EVITA: TRAJINES DE UN CUERPO HERIDO POR LA HISTORIA
Por Eduardo Lazzari.
La muerte de Evita inundó de pesar y luto a la sociedad argentina en 1952. Aún aquellos que no la querían respetaron el silencio espeluznante de sus seguidores. Puede haber quien no coincida con esta afirmación, pero sin duda el terrible y escalofriante derrotero que su cadáver va a protagonizar desde su muerte en 1952 no estaba en los pensamientos y en los sentimientos de nadie bien nacido. La complejidad del abordaje de un acontecimiento de tan alta exposición del que existen centenares de versiones, algunas honestas y otras tantas interesadas, hace que muchas veces el historiador esquive el convite.
La historia argentina tiene ejemplos de funerales públicos relevantes, desde aquél llevado a cabo luego del traslado de los restos del gobernador Manuel Dorrego desde la iglesia de Navarro rumbo al cementerio de la Recoleta en 1830;el arribo a Buenos Aires de los restos de Jorge Newbery, el primer ídolo popular argentino, desde Mendoza en 1914; la sepultura de Carlos Gardel en el cementerio de la Chacarita luego del accidente aéreo de Medellín en 1935 y su periplo por territorio colombiano, incluso a lomo de burro, para luego ser llevado a Nueva York, Río de Janeiro y Montevideo; hasta el cortejo en ocasión de la muerte del presidente Hipólito Yrigoyen en 1933, en todos los cuales la característica fue la espontaneidad de la reacción popular.
Las especulaciones acerca de la preparación anticipada de los funerales de la "Abanderada de los Humildes" acercan la idea de tratarse más la previsión de un acto político que la organización de un velatorio multitudinario, y merece un análisis pormenorizado. La afiatadaorganización del funeral de Evita marca una diferencia fundamental con lo ocurrido hasta entonces y se presta a la discusión del grado de manipulación de la circunstancia trágica que haya estado previsto por parte del gobierno del presidente Juan Perón, sus funcionarios y quienes tuvieron a su cargo los distintos aspectos del que se convertiría en el gran funeral entre los grandes funerales, que culminaría en el increíbleviaje de un cuerpo que tardó demasiados años para descansar en paz.
La muerte de Evita
La última aparición pública de Evita, acompañando a Perón el día de la asunción de su segundo período presidencial el 4 de junio de 1952, fue el inicio del clima espeso espeso de melancolía y resignación frente al final inminente de la vida de la esposa del presidente. La tarea del historiador tiene a veces la ingratitud de tener que desmentir los aspectos mitológicos de algunos hechos, como la imaginaria pintura en los muros de la residencia presidencial, el Palacio Unzué, de la frase "Viva el cáncer", una creación literaria posterior de Dalmiro Sáenz, o la celebración de festejos en algunos reductos contrarios al gobierno. La oposición política mantuvo una actitud prudente y silenciosa ante lo que se convertiría en una enorme tristeza para amplios sectores de la opinión pública, y el tema quedó exento de las polémicas habituales entre el oficialismo y sus adversarios.
El 26 de julio de 1952, por la cadena nacional de radiofonía y televisión se anunció a las 21,36 hs. una noticia que no por esperada dejó de conmover a todo el país: "Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20:25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación". La voz del locutor oficial de Radio del Estado Jorge Furnotha sido reproducida hasta el infinito cuando se intenta recordar el ánimo de ese momento histórico.
Nada quedó exento de la polémica. Algunos testigos aseguraron posteriormente que la muerte se produjo varios minutos antes que la hora proclamada, y se acusó al secretario de Prensa y Difusión, Raúl Apold, de haber elegido una hora exacta para que no hubiera discusión al respecto. De hecho, desde ese momento algunos relojes públicos fueron detenidos a esa hora para recordar en forma permanente el paso a la inmortalidad de Evita, y más adelante se convirtió en obligatorio mantener un minuto de silencio en las calles por parte de todos los transeúntes a las 20,25 hs., fuera cual fuese el lugar en que se encontraran.
El certificado de defunción fue firmado por el Dr. Alberto Taquini y luego se extendería el acta del Registro Civil con dos testigos: Diego Ventura de los Santos y Carlos Maravesi. En estos documentos sorprende que se mantuviera el error del acta de matrimonio de Perón y Evita, reduciendo la edad de la fallecida en tres años. El aviso radial de la muerte de Evita fue reproducido cada quince minutos durante semanas, y el sistema de radios completamente estatal suspendió la programación y comenzó a emitir música sacra todo el tiempo que duró el funeral.
