POEMAS DE GABRIELA ÁLVAREZ
VICEVERSA
CELO
El barrio se ha vuelto intransitable.
Las piedras de la calle se levantaron
como un gran terremoto.
Son restos paridos de una boca
preñada de barro y calor sofocante.
¿Quién hizo este mundo a semejanza
de un dios en celo?
PATIO INTERNO
Invoco a mi soledad como un peligro.
Decido que nadie me diga
qué me fortalece
aunque no sepa distinguir
la valentía, de la ocasión
sobre la mesa
hay una mujer tímida
y en su piel
una remera transpirada
se adosa
como un patio interno.
TREGUA
Si encontrara el arma
con la cual domesticarlo.
Es mi afán asustar
a un corazón tan bruto.
Pero no es él quien vuelve
sino los sueños y la quietud
el movimiento de sus pestañas
que desmalezan mi cansancio.
HERENCIA
¿Si no puedo hablar es
porque alguien más no habló?
He adquirido miedos: a caer
y no entender al tiempo
sentirme feliz y desaparecer.
Quisiera imaginar que llego a casa
y eso es todo lo que encuentro:
mi herencia
esas palabras perdidas
con sus ojos transparentes.
Se desvanece el susto.
Existe un gesto en la boca
lo que queremos contar.
POSTAL DE TORMENTA
Mamá levanta la ropa.
Los pájaros se asustan
abandonan el pan
y la gallina da picotazos en la tierra.
Se despide el sol sobre nosotras
como una lanza
pero el paisaje de esta fauna perdura.
El vestido de mamá se levanta
es una sonrisa entre las cabras.
Lejos de la casa
se diluyen las sombras.
Los cabellos sucios y frescos
son la celebración del día.
MARCAS
La ciudad deja marcas en mí
como esa vez que tuve miedo
a morir
sin complicidad.
Las voces que he perdido
se cruzan como agua
en una alcantarilla
corren por el cordón
y el pavimento resplandece.
¿Por qué el mundo atardece así?
El ritual es sortear su indiferencia.
Exigir que alguien me diga
aquello que él no haría
con igual torpeza.
(selección de poemas que pertenecen al libro La mujer suelta, 2022)
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EN LO QUE CREER
Esa mirada en la cual creer, esos ojos que reúnen ilusiones con cicatrices, el olor con el que
crecen las palabras
Será que hay que tejer la tristeza. Será que en cada tela existe algo de esas puntadas. El algodón
con el que una mujer se viste tiene el brillo exacto de un dolor que se pliega en la piel y la suavidad
del hilo es la contención, o el color fluorescente de las flores cocidas en la blusa, signos de alegría.
Será que puedo decirle a una desconocida que me gusta el color con el que pintó sus labios, ese
rosa brillante. Me gustaría decirle que elegir la forma en que nos gusta vestirnos, o el perfume
dulce pegado al cuello, habla más de nosotras que nuestros propios pensamientos. Como leí en
un poema, esos momentos en los que creíste es tu vergüenza. Busco un diálogo, una palabra que
quede prendida a la espalda, como si las dos pudiéramos irnos de aquí con una voz diferente.
UNA LENGUA TEJIDA
Tu confianza me busca y persistimos en el encuentro. Cocemos la palabra amanecer en la lengua,
en las batallas, en las manos desde que nacemos
Tenemos tiempo y también olvido, desprendimiento, costras. Caemos hacia la serenidad de la
mañana. Un pozo fresco. Lo único que aturde son pájaros, palomas lejanas y el color del ambiente.
El edificio es blanco o pálido y esa luz uniforme nos tapa la vista. A los cuerpos nos cuesta el
afecto o el acto de mostrar. Soy una improvisada acercándome lerdamente a una señora mayor.
Ella me mira con los ojos de agua verde, las arrugas de la boca, las cejas blancas. Saca un pañuelo
del bolsillo para limpiarse la nariz. Firma una hoja con su mano izquierda. Cuando se pone de pie
noto que el vestido le tapa los tobillos. Es una seda liviana y trasparente. La veo irse como una
cigüeña con su lomo encorvado, las piernas flacas, el peso de la garganta unido al corazón. La
curvatura de la supervivencia cocida a las palabras que le hacen justicia ¿cómo quieren que
amanezca?, me dijo.
Ahora la silla está vacía, y todo lo que queda es esta vestidura en el cuerpo, el miedo que temblaba
antes de hablar, la palabra ya dicha unida a sus mujeres. Quizás una lengua tejida a otro ritmo.
(selección de prosas pertenecientes a la antología de mujeres Costura de palabras, 2023)
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Rasgos de mí que nadie recordará
Visto una blusa blanca con flores violetas
el pelo sucio, la piel de los nudillos inflamada.
Huelo la comida mientras mezclo el caldo de verduras
el sabor del vaho, los vidrios empañados
mi corazón pasea en una taza de cerámica.
Abro las ventanas y dejo entrar el aire
viene desde el sur en hebras del tilo
el color del pasado.
Sobre el mantel separo ingredientes
como si pudiera decidir de qué vivir.
Agarro las tristezas, las ato
son un racimo de flores frescas
embellecen el rincón del living
luego se encorvan hacia el centro de sus tallos.
¿Este es el hilo del ánimo? una lámpara
de sal encendida,
el viento que mueve los sonidos de la calle.
Plaza Belgrano
Mi cuerpo crece si te escucho
¿hay otras formas de aprender a caminar?
Me inclino en el pensamiento
los pasos sobre los que decido quererte
en tu infancia
o en el tiempo en que alguien soporte
perder a otro.
Dices que tu casa era hermosa
como la glorieta que cruzamos
en la Plaza Belgrano
apenas un techo unía la cocina
con una enredadera
mientras el sol y las deudas
martillaban las paredes.
Hubiera anhelado
apropiarme de tus gestos
una parte de tu ropa o el perfume
merecer un descanso
sofocar la pérdida entre las sábanas
que elegí para esa tarde.
El tiempo nos saqueó las voces
pero algo dignifica el amor
tus manos todavía cortan el pasto
donde arrodillada tapo mis oídos
para no escuchar la muerte.
(inéditos, 2024)