Opinión

La Semana Santa

Por Guillermo Marcó OPINIÓN

Por la mañana del Jueves Santo, en todas las catedrales del mundo, los Obispos se reúnen con el clero; allí se renuevan las promesas pronunciadas en la ordenación sacerdotal. En esta celebración tiene lugar la bendición del óleo de los enfermos y de los catecúmenos, así como la consagración del Santo Crisma.

La Liturgia de la Iglesia recoge, así, el uso del Antiguo Testamento, en el que eran ungidos con el óleo de la consagración los reyes, sacerdotes y profetas, ya que ellos prefiguraban a Cristo, cuyo nombre significa el "Ungido del Señor". El óleo de los enfermos, cuyo uso atestigua la Carta del Apóstol Santiago, remedia las dolencias del alma y cuerpo de los enfermos, para que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal y conseguir el perdón de los pecados. La oración de bendición lo expresa así: "Tú que has hecho que el leño verde del olivo produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo, enriquece con tu bendición este óleo, para que cuantos sean ungidos con él sientan en cuerpo y alma tu divina protección y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores".

Con el óleo de los catecúmenos se extiende el efecto de los exorcismos, pues los bautizados reciben la fuerza para que puedan renunciar al diablo y al pecado, antes de que se acerquen y renazcan de la fuente de la vida. Así queda reflejado en la oración de bendición: "Concede tu fortaleza a los catecúmenos […] para que, al aumentar en ellos el conocimiento de las realidades divinas y la valentía en el combate de la fe, vivan más hondamente el evangelio de Cristo, emprendan animosos la tarea cristiana, y […] gocen de la alegría de sentirse renacidos y de formar parte de la Iglesia".

¿Qué es el Santo Crisma? Con el Santo Crisma, consagrado por el obispo, se ungen los nuevos bautizados y los confirmados son sellados, se ungen las manos de los presbíteros, la cabeza de los obispos y la iglesia y el altar en su dedicación. La consagración del Santo Crisma con el que somos ungidos expresa que los cristianos, injertados por el Bautismo en el Misterio Pascual de Cristo, hemos muerto, hemos sido sepultados y resucitados con Él, participando de su sacerdocio real y profético, y recibiendo por la Confirmación la unción espiritual del Espíritu Santo que se nos da.

Por la hora vespertina comienza la misa de la Institución de la Eucaristía, la comunidad se reúne para iniciar una gran celebración, que concluirá el sábado, con la Vigilia Pascual. La misa del jueves después de la predicación incluye el gesto del lavado de los pies. En el tiempo de Jesús, en las casas de las personas ricas habían esclavos que se acercaban a lavar los pies de las visitas cuando llegaban como gesto de bienvenida. Cuando Jesús hace este gesto, los apóstoles se niegan al principio y Jesús les explica que es un ejemplo de servicio, que a su vez ellos deben imitar.

La celebración finaliza sin bendición y se saca el mantel del altar. La atención se concentra en algún lugar lateral de la Iglesia, donde se reserva la eucaristía para el día siguiente.

El viernes se celebra la Pasión, en general a las 3 de la tarde que es la hora de la muerte de Jesús en la cruz. Quizás lo más popular sean las procesiones y los Vía Crucis que se celebran en distintos lugares de la ciudades.

El Papa suele celebrarlo en el Coliseo de Roma, símbolo de los 300 años donde los cristianos fueron martirizados y arrojados a los leones en espectáculos públicos.

Las meditaciones del Papa Francisco para el Vía Crucis de este Viernes Santo son un diálogo con Jesús, un diálogo cara a cara con Cristo, compuesto de reflexiones, preguntas, introspecciones, confesiones e invocaciones. Los sufrimientos de Jesús en el camino al Gólgota, la mirada amorosa de María, las mujeres que ofrecen su ayuda, Simón Cireneo y José de Arimatea: todas estas figuras provocan un examen de conciencia que luego se convierte en oración, con una invocación final que repite el nombre de Jesús catorce veces.

El viaje de Jesús a lo largo del Vía Crucis, en las meditaciones del Papa Francisco, revela profundas lecciones sobre la oración, la compasión y el perdón. En la primera estación, el silencio de Jesús ante la condena injusta encarna la oración, la gentileza y el perdón, demostrando el poder transformador del sufrimiento ofrecido como regalo. Este silencio, a menudo ajeno a la humanidad moderna, preocupada por el ruido y el ajetreo, subraya la importancia de escuchar los corazones en la oración.

María: un regalo a la humanidad

El encuentro con María, la madre de Jesús (cuarta estación), la muestra como un don concedido a la humanidad. Ella encarna la gracia, el recuerdo de las maravillas de Dios y la gratitud, instándonos a acudir a ella en busca de consuelo y guía. La asistencia de Simón de Cirene al llevar la cruz (quinta estación) suscita una reflexión sobre la dificultad de buscar ayuda en medio de los desafíos de la vida, enfatizando la importancia de la humildad y la confianza en los demás.

El coraje de la compasión

En medio de la condena y la burla de la multitud (sexta estación), el acto compasivo de Verónica, que limpia el rostro de Jesús, ilustra el amor en acción. A pesar del peso de la humillación y la derrota, la resiliencia de Jesús al levantarse después de caer (séptima estación) refleja las propias luchas con las presiones de la vida y la capacidad de redención a través del perdón de Dios.

La grandeza de las mujeres

El encuentro con las mujeres de Jerusalén (octava estación) genera el reconocimiento de la grandeza de las mujeres, que a menudo se pasa por alto, y que exhiben una profunda empatía y compasión. Contemplar a Jesús despojado de sus vestiduras (novena estación) invita a ver la divinidad en el sufrimiento, instando a despojarse de las superficialidades y abrazar la vulnerabilidad.

La hora más oscura

En la hora más oscura del abandono (undécima estación), el grito de Jesús enseña el valor de expresar la angustia a Dios en medio de las tormentas de la vida. La redención del ladrón (duodécima estación) transforma la cruz en un símbolo de amor, ofreciendo esperanza incluso en la muerte. El abrazo de María a Jesús sin vida (decimotercera estación) significa aceptación y fe en el poder transformador del amor. Finalmente, el digno entierro de Jesús por parte de José de Arimatea (decimocuarta estación) resalta la reciprocidad del amor, indicando que cada acto ofrecido a Dios recibe abundante recompensa.

Aguardamos la resurrección del Señor, que celebraremos en la noche del sábado y las misas del Domingo. Renovando la aclamación del ángel frente al sepulcro: ¡No busquen entre los muertos al que está vivo! Celebraremos una vez más la esperanza de saber que la muerte no tiene la palabra definitiva sobre la vida.

Fuente: Infobae

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