Las infancias son prioridad
Por Carina Cabo
Muchos documentos (CEPAL y otros) señalan que Latinoamérica es la región más desigual del planeta. Y, si bien en la década del '60 había un 32% de analfabetos en la región y esa cifra mermó al 9% en 2010, ese crecimiento cuantitativo no se vio impactado en el incremento cualitativo. La educación se universalizó porque más niños y niñas accedieron al nivel inicial y a la escuela primaria, pero se detectó un estancamiento y ausencia de mejoras en los aprendizajes, especialmente en los sectores más pobres. Algunos números dan cuenta de esta situación, los cuales señalan que el 50% de los chicos de tercer grado y el 30% de sexto grado no alcanzan los niveles de lectura y de matemática esperables.
Hoy por hoy, según el Banco Mundial (2018), el 70% de los mayores de 15 años pobres en América Latina apenas han recibido una educación elemental o nunca han ido a la escuela.
Se podría plantear que la fuente principal del desastre educativo fue la pandemia y el confinamiento obligado que no permitió que los chicos asistan a clases por un tiempo; sin embargo, hay otras causas que dan cuenta de la situación: los sistemas educativos son víctimas de los cambios de gobierno y de las prioridades en los presupuestos gubernamentales. Es decir, no hay un interés real en aportar y apostar a la transformación o simplemente no creen que a educación sea el motor de cambio social.
Días pasados compartí una conferencia con una especialista, representante de UNICEF, María Elena Ubeda. Sin conocernos previamente, invitadas para hablar de las infancias, ambas coincidimos en muchos puntos; el principal: que los niños y niñas son prioridad - o deberían serlo- y que la mala calidad de vida es fuente de desigualdad y los condena a la marginalidad. Ella remarcó la importancia de la alimentación en la temprana edad y de acompañar a los cuidadores, encargados de una crianza respetuosa.
De más está decir, aunque en estos tiempos vale recordarlo, ambas coincidimos en que la educación es un derecho inalienable y un bien común incuestionable y, como tal, el Estado es garante y responsable de la escolaridad de los más pequeños.
En este sentido, es necesario focalizar las políticas en algunos sectores porque, tal como plantea UNESCO, los chicos pobres van a escuelas pobres, con mala infraestructura, con pocos recursos materiales o con docentes nóveles, de poca experiencia en esos contextos. A su vez, muchos estudiantes se desgranan del sistema educativo porque no tienen las necesidades básicas satisfechas, no acceden por lejanía de sus comunidades o atravesados por las problemáticas actuales. Y asisten o dejan de hacerlo a una escuela empobrecida en todo sentido que no puede dar respuestas a sus dificultades.
Ambas especialistas destacamos el valor del juego en la infancia y defendimos la necesidad de espacios públicos que habiliten lugares de cuidado y de respeto. Y, tal como planteamos con Sandra Inés Vigo en nuestro último libro, "Neuropsicoeducación en las infancias", en los primeros años, aprender a jugar y jugar para aprender con alegría, nutre todos los aspectos madurativos y constituye la base para el éxito en la obtención de capacidades no solo cognitivas, sino principalmente sociales, motrices y emocionales. En la obra proponemos una visión polifónica donde el juego infantil se entienda como una acción libre, espontánea y voluntaria ejercida por cada niño y niña, que movilice sus emociones, que sea rico en contenido, que potencie las inteligencias y surja de la base del desarrollo de la observación, la memoria, de los sentimientos, de la imaginación, del lenguaje, favoreciendo el aprendizaje a través de la solución de problemas.
Más y mejor educación siempre, es el desafío por el que debemos bregar si pretendemos una sociedad mejor.