En esta grave hora de la patria no es oportuno ni prioritario volver a la carga con el aborto que descarta y mata
Por monseñor José Luis Corral SVD. Obispo de Añatuya.
“Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites.
En el fondo no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no sirven” —como los ancianos”.
Es triste y doloroso que el presidente Alberto Fernández insista empecinadamente con enviar al Congreso, de modo tan insostenible e inoportuno, el proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) -aborto legal- en estas circunstancias de tremenda crisis sociosanitaria, con unos niveles de pobreza intolerables, en un cuerpo social herido por tantos desencuentros entre argentinos, rodeados de una inmensa nube de incertidumbre y oscuridad.
La pandemia nos está haciendo valorar mucho más la vida, el cuidado de los vulnerables, muchos están arriesgando sus vidas para salvar las vidas de otros. En medio de ello, aparecen estos actos tan contrarios e incoherentes con la discursiva oficial, invitando a promulgar legislaciones que eliminen vidas y se consagre el derecho a aniquilar selectivamente personas y matar vida inocente; es un verdadero acto inconsecuente, inconstitucional e inmoral, cruel y cobarde. Construir así desde la mentira y la incongruencia, porque se conculca el primer derecho que es a la vida sin el cual colapsan todos los demás derechos y sin el cual no hay libertad, es un verdadero quiebre en materia de derechos humanos, un fracaso social y humano que nos mutila y recorta.
Nuestra Constitución Nacional reconoce el derecho a la vida y cada argentino/argentina tiene plenos derechos desde la concepción hasta la muerte natural y no podemos borrar con un pulgar tan soberano y magnífico principio. Resulta inaceptable que los poderes constituidos se alcen contra la cobertura constitucional que protege el derecho a la vida de todo niño, nacido o por nacer, desde el instante de su concepción. El respeto absoluto por la vida de todo ser humano inocente es condición de legitimidad y soporte de todo el ordenamiento social, político y jurídico.
Para quienes somos creyentes confesamos que “este universo depende de un Dios que lo gobierna, es el Creador que nos ha plasmado con su sabiduría divina y nos ha concedido el don de la vida para conservarlo. Un don que nadie tiene el derecho de quitar, amenazar o manipular a su antojo, al contrario, todos deben proteger el don de la vida desde su inicio hasta su muerte natural. Por eso, condenamos todas las prácticas que amenazan la vida como los genocidios, los actos terroristas, las migraciones forzosas, el tráfico de órganos humanos, el aborto y la eutanasia, y las políticas que sostienen todo esto”. Por eso cuidar, honrar y venerar la vida, en todas sus etapas y circunstancias, es de buenos ciudadanos y de buenos cristianos.
Todo lo que se pudo argumentar, debatir, decir, testimoniar ya se ha mostrado y dicho, no es tema que queda circunscrito al mundo de las creencias religiosas o doctrinas y en la esfera de los actos privados o personales. Nos atraviesa como sociedad, no es igual si no se hubiese dado todo el largo tratamiento que le dio el Congreso hace poco tiempo, no podemos volver a punto cero, no podemos voltear posiciones tomadas; no podemos volver a permitir que presiones de poder, grupos de incidencia, factores económicos, colonizaciones ideológicas y agendas multinacionales minimicen y merman lo alcanzado.
Hoy la patria nos requiere unidos, estamos empobrecidos, los sectores más desprotegidos han sido golpeado duramente, por la pandemia actual y por la corrupción de siempre; nos sentimos empantanados y nos cuesta salir y vislumbrar horizontes de progreso y desarrollo con inclusión y equidad. Ahora agregamos o reeditamos otra causa de división y enfrentamiento, abortamos esperanzas de reencuentro y clamores de justicia, nos empequeñecemos como Nación y renegamos de los ideales que nos vieron nacer, destruimos las bases mismas de la convivencia y de la fraternidad.
Nos queda la confianza que diputados y senadores que supieron sostener sus principios lo hagan en esta oportunidad con la libertad de toda adhesión u obediencia corporativa o de partido, con plena conciencia y responsabilidad de que el deber del Estado es promover el cuidado y dignidad de las dos vidas siempre.
Apostemos al diálogo y articulemos voces y manos en los esfuerzos de encontrarnos en aquello que nos une, en el combate de la vida que dignifica, libera y eleva, para salir de esta crisis y de todas, crecidos y transformados para bien.
Jesús en el Evangelio nos dice “les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Algo similar está contenido tanto en el Talmud como en el Corán, según el cual “quien mata a un ser humano es como si matase a toda la humanidad, y quien salva una vida es como si hubiese salvado el mundo entero”.
En estos días, miramos como santiagueños a la madre de todos, Ntra. Sra. de la Consolación de Sumampa, la Madre que dijo sí a la vida y que en su regazo le ofrece al “changuito Jesús” un cobijo seguro y tierno para saber que en Ella siempre tiene a quien volver, descansar y recuperar fuerzas. Que ningún vientre sea tumba ni se riegue de sangre inocente nuestra tierra, que sea lugar de alumbrar la vida y teñirse de rojo coraje, rojo amor y rojo de alborada de un nuevo día.