Opinión

Balance ambiguo de un semestre complejo

Por Enrique Zuleta Puceiro.

La aprobación parlamentaria de la Ley de Bases parece muy lejos de haber despejado las incógnitas políticas con que se inició la presidencia de Javier Milei.

Tanto el método escogido -el plebiscito de su programa de gobierno a través del DNU 70 combinado con ley ómnibus- como la estrategia implementada -la lenta y difícil articulación de micro-coaliciones ocasionales al interior del Congreso arrojan resultados ambivalentes hacia el futuro.

La fragmentación creciente del espectro de las fuerzas políticas es un primer resultado en el que los daños colaterales parecerían importar mucho más de lo que se preveía. Las fracturas internas no sólo afectan al peronismo: afectan en igual o menor medida al primer socio del Gobierno -el PRO- y sitúan al radicalismo ante una fractura explícita que va mucho más allá de la disputa entre los gobernadores y el Comité Nacional. El debate que ha vivido la sociedad en torno a cuestiones fundamentales como las que instaló la Ley de Bases ha sacudido a todas las fuerzas y espacios políticos por igual. Un efecto sin duda no querido por las dirigencias partidarias, pero que signará el camino que conduce a las elecciones intermedias del año próximo.

La buena noticia es, sin duda, la dificultad con la que tropezarán los intentos de volver a polarizar el país. De confirmarse las tendencias de la opinión hacia el año próximo, el país ya no marchará hacia nuevos escenarios de polarización electoral.

Las grandes fuerzas que se disputaron el centro del sistema político han quedado agotadas en su capacidad para forzar una dialéctica de extremos. Es un escenario sin caudillos relevantes, en el que el Gobierno conserva la iniciativa. Si bien ha perdido más de diez puntos en los apoyos que exhibió en su inauguración, no parecen esbozarse alternativas que le disputen en el escenario de una clase media cada vez más escéptica y distanciada de cualquier forma de compromiso efectivo con el mejoramiento del sistema.

Los andariveles centrales de la competencia política estarán, una vez más, ocupados por actores secundarios y por productos y mensajes convencionales, centrados más en el objetivo de 'construir el enemigo' que en cualquier otro objetivo superador.

La fragmentación que sufre el PRO ofrece un buen ejemplo de una situación en la que ninguna fuerza política está al margen de este proceso de deterioro continuo que sufre la actividad política, cualquiera sea su distancia respecto al centro del poder.

En sólo seis meses, el Gobierno parece haber consumido su escaso capital inicial. Su situación no es muy diferente a la de las dos presidencias anteriores. Una ojeada a la política comparada demuestra que dos tercios de las democracias del mundo son gobernadas por coaliciones híbridas, que más allá del discurso de sus líderes, tienen como un factor de unidad las condiciones de necesidad y urgencia y la necesidad de articular, ya desde el Gobierno y al cambio de una victoria inesperada, una respuesta que le permita sobrellevar la coyuntura, a la espera de tiempos mejores que permitan renovar su relación con la sociedad.

El Presidente ha reaccionado con un realismo adaptativo, tratando de mimetizarse en un paisaje que intuye como hostil. La aprobación de la Ley de Bases está muy lejos de haber colmado las expectativas de los mercados. La victoria fue pírrica, por lo ajustado y tortuoso del método y lo exiguo de los resultados. Episodios graves como el de la provincia de Corrientes o reacciones populares generalizadas como la que inspiró la protesta nacional en defensa de la educación pública y las universidades, le demostraron que el país es complejo y difícilmente se incline ante un escenario de promesas que vaya mucho más allá de la coyuntura.

Lo importante es que los temas divisorios siguen siendo mínimos. Un 70% de la sociedad comparte una agenda común y parece dispuesta a invertir paciencia, comprensión y hasta apoyos efectivos. El reclamo de una economía más abierta y competitiva, la necesidad de desmontar al precio que sea la argentina corporativa y la urgencia en sustituir el supuesto "estado de bienestar" por una respuesta mucho más adecuada en materia de seguridad, educación, salud, empleo y desarrollo territorial parecerían ser expectativas casi hegemónicas. Los puntos de emergencia dominan claramente sobre las divergencias.

A pesar de la fobia presidencial por las instituciones, es la hora de las instituciones. Las primeras sesiones del Senado, los movimientos de la Corte y la respuesta general del Poder Judicial a casi todas las cuestiones abiertas por la judicialización de los conflictos así lo indican. La crisis correntina sugiere a su vez el tipo de proceso que pueden agudizarse de no avanzarse en un escenario de innovaciones institucionales, que resuelvan los problemas gravísimos que obstaculizan los procesos interjurisdiccionales en materia de facultades concurrentes.

Los mercados no parecen "haberla visto". Exigen mucho más que discursos y declaraciones de intenciones. Quieren ver equipos con experiencia, representativos y con credenciales de compromiso con la realidad. A la hora de aprobar el paquete legislativo, quedaron casi fuera las promesas de las reformas laboral, impositiva, previsional, sanitaria y sobre todo de la seguridad pública. Los mercados y la sociedad en su conjunto solo han aportado un acompañamiento pasivo. Exigen por ello respuestas estructurales. La idea de un Presidente que, como todos los anteriores, proyecta la intención de construir una nueva fuerza política y optar por una reelección intranquiliza y despierta suspicacias. 

La idea de que las reformas estructurales quedan para "nuestro segundo mandato", dispara de inmediato reflejos defensivos de una sociedad experimentada. Se impone que los pasos futuros de la reforma no solo transiten el camino de las leyes "panfleto" o leyes "manifiesto". Nadie duda de las ideas del Gobierno, de lo que se duda, adentro y afuera es de su voluntad para anteponer la necesidad y urgencia de las reformas estructurales por sobre la ambición comprensible de refundar el sistema político. La política funciona, muy mal, pero funciona. Y, sobre todo, impone sus condiciones. Este es un dato básico que debería centrar todos los análisis y toma de decisiones hacia el futuro

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