San Sebastián de la Selva: la sorpresa de la naturaleza profunda en un lodge al norte de Misiones
A 80 km de Puerto Iguazú, un rincón exuberante en plena selva misionera creado por un fotógrafo de naturaleza/Crónica en primera persona - con una reflexión personal e íntima -, sobre la importancia de volver a conectar con la naturaleza (aunque seas un bicho de ciudad asumido)/Un paraíso de aves, mariposas y colores/Además: Bayka, una organización ambiental dedicada a preservar este ecosistema único.
Algunos años atrás, estaba convencida de que la naturaleza y yo no teníamos nada que ver. Yo era un bicho de ciudad que se sentía cómodo en su selva de cemento. Hasta que empecé a entender que dentro de cada persona está representada la totalidad del universo: somos la naturaleza misma, somos el universo experimentándose a sí mismo. Y sigo siendo aquel bicho, pero ya no tan cómodo.
Fue entonces que sentí la necesidad de reconectar con ella, de a poco, cómo una arqueóloga de paradigmas volviendo a casa en un periplo por el universo de su propia naturaleza. Así llegué al norte de Misiones y sus tierras coloradas, sus fronterizos ríos e infinitas gamas de verdes. Pude sentir el olor de la Tierra cuando respira, el sonido de su canto, y el pulso que marca su ritmo.
¿Por qué ya no puedo concebir estar separada de la naturaleza? Lo que pasó fue que un buen día, desperté una mañana y una cosa me llevó a la otra. Ese amanecer no fue tan bueno pero una cosa me fue llevando a la otra. Primero, me familiaricé con que todo es energía en distintas frecuencias vibracionales. Aprendí que todas las cosas que vemos y no vemos están conectadas.
Leí sobre las leyes de correspondencia, los fractales, el espacio-tiempo, el comportamiento de los átomos, la mecánica cuántica y la teoría de cuerdas. Luego, me acerqué a términos como separación y dualidad para así apenas intentar entender la totalidad.
Ese fue tan solo un concepto que sin querer fuimos construyendo en unos pocos miles de años de nuestra existencia, pero la realidad es mucho más compleja que lo que podemos ver y tocar. Concluí entonces que ambas tenemos todo en común. Soy ella, como ella es yo, vos, todos, y todo.
San Sebastián de la Selva me recibió con sus alas abiertas. A la vera de la mágica Ruta 101, a 80 kilómetros de Iguazú, cerca de la ciudad de Andresito, Ubicada sobre el Corredor Biológico Urugua í - Foerster, esta reserva natural privada nació en 2009 pero su historia comenzó mucho antes.
Sobre el acceso de entrada, se encuentra este ecoducto que tiene como función conectar dos áreas naturales protegidas para permitir el intercambio biológico y genético entre las zonas. Algo que se debería dar orgánicamente pero que debido al avance del hombre - por desmontes y rutas -, se imposibilita porque se encuentran separadas, dejando a poblaciones enteras de animales y plantas aisladas entre sí.
Esa diversidad biológica y patrimonio genético que albergan los ecosistemas es fundamental para la resiliencia y capacidad de adaptación a los cambios ambientales, asegurando la permanencia de los llamados servicios ambientales como el agua potable, el aire fresco, la regulación del clima, entre otros regalos que la naturaleza nos provee cómo base para el bienestar humano.
San Sebastián de la Selva fue soñada hace más de una década por Matías Romano, un reconocido fotógrafo de naturaleza que encontró en la conservación un llamado al que no podía darle la espalda. La reserva que también es lodge para el ecoturismo, aún mantiene la construcción original de sus antiguos dueños, una churrasquería que funcionaba como centro de recreación y pesca, además de dedicarse a actividades ganaderas. Toda la zona mantiene ese pasado en común que hoy contrasta con diferentes iniciativas comprometidas con la conservación de la selva paranaense.
