Santiago

La Maternidad Espiritual de Mama Antula

Por el Padre Ramón Tenti

Al Papa Francisco le gusta llamar a Mama Antula, la "Madre Antula". Y no es un hecho casual o un sobre nombre elegido azarosamente, sino que expresa su vocación más genuina y el propósito de su vida.  

El dicho popular: "no es madre la que engendra, sino la que cría", encierra una gran verdad. Recordamos siempre con gratitud a las personas que nos han amado desde niños, sean o no, nuestros padres. 

Para ser padre o madre espiritual se requiere en primer lugar poseer el Espíritu Santo y tener la firme convicción que "Dios es el mayor bien" que podemos anhelar y perseguir. La Madre Teresa de Calcuta refiere: "El servicio más grande que pueden hacer a alguien es conducirlo para que conozca a Jesús, para que lo escuche y lo siga; porque sólo Jesús puede satisfacer la sed de felicidad del corazón humano, para la que hemos sido creados". Para conducir a alguien al encuentro de Jesús tenemos que dejarnos poseer y transformar por su Espíritu que es el origen y el motor que impulsa el proceso de "discernimiento espiritual" mediante el cual podemos acompañar a un hermano en el proceso de maduración en la fe. 

La maternidad espiritual engendra vida en el espíritu porque es El mismo quién nos conduce al encuentro con Dios. La palabra, es decir, el consejo que podemos dar a alguien para madurar en la fe tiene más que ver con el testimonio y la experiencia de camino eclesial junto a otros hermanos, que, con una habilidad especial o don, aunque uno lo posea. 

Mama Antula tenía esta capacidad, de engendrar hijos en la fe, porque Dios ocupaba el centro de su corazón y estaba convencida que hacerlo conocer era el mayor bien que podía hacer a alguien. La falta de "pasto espiritual" tras la expulsión de los Jesuitasle producían un dolor indecible, ya que como buena madre, veía con angustia la dificultad que haya nuevos nacimientos a la fe y el temor de que aquellos que ya la habían recibido, la pudieran perder: "cuando yo a mi solas, dentro del silencio de mí misma, reflexiono (considero) este punto, soy oprimida de aflicción, me lamento y suspiro incesantemente por el remedio que exigen tales necesidades, y no encuentro otro arbitrio que ser dichosa, sino el agitar aquel del cual dimana la precaución contra estos males"(Carta de Mama Antula al Padre Juárez del 7 de Agosto de 1780). 

Es este el contexto en el cuál, la propia Antula llama "hijos" a algunas personas, no sólo caras a su afecto, sino sobre todo "hijos espirituales, a quiénes engendró en la fe y acompañó en el discernimiento espiritual para el cumplimiento de la voluntad divina, como es el caso de Ambrosio Funes. 

En El Estandarte de la Mujer fuerte, opúsculo anónimo publicado en 1791 se subraya que Antula "veló sobre maestros y maestras, a quiénes encargó la instrucción de la religión de los ejercitantes, mientras "ella empleó todos sus cuidados y todos los medios para conservar la inocencia de la juventud, el objeto favorito de su celo, de su espíritu y de su discernimiento". 

Antula vivió la maternidad espiritual de un modo especial con jóvenes de mal vivir, mujeres sumidas en la prostitución y con especial ternura alivió material y espiritualmente a los más pobres, que la tenían como una "madre" en el sentido más pleno de la palabra. 

Los frutos de su maternidad espiritual se deben al acompañamiento de la Providencia Divina por lo que experimenta gratitud y confusión al mismo tiempo. En Carta al Padre Juárez del 5 de Septiembre de 1782 dirá: "y siempre me hallo en esta de Buenos Aires continuando el ministerio de los santos Ejercicios y experimentando grandes progresos espirituales de las almas…¡Cómo viviré yo tan obligada a esta suprema majestad¡ que verdaderamente hablando, a la vista y práctica de lo dicho, vivo confundida, y mi único consuelo es el darle muchas gracias y ofrecerme ciegamente a su voluntad". Si leemos detenidamente esta frase podemos visualizar la confusión que le genera la recepción de "tantas bendiciones de Dios". Podemos decir por los nuevos "hijos espirituales" que engendra con la práctica de los ejercicios y los progresos espirituales que experimentan, que la animan a dar gracias a Dios y ofrecerse cada día más para cumplir la voluntad del Señor. Es este un proceso continuo de vida en el Espíritu: bendición, acción de gracias, mayor entrega, nuevas bendiciones. Así es Dios de misericordioso con sus elegidos: los dispensa de numerosas gracias a la vez que les pide una mayor entrega. 

La Madre Antula entendió muy bien lo que significa dignificar a una persona: logra trascender con su comportamiento la falsa disyuntiva, respecto de la prioridad a la hora de la tarea misionera y evangelizadora de la Iglesia: dar de comer al hambriento y curar sus heridas y comunicarles la vida de Dios. Ambas van de la mano, llevarles a Jesús y asistirlos en sus necesidades materiales nace de la misma fe y del amor que es palabra y gesto que sana y salva. Dios es amor, y quiénes aman han nacido de Dios y conocen a Dios (1 Jn 4, 7-8). Darles a conocer a Jesús, anunciarles la presencia de su Reino y abrazar en el dolor a los que sufren asistiéndolos con obras de misericordia fue el estilo de vida de Antula y por eso la llamaban "mama", madre espiritual que puede enseñarnos hoy a engendrar hijos en la fe y acompañarlos en el discernimiento de la voluntad de Dios. 

En este tiempo particular de la humanidad que nos toca vivir, con poco espacio para la vida espiritual, como si ésta dimensión de la condición humana no existiera, es un desafío para nosotros los cristianos, ayudados por el testimonio de Mama Antula, recuperar en nuestras familias y comunidades "el soplo del Espíritu" que nos ayude a redimensionar la necesidad de la presencia de Dios en nuestras vidas de tal manera que viviendo según ese mismo Espíritu podamos ser también nosotros padres y madres espirituales. 

Mama Antula nos señala el camino, quizás como a ella nos "entre esa inspiración", y siendo una Iglesia en salida podamos sembrar el Evangelio del amor en nuestros pueblos y comunidades engendrando nuevos hijos a la vida de la fe para mayor gloria de Dios. 

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