ESPECIAL PARA EL LIBERAL

La declaración de Uruguayana, un hito en las relaciones argentino-brasileñas

Por Mariano Caucino. Especialista en relaciones internacionales. Ex embajador en Israel y Costa Rica.


La ciudad brasileña de Uruguayana (Río Grande do Sul), situada frente a la localidad correntina de Paso de los Libres, fue el escenario del encuentro entre el presidente Arturo Frondizi con su par Janio Quadros en la tercera semana de abril de 1961. Expertos en la materia coinciden en que la reunión marcó un hito en la historia de la integración entre las que eran entonces las dos naciones más importantes de Sudamérica y que el “espíritu de Uruguayana” se mantendría vigente hasta ser llevado a la práctica con la formación del Mercosur.


El esfuerzo diplomático de Frondizi reflejaba la vocación por la política internacional de quien sería el primer gobernante argentino en ejercer activamente lo que más tarde se conocería como “diplomacia presidencial”. Inmediatamente después de ganar las elecciones de 1958, Frondizi se había entregado a una gira que lo llevó a entrevistarse con todos sus pares sudamericanos. Una tarea que unió lo útil con lo conveniente, permitiéndole alejarse de una transición plagada de rumores, algunos que indicaban que su propia asunción estaba comprometida.

Pero a comienzos de 1961 Frondizi parecía afirmarse en el poder. Después de superar interminables planteos militares, su Gobierno había alcanzado una relativa estabilidad. Y al promediar su mandato previsto de seis años, su ambicioso programa de desarrollo había mostrado auspiciosos resultados. La Batalla del Petróleo estaba a punto de alcanzar el anhelado autoabastecimiento energético. Una renovada confianza en sí mismo lo llevaría a prescindir de los servicios de su ministro de Economía, Álvaro Alsogaray, en una decisión que el desplazado nunca lograría interpretar. La reunión de Uruguayana era el resultado de intensas gestiones del canciller Diógenes Taboada, del embajador argentino Carlos Manuel Muñiz -quien más tarde sería el fundador del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI)- y su número dos, Oscar H. Camilión.


Pero los hechos históricos no se producen aislados del contexto en el que se despliegan. Todavía el PBI argentino era equivalente al del Brasil. En tanto, Quadros había asumido el poder poco tiempo antes, sucediendo a Juscelino Kubistchek. Su llegada al mando había coincidido con la de John F. Kennedy en los EE.UU. Algunas posturas de Quadros eran verdaderamente inquietantes para los parámetros de la época. Su declarado “neutralismo” era visto como una máscara que ocultaba tendencias izquierdistas.


A su vez, la cumbre de Uruguayana tuvo lugar en circunstancias singulares, en medio de la crisis derivada del fiasco de Bahía de Cochinos, un evento que provocó un serio daño en la imagen del gobierno norteamericano. Camilión ofreció su testimonio en su magnífica obra Memorias Políticas, de Frondizi a Menem. Conversaciones con Guillermo Gasió (1999). Recordó que Quadros había dado de inmediato indicios de “comportamientos erráticos”. “La aparición de Quadros introdujo un elemento de preocupación, porque lo que el nuevo presidente de Brasil puso en evidencia no fue una política naturalmente pro cubana (...), pero sí una tendencia manifiesta hacia lo que entonces se llamaba neutralismo, es decir, lo que a poco andar se llamaría no alineamiento”.


Frondizi estaba enterado de los planes norteamericanos de lanzar una operación militar contra Cuba. La saliente Administración Eisenhower se lo había mandado a decir. La iniciativa era sumamente riesgosa, un extremo que no convenció al presidente argentino. Según Camilión, Frondizi creía que una operación de ese tipo iba a ser “o bien una masacre sangrienta o un fracaso” y que en cualquier caso implicaría “consecuencias muy negativas para la región”.


En una atmósfera cargada de suspicacias propias de la Guerra Fría, la crisis en el Caribe amenazaba con contaminar la cumbre argentino-brasileña. La biógrafa de Frondizi, Emilia Menotti, sostiene en su obra sobre el presidente desarrollista (1998) que Quadros “había hecho un sondeo con respecto a la posibilidad de repudiar la invasión a Bahía de Cochinos por parte de los Estados Unidos”, algo que era inaceptable para el mandatario argentino.