Allí se encuentra una riqueza de avifauna de más de 300 especies, convirtiéndose en una meca para observadores y fotógrafos de aves que año tras año la visitan buscando la oportunidad de encontrarse con un Tico Tico, un Tucán, una Viudita Enmascarada o a un simpático Bailarín Azul. En la selva, uno está casi solo con su cámara, su binocular y muchísima paciencia, esperando el momento justo en que una de estas singulares aves posa sobre alguna rama de la copa de un árbol.
Y mientras los ojos de muchos miraban hacia arriba, los míos se iban para el suelo. Yo quería ver a los auténticos guardianes de los ecosistemas, al sustrato invisible de la vida en el planeta, a la inteligencia natural de la Tierra, a los que se cree responsables de nuestra evolución: los hongos. Esos que brotan de la tierra y los troncos de los árboles caídos luego de una lluvia. Aquellos que quizás sean nuestra última gran esperanza de supervivencia por su capacidad regenerativa de los suelos.
Mis ojos se sorprendían a cada paso con la cantidad de formas, colores, texturas y tamaños que encontraban. Es que lo realmente fascinante del reino de los fungi es la red de vida que se extiende por el subsuelo a través de sus micelios, conectando así a todos los elementos del ecosistema, como si fuera el internet de la naturaleza, una galaxia debajo de nuestros pies o las redes neuronales de nuestro cerebro.
De tanto mirar el suelo tuve algunas sorpresas a mitad de camino que me enfrentaron a mi peor fobia: las arañas. De todas formas, las observé con respeto por su trabajo artesanal perfecto y sus asombrosas telas doradas. Los escalofríos se iban ni bien aparecían enormes mariposas con hipnotizantes colores y dibujos en sus alas. Sentí a la naturaleza sonreír cuando cientas de ellas, más pequeñas y de un color fosforescente, danzaban juntas sobre la orilla del lago.
Hasta que el ruido estrepitoso de varios carpinchos metiéndose en el agua obligaban a girar la vista al espectáculo más divertido de todos: el de estos grandes roedores que nadan despreocupados y descansan con actitud irreverente durante horas asomando solo su simpática cabeza.
Bayka es una organización ambiental de San Sebastián de la Selva que desarrolla activamente distintos programas de regeneración de la selva misionera y conservación de su biodiversidad. Por ejemplo, el Programa de Reintroducción de Pacas y Agutíes es fundamental para conservar a estos roedores nativos por su rol como dispersores de semillas y restauradores del ambiente.
También realiza exhaustivos trabajos de monitoreo de especies, investigación de la biodiversidad, compensaciones de huella de carbono junto a empresas, y cuenta con un importante vivero de nativas destinado a reproducir ejemplares autóctonos con semillas recolectadas en la reserva, para su posterior plantación en las zonas a regenerar. Al día de hoy, llevan más de 17.000 árboles nativos plantados. Uno de ellos tuve el honor de hacerlo con mis manos: un hermoso Aratiku cuyo fruto es una baya pulposa comestible.
Por la noche, a medida que oscurecía, nuevos personajes salían a escena. El desempeño de este montaje donde cada actor es una parte fundamental de la obra, no cesaba nunca. Sin embargo, la función más privilegiada estaba en el cielo, ahí donde se posan las estrellas. Es que el de la reserva se encuentra dentro de una de las categorías más altas de cielos oscuros, algo así como un santuario para el astroturismo y los amantes de la astronomía.
Así me despedí de la selva, comprendiendo que ni la naturaleza ni nosotros funcionamos bien en partes separadas. Tanto la humanidad, como las especies, como los ecosistemas necesitamos estar conectados entre sí para desarrollarnos. Dicen que el todo es más fuerte que las partes, ya que al sumarlas emergen elementos que por separado no se perciben. Así funciona nuestra propia naturaleza, de la cual formamos parte, indivisible para esa inteligencia inteligencia natural del universo. Una vez más, la naturaleza dándonos una clase magistral de su inmensa sabiduría.