Santiago

Cuando te llame

Poemas de Aníbal Costilla

Oh Señor, apaga de mi corazón

esta quemadura.

Que la fuerza de mi espíritu

tuerza el cuello del toro

hasta que su boca gotee a la sombra

el abismo de la sangre.

Ah Silencioso, avanza con tu ejército,

rodea las murallas,

rompe las piedras en las manos del enemigo.

Cuando yo te llame, háblame,

dedícame tus palabras,

olvida todos mis pecados,

haber estado solo

y esperar ver en los otros los caminos

que me llevan hasta mí.

Oh Señor, no maldigas mi raza

si averiguo demasiado,

sólo sé estar en tu silencio,

hundido en preguntas,

amansado por el freno ardiente,

rota mi boca, rota mi lengua,

ampollada de tanto tironear lo impuro.

Oh Silencioso, ya no preguntaré,

rodearé de miradas la espesura de la sombra,

abriré un camino,

iré esparciendo mis pedazos,

las escamas de la luna

volarán en las crecientes del río,

abriré un camino

hasta el niño que me espera.

Oh Señor, este que ves aquí, arrodillado,

este soy:

golpeo las manos

sobre la corteza del alma.

UN REFUGIO

¿En qué rincón

aguarda reunir sus astillas

fundirse en su luz

nuestra alma

presa en este insomnio de colores?

No se mueve el misterio

si nuestros pies

no impulsan el infinito hacia el camino

tu sed es una laguna

que espeja tu anhelo más profundo

de esa hondura nacerá tu voz

el amor que se estira en los brazos de tu madre

la tarde en que te harán dichoso

el conocimiento de tu muerte

la madera que canta mientras la luz lunar

chispea sobre las sombras

tus días tendrán la música

las aguas aéreas de tu alma

prometieron un amanecer de favores

el don de lo que permanece

lo no hundido en el polvo repetido de la vida

tendrás que aprender a mirar

recogerás un día

la ponzoña que destruye la máscara

de aquello que creíste ver.

CARAS DEL AMOR

Aquí falta el amor.

Los perros callejeros

cruzan delante de los vehículos

pero si los chocan no mueren,

resisten,

como la luz velada

por las plumas sangrantes del verano

cuando no hay lluvias

y todo parece a punto de estallar.

En las plazas

los colores vomitan aceite y caramelo.

Las hamacas se mecen,

la risa de los vendedores

vierte gotas de azúcar,

alas que la siesta endulza.

Las madres jóvenes se rascan el vientre

en señal de languidez

y en el centro del escenario se revuelca un niño

con aspecto de flor herrumbrada,

polvo que muge el viento.

Aquí faltan ancianas,

y a los domingos le sobran minutos.

Ellas sabían predecir el futuro

con sus caras devotas:

era un tiempo para todos. Se podía vivir,

no existían aún los espejos,

el tiempo era un metal sin llamas.

Los adolescentes demoraban promesas

hasta las próximas vacaciones.

Definitivamente,

aquí falta el amor:

desde aquí puedo ver cómo se pudre la tarde,

su cadáver es un perro destripado en la cuneta,

allí seguirá todavía,

hasta que los gusanos críen pelusas

sobre el pavimento.

Pero, ¿qué nos conforma?:

por las noches, cuando el hambre de amor

asciende hasta la garganta

el humo de los desperdicios

ensombrece la mirada

y lo que refleja cuando las cosas callan.

Nada hay aquí,

sin embargo, no se puede morder la cáscara

de la manzana podrida,

adentro hay un corazón sucio,

empuja los hedores

con la nostalgia nutricia de la carne

del llanto primero.

Falta la luz,

las calles aúllan a una luna

que no puede ver.

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