Las posturas de Quadros implicaban potencialmente riesgos para Frondizi, cuyo desplazamiento al Brasil era observado por los ojos recelosos de las cúpulas de las Fuerzas Armadas. Albino Gómez reseñó en su obra “Arturo Frondizi, el último estadista” (2004) que una advertencia había sido planteada por parte del secretario de Marina, Almirante Gastón C. Clement. Se señalaba que era “conveniente” postergar la entrevista con Quadros para evitar “nuevas y serias conmociones internas en el país”. En el seno de las FF.AA. se veía al nuevo jefe del Ejecutivo brasileño protagonizando un “franco viraje a la izquierda, comunista o procomunista”.


Pero a diferencia de otros, Frondizi no subordinó su política exterior ante las necesidades inmediatas de la política doméstica y descartó las presiones militares que lo conminaban a no encontrarse con Quadros. El propio Frondizi lo recordaría años más tarde: “la senda de Uruguayana no estuvo exenta de piedras. Poco antes de salir de Buenos Aires, algunos de los jefes de las Fuerzas Armadas me hicieron saber que de realizarse la entrevista no podían garantizar que la legalidad se mantuviera”.


Tales circunstancias obligaron a la diplomacia argentina a vigorizar sus esfuerzos por apartar los instintos “neutralistas” de Quadros en momentos en que éste mostraba una inclinación a “tender lazos cordiales fuera de la región con regímenes como el de Nasser en Egipto, o como el de Tito en Yugoslavia o el de Nehru en la India”. Camilión recordó que la política exterior argentina apuntaba a reafirmar el vínculo bilateral argentino-brasileño “sobre la base de la reafirmación occidental de los países”.


Aquella vocación había sido tempranamente reivindicada. El 15 de abril de 1958, como mandatario electo, Frondizi había afirmado en la Universidad de Chile que la unidad latinoamericana implicaba tener “consciencia plena de que pertenecemos a una comunidad de raza y de historia, y si sabemos que formamos parte de un continente unido por la geografía y el común origen, no olvidamos que somos parte de un mundo mayor: el mundo occidental”. Y ofreció una definición: “Occidente es, para nosotros, más que un conjunto de naciones, un patrimonio espiritual, basado en el respeto del ser humano”. En Uruguayana, Frondizi explicó que Argentina y Brasil “forman parte de Occidente y América”, lo que implicaba “determinadas obligaciones y responsabilidades”. E interpretó que las posiciones de tipo neutralistas podían “dar satisfacciones a la opinión pública durante algún tiempo, pero si no se aseguraba el desarrollo del país, el presidente que la adoptase quedaría como un teórico más, que no había sabido interpretar las necesidades de su pueblo”.


Fue así como se llegó el día 22 a la firma de la llamada “Declaración de Uruguayana”, cuya redacción correspondió al mismo Camilión, un hombre que más tarde ocuparía los cargos clave de embajador en Brasil, canciller y ministro de Defensa. El propio protagonista así lo recordó: “Sin duda el acuerdo de Uruguayana contribuyó a disipar enormemente las diferencias entre los dos países”. Y concluyó que “señaló una verdadera divisoria de aguas en la relación bilateral argentino-brasileña” y “reafirmó una base de diálogo con Brasil”.


Juan José Cresto escribió en su libro “Presidente Frondizi: la política internacional a través de sus viajes al exterior” (2001) que la conferencia “fue un éxito conjunto por la sinceridad de los interlocutores” y recordó que muchos de los documentos fueron firmados sobre la propuestas esbozadas por Buenos Aires. Y que las deliberaciones tuvieron lugar en el marco de una “cordialidad excepcional” que redundó en las mejoras en las relaciones de los dos países.


A sesenta años de la “Declaración de Uruguayana”, quiera su espíritu ilumine a los hombres que hoy están al frente de nuestras naciones.


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