ANÉCDOTAS DE LA HISTORIA

Personajes legendarios de la Argentina: Juan Facundo Quiroga, el tigre de los llanos -segunda parte-

Por Eduardo Lazzari. Historiador.

Algún historiador ha dicho que la distinción entre el estratega y el táctico está dada por el largo de sus miradas. Mientras el estratega logra ver aquello que le espera detrás de las montañas, el táctico observa el detalle de cada quebrada, cada valle, cada cañada en el camino hacia la cordillera, siempre lejana. Si aplicamos estos conceptos al tiempo argentino que transcurre entre el fusilamiento del gobernador porteño Manuel Dorrego y el asesinato del antiguo gobernador riojano Juan Facundo Quiroga, podemos decir que la polvareda de la guerra civil convirtió a todos los protagonistas en tácticos, en hombres de cortas miradas, porque quizá resultaba demasiado heroico mirar algo más allá.

Este rosario de combates, escaramuzas y batallas, una tras otra entre 1829 y 1835, sin tiempo siquiera para el resuello, hizo que grandes militares actuaran como principiantes y que hombres de milicias fueran en el campo del honor guerreros formidables. Quiroga será el gran protagonista, pero sus aliados y sus adversarios no le obsequiarán fácilmente el carácter de primer actor.

EL FUSILAMIENTO DE DORREGO

La llegada desde el Brasil, en noviembre de 1828, de la primera división del Ejército Argentino bajo el comando del general Juan Lavalle, desencadenará desde Buenos Aires episodios que cambiarán la historia: la destitución de Manuel Dorrego; su resistencia debilitada por la defección de Juan Manuel de Rosas; la derrota del derrocado en Navarro; y su fusilamiento brutal el 13 de diciembre.

La muerte del gobernador federal produjo estupor y perplejidad en el país. La decisión personal de Lavalle de ejecutar a su adversario, sin juicio de ningún tipo, bajo la influencia de Del Carril, Gómez y Varela, sumada al fracaso de Guillermo Brown en lograr el destierro para el condenado, significó el traspaso intolerable de un límite en las luchas políticas argentinas, para volver del cual se demandó un cuarto de siglo hasta 1853. Tras el silencio y el terror por el crimen de Navarro, cambió dramáticamente el escenario político.

Juan Facundo Quiroga tomó definitivamente partido por los federales, emprendiendo acciones para consolidar un frente de resistencia ante el avance unitario. Establecido Lavalle como gobernador de Buenos Aires, el jefe de la segunda división del Ejército, el general José María Paz, emprendió una campaña contra su antiguo rival, el gobernador cordobés Juan Bautista Bustos. Hay que destacar que Paz fue uno de los más grandes estrategas de la historia militar americana, y logró mantener ese carácter en la guerra civil, algo que no logró su colega armas Lavalle en el desempeño posterior.

UNITARIOS CONTRA FEDERALES. SU AUTOEXILIO EN BUENOS AIRES

Paz asume como gobernador, luego de su victoria frente a Bustos, el 22 de abril de 1829 en el combate de San Roque, y frente a su intención de disciplinar a las provincias del norte, Quiroga organiza un ejército para atacar “La Docta”. El riojano reúne tropas propias, catamarqueñas y cuyanas, y se dirige por el valle de Traslasierra hasta la puntana Villa Mercedes, para luego subir hasta Córdoba. Llega hasta el cerro de las Rosas, hoy zona urbana, y enfrenta a las tropas de Paz, en la batalla de La Tablada. Durante dos días, 22 y 23 de junio, el enfrentamiento fue el más numeroso hasta entonces en territorio argentino: más de diez mil hombres, en una proporción de 3 federales por cada unitario. La pericia militar de Paz se impondrá magistralmente. Seis meses después, el 25 de febrero de 1830, en las cercanías de Oncativo, vuelven a enfrentarse el cordobés y el riojano, triunfando nuevamente Paz. Dirá Quiroga de su adversario: “Es un general que gana batallas con figuras de contradanza”.

