ESPECIAL PARA EL LIBERAL

La tradición de boicotear al deporte ruso

Por Lautaro Puccaco. Docente de la Licenciatura en Gestión Deportiva de UADE

Está claro que toda invasión sobre territorio extranjero representa una marcada violación de los tratados y derechos internacionales. No existe motivo alguno que pueda justificar cualquier artilugio de someter a otra nación bajo el poder de las armas. Ya la Carta de las Naciones Unidas rechaza el uso de la fuerza en las relaciones entre los estados, lo que constituye una de las herramientas más efectivas para limitar el despliegue de tropas por fuera de las fronteras de cada país.

Sin embargo, hoy corren tiempos sombríos que ponen en jaque la paz y tranquilidad que consiguió el mundo tras la debacle ocasionada por la Segunda Guerra Mundial. Los principales líderes mundiales nunca contemplaron la posibilidad de revivir esos periodos tormentosos, escenas que nos retrotraen a las épocas más nefastas de la historia. Ni siquiera estaba en los planes, o al menos eso se sospechaba, hasta que en los últimos días hemos contemplado descabelladas ideas que surgieron desde los despachos centrales del Kremlin y que pusieron como objetivo anexar a Ucrania. El mundo ingresó en un espiral de amenazas constantes que parece no detenerse.

El resto de los países se esfuerzan en aplicar las medidas más adecuadas para golpear a los sectores más sensibles de la economía de Rusia, sanciones que empiezan a surtir el efecto esperado. Esas represalias no solo buscan restringir el flujo de dinero que circula entre los magnates rusos, sino que también están centradas en aislar deportivamente a Putin.

Distintos organismos y federaciones se plegaron al boicot como gesto de atenuar el poder bélico que ostenta Moscú, una serie de presiones que se tomaron hasta tanto las naciones no firmen un acuerdo de entendimiento que sea capaz de llevar la calma a sus habitantes. La reacción en cadena de los máximos entes deportivos forma parte de una larga tradición de darle la espalda a aquellos países no occidentales que transgreden los límites territoriales. No es la primera vez que esas mismas entidades deciden oponerse al establishment que gobierna desde la Plaza Roja.

Uno de los episodios más recordados sucedió durante la navidad de 1979.  Mientras la población se reunía a celebrar uno de los días más festivos del año, medio oriente sufría el inicio de una nueva guerra titulada con el nombre de Afgano-Soviética.

Esto se debió a la utilización de paracaidistas y fuerzas especiales de la KGB para asaltar Afganistán con la única misión de respaldar al gobierno comunista de ese entonces. Aquella invasión fue el pretexto ideal que recurrió los Estados Unidos para rehusarse a participar de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, una decisión que ya se venía barajando, pero que no lograba el argumento necesario para convencer a toda una nación.

El presidente norteamericano, Jimmy Carter, fue el encargado de anunciar el boicot, una medida que sería acompañada por más de 60 países entre los que se puede incluir a Canadá, la República Federal Alemana, Japón, Argentina o la República Popular China, entre otros. Según las informaciones y cables secretos que atesoraba el Comité Olímpico (COI), casi la totalidad de esos países lo hicieron para mantener vigente los negocios y relaciones bilaterales con los Estados Unidos. Esos intereses políticos prevalecieron por encima de los sueños y esfuerzos de miles de atletas que no pudieron asistir a la ceremonia. Incluso el mismísimo presidente en persona movería toda la maquinaria legal del estado para revocar el pasaporte de todo aquel deportista que incumpliera con sus órdenes.

Los juegos de Moscú adquirieron mayor preponderancia dado que por primera vez se optó por un régimen socialista para que los organizara, una situación que no contó con la aprobación de los Estados Unidos. Y es que la ciudad de Los Ángeles perdería la votación final a manos de la URSS por escasos votos de diferencias. Para ese entonces la Guerra Fría avanzaba en todos los frentes posibles y ningún bloque quería ceder los espacios conquistados.


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