Las decisiones anteriores ante el inminente final
Si se retrocede en el tiempo anterior a julio de 1952, queda claro que el resultado de la operación quirúrgica que el Dr. Pack practicara en la esposa del presidente en noviembre de 1951 no tuvo ningún efecto práctico y la enferma siguió desmejorando. Más allá de alguna correspondencia por parte del profesional estadounidense respecto de su optimismo, no hay elementos objetivos para pensar en el torcimiento del destino. Las decisiones que el presidente Perón tomó en el verano de 1952 muestran a las claras que el objetivo fue preparar las cuestiones prácticas a llevar a cabo una vez que se produjera el desenlace fatal.
En marzo se puso en marcha la contratación de un cineasta estadounidense por parte del siniestro personaje que era Apold para la filmación del funeral de Evita. El elegido fue Edward Cronjagar, un camarógrafo de la 20th. Century Fox, que recibió el mandato de realizar un documental sobre el inminente evento fúnebre, trabajo que se convertiría en el primer filme en colores de Sudamérica. Las distintas tomas culminaron en la realización de un cortometraje llamado "Y la Argentina detuvo su corazón", de 20 minutos de duración. Simultáneamente el director argentino Luis César Amadori recibió un encargo similar para la creación de un cortometraje llamado "¡Eva Perón Inmortal!", extraviado durante décadas.
Con la discreción del caso se llevó adelante una negociación muy delicada con el médico español Pedro Ara, un prestigioso cirujano especialista en embalsamamientos, quien había llegado al país en 1946 para hacerse cargo dela preservación del cuerpo del gran músico español Manuel De Falla, muerto en su casa de Alta Gracia en Córdoba, y que por decisión de Francisco Franco debía ser enterrado en la catedral de Cádiz, lo que cimentó una gran fama para Ara, a tal punto que fue contratado por la Universidad Nacional de Córdoba para dictar una cátedra sobre su especialidad. Aceptó Ara en 1952 el encargo de embalsamar el cuerpo de Evita a cambio del pago de cien mil dólares estadounidenses.
Hasta hoy se desconoce que Evita estuviera en conocimiento de todos estos preparativos que la implicaban. No deja de llamar la atención que se organizara con tanta precisión el destino del cuerpo de Evita, a la vez que se ponía en marcha una formidable maquinaria para que el funeral de la primera dama fuera un evento en el que nada quedaría fuera de un orden estricto. Pero sin duda haber pensado en la conservación de las imágenes con fines publicitarios habla de una manipulación prevista por los propios seguidores del peronismo y sobre todo es difícil pensar que todo esto se pusiera en marcha sin el conocimiento y el asentimiento del propio presidente.
El funeral más extenso de la historia moderna occidental
Inmediatamente de producido el deceso en la noche de aquel sábado 26 de julio, la CGTsolicitó al gobierno un duelo por 30 días, disponiendo un paro general de homenaje por tres días. Una vez que el Dr. Ara procedió a realizar un trabajo preventivo para conservar el cadáver, la capilla ardiente se instaló en la Secretaría de Trabajo y Previsión, ubicada en el edificio del antiguo Concejo Deliberante de Buenos Aires, hoy Legislatura de la Ciudad Autónoma, habilitándose el 27 de julio a las 11 de la mañana un incesante desfile popular que duraría dos semanas frente al ataúd de Evita, protegido por un vidrio que permitía ver su rostro. Lo más impresionante sin duda era el silencio que se palpaba en las calles por las cuales transitaban las filas de dolientes rumbo al postrer homenaje que querían rendir a Evita.
Al tercer día de la muerte, a la misma hora del anuncio fatal, se realizaron actos en diversos lugares del país, como en la plaza de Miserere, donde se apagaron simultáneamente cinco mil antorchas. Superaron las 20.000 las coronas fúnebres que comenzaron a apilarse en la diagonal Sur y en el edificio del Congreso Nacional, donde concluirían las honras. En estos días, surgió una polémica entre el secretario general de la CGT José Espejo y la madre de Evita, doña Juana Ibarguren sobre el lugar de sepultura de Evita. La voluntad de la familia de sangre de Evita era la basílica San Francisco, ya que la fallecida había sido consagrada como integrante de la orden franciscana debido a la ayuda social brindada por su fundación a los conventos italianos. Finalmente prevaleció la postura de la CGT y se pensó en una capilla ardiente perpetua en el edificio de la calle Azopardo.
El 11 de agosto comenzó a las tres de la tarde el cortejo fúnebre rumbo al Congreso Nacional, realizado según el protocolo real británico, para rendirse honores oficiales en el palacio legislativo, hasta llegar finalmente a la sede de la CGT. Allí el Dr. Ara culminaría el trabajo de preservación. También se celebró un funeral religioso en la basílica San Francisco, la predilecta de Evita y de Perón, donde el matrimonio era recibido con cierta habitualidad por los frailes. La historia del secuestro y ocultamiento del cuerpo embalsamado de Evita queda para un próximo artículo.