una vez fue César Eusebio Iturre y al último, cuando su poder se licuaba entre la voluntad de su esposa y la desidia del pueblo, un ignoto Carlos Díaz también intentó hacerse el independiente. ¿Tuvo influencia en la política santiagueña del 45 al 2003? Claro que sí, pero gobernar, gobernó mucho menos de 20 años, no los cincuenta que le endilga la leyenda popular. Para gobernar durante cincuenta años, debiera haber sido elegido algo más de 12 veces. Y no ocurrió.

Otra leyenda, esta sin ningún asidero en la realidad e imposible en los hechos, dice que hubo una red de túneles comunicando por vasos sanguíneos subterráneos, desde la casa del gobernador Juan Felipe Ibarra a la de sus sobrinos, los Taboada, que vivían al lado, con la Catedral, también con lo que después fue la Casa de Gobierno, con el actual Iosep y hasta el templo de San Francisco. Dicen que, en otras ciudades, también sin túneles a la vista, como Corrientes, también circula esta misma leyenda o mito urbano. Cuando se pregunta a quienes jurarían sobre una Biblia, que es verdad que hubo túneles, qué fin pueden haber tenido las autoridades para cavar por las calles de la ciudad un enorme pozo que viviría inundado, dicen: a), para esconderse de los indios cuando atacaban la ciudad o b), para jugar a las escondidas con el pueblo, comunicándose el Gobernador con el Obispo, con los curas de San Francisco o con los Taboada. Son tan pueriles los motivos que no vale la pena detenerse a refutarlos, diciendo entre otras cosas que en ese entonces no había Obispo en Santiago, porque inmediatamente le dirán: "Bueno, pero había túneles, lo sé porque lo han pasado en Canal 7". Y chau.

Otra leyenda urbana que circula casi como una religión en Santiago, sostiene que hubo ingenios azucareros, pero se vinieron abajo cuando los pérfidos tucumanos organizaron una movida tremenda para sacarlos y quedarse ellos solitos con el monopolio de la producción de azúcar en el país. Para refutar esta leyenda, sólo baste consignar que la caña de azúcar requiere de un clima con mucho menos heladas de las que solían azotar Santiago, que no haya mucho viento que tumbe la caña, tierra sin salitre y que no sea arenosa. Es obvio que hubo cañaverales en Santiago, está en los libros de historia y cualquiera puede plantar caña en el fondo de la casa. Pero en ningún lado se consigna que la llegada del ferrocarril, en cierta manera acomodó la producción, haciendo que quedara en los lugares que mejor se adaptaron a ellas. Por esa misma razón en Cuyo se desarrollaron los viñedos con más fuerza que en otras partes, el Chaco y Formosa se constituyeron en importantes productoras de algodón y Santiago proveyó a Buenos Aires de alfalfa, sandía y mandarinas, entre otros productos, cuando existía el ferrocarril.

Cualquiera en la calle le dirá que "Santiago no tiene riendas, pero sujeta" y le contará la historia de este, ese o aquel foráneo que, por hache o por b, por un amor, por trabajo o porque le gustó el clima, se quedó a vivir en la provincia. Lo cierto es que, a pesar de que en los últimos años la tendencia podría haber cambiado, si los santiagueños que viven afuera y sus hijos y nietos un día se decidieran a volver, no habría cómo recibirlos. Un millón de almas pueblan esta tierra bendita y otro millón más anda dando vueltas por el mundo. Mal sujeta una madre a sus hijos cuando la mitad la abandonó y la mayoría no volverá ni a ver cómo anda la viejita. Sin ir más lejos, el himno santiagueño habla del desarraigo que siguen sufriendo muchos comprovincianos: "Cuando salí de Santiago todo el camino lloré", etcétera.

Otra leyenda o mito o mentira creída por muchos, vaya a saber, dice: "El clima de Santiago se ha vuelto húmedo desde que construyeron el dique de Las Termas". Pero no hay ningún estudio serio que lo acredite, poca gente ha hecho una comparación científica de las lluvias registradas en los últimos cincuenta años y llegó a esa conclusión. Es más, quienes midieron lugar por lugar los registros pluviométricos existentes, se dieron con que en ese tiempo llovió más o menos lo mismo, unos años más, otros menos, pero el promedio no varió. Por qué circula, o circulaba con fuerza, sería materia para estudio de alguien que sepa más de estos asuntos.

Quizás usted sepa de otras leyendas más bonitas, como la mujer de blanco que aparece en tales o cuales barrios, el ruido de cadenas que se oye en las noches frías de invierno, en las inciertas horas de la madrugada, un remisero sin cabeza que levanta pasajeros a los que no les cobra, pero deja aterrorizados luego de dejarlos en su destino, de los colectivos que a veces hacen sonar sus motores en la vieja Terminal de Colectivos y tantos otros que van y vienen, en esta ciudad que no deja atrás una impronta campesina que marca su frente a fuerza de chacareras y bombos que todas las noches se dejan oír, festejando un cumpleaños, un aniversario, el amor de una mujer. O dando rienda suelta a la alegría, porque sí nomás.

El bulón de oro

Quizás la leyenda más extendida de Santiago, compartida con la vecina ciudad de La Banda, es la que sostiene que uno de los remaches del puente Carretero es de oro. No se sabe cuándo y por qué nació esta creencia popular, que podría ser cierta, aunque para averiguarlo se debería desarmar toda la construcción, lo que saldría más caro que el propio objeto buscado.

El que sabía algo del asunto, era el finado Pedro Segundo Rojas Cuozzo, historiador de vivencias santiagueñas. Contaba que, de joven había viajado a Italia en avión. En el asiento de al lado se sentó un ingeniero que, mire lo que son las casualidades, había trabajado en la construcción del puente. Curioso como era el amigo Rojas, le averiguó sobre el remache de oro. El otro le contó que sabía que se lo habían entregado a un bandeño de apellido Catálfamo, obrero de la empresa que levantó el puente y que suponía que, por ser de La Banda, lo había puesto más cerca del otro lado del río, posiblemente en el primer tramo, viniendo de allá. 

En La Banda también circulaba la misma versión. Pero son tantos los años que pasaron desde que se erigió el puente, que no quedan testigos de aquella travesura de los ingleses, si es que la hicieron. 

Lo que sí es una verdadera tontería es la otra leyenda, la que sostiene que su construcción fue el pago que hicieron los alemanes por haber hundido dos buques argentinos, el Toro y el Monte Protegido.

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