La consecuencia será la firma de dos tratados: la Liga del Interior, encabezada por Paz el 5 de julio de 1830, y el Pacto Federal, liderado por Rosas y López, el 4 de enero de 1831. La guerra civil continúa. Quiroga es el jefe del Ejército Confederado, al mando del cual tomó los fuertes de la frontera sur, entre ellos la villa de la Inmaculada Concepción del Río Cuarto y estableció su dominio sobre Cuyo. En San Luis sus tropas alcanzaron al coronel Juan Pascual Pringles, quien fue muerto por un soldado en contra de la orden de Quiroga de respetar la vida del héroe de Chancay, soldado al que gritó: “¡Por no manchar con tu sangre el cadáver del valiente coronel Pringles, no te hago pegar cuatro tiros ya mismo!”. Finalmente atacó en Córdoba al general Gregorio Aráoz de Lamadrid, reemplazante de Paz luego de su captura, persiguiéndolo y derrotándolo en Tucumán, el 4 de noviembre de 1831.

Quiroga se retira con su familia a Buenos Aires, donde vive en tranquilidad entre 1832 y 1834. Fue nombrado jefe de una columna de la Campaña al Desierto encabezada por Rosas contra los indios en 1833, pero no participó activamente. Se adaptó rápidamente a las confortables formas y modos de la capital del Plata, integrándose socialmente y asombrando por su elegancia y estilo. Era recibido habitualmente por Rosas, con quien estableció una relación muy cálida, aunque el Restaurador lo prefería, sin duda, fuera de la política general.

SU ASESINATO Y LAS CONSECUENCIAS POLÍTICAS

El 16 de diciembre de 1834 el gobernador porteño Manuel Vicente Maza lo nombra a Quiroga delegado porteño para negociar con los gobernadores enfrentados por la autonomía de Jujuy: el tucumano Alejandro Heredia y el salteño Pablo De La Torre. Con su secretario, el puntano José de los Santos Ortiz, parten el 19 hacia el norte con instrucciones precisas, entre las que figura: “que al presente es en vano clamar por Congreso y Constitución bajo el sistema federal, mientras cada estado no se arregle su aptitud para formar federación con los demás”. Este texto muestra la intención porteña de postergar cualquier arreglo institucional.

Rosas lo despide en San Antonio de Areco, y en un veloz viaje, Quiroga llega a Santiago del Estero, donde se entera que el pleito norteño acabó con el asesinato de De la Torre. Se entrevista con el gobernador Juan Felipe Ibarra, pero su pérdida de influencia se hace evidente. Decide volver a Córdoba, a pesar de que le llegan rumores sobre una conspiración para matarlo. En cada posta se confirmaba el riesgo. En la madrugada del 16 de febrero de 1835, la posta de Los Talas fue testigo del paso de la diligencia que conducía a Quiroga rumbo a su destino. Al llegar ese día al paraje de Barranca Yaco, una partida al mando del capitán cordobés Santos Pérez atracó a Quiroga y sus acompañantes.

El “Tigre de los Llanos” fue audaz y valiente hasta su último suspiro. Sacó su cabeza frente a los atacantes y les gritó “Soy Quiroga”, y entonces le dispararon a la cara. Todos los viajeros fueron asesinados luego, entre ellos un niño postillón que los acompañaba. El cuerpo de Quiroga fue lanceado y destrozado. El crimen fue atribuido a los hermanos Reinafé, por entonces los mandamases de Córdoba, ya que los ejecutores eran hombres de su confianza, y terminaron ajusticiados en la plaza de la Victoria de Buenos Aires. Las sospechas sobre Rosas frente al asesinato de Quiroga no se basan en ningún documento. El poema “Quiroga: el Tigre de los Llanos” escrito por Félix Luna, con música compuesta por Ariel Ramírez, forma parte de la obra “Los Caudillos” y es una maravilla del folclore argentino que relata este episodio.

SUS SEPULTURAS

Luego de su muerte, sobre el Camino Real que une Santiago del Estero con Córdoba, el cuerpo fue llevado hasta la capilla de la Posta de Sinsacate para su primer velatorio. A los dos días fue sepultado junto a la Catedral mediterránea, luego de un funeral celebrado por el cura Juan José Espinosa. Al año siguiente sus restos fueron exhumados para trasladarlos hacia Buenos Aires, donde seguía viviendo su familia.

Un largo cortejo, que duró cerca de un año, deteniéndose cada noche y celebrando una misa de funerales cada mañana, llevó el ataúd de madera, pintado de rojo punzó, a lo largo de ciento cincuenta leguas, hasta la iglesia de San José de Flores. Allí permaneció una noche para emprender el viaje final hacia el cementerio de la Recoleta, en el que Quiroga había comprado una parcela antes de emprender su periplo final. Al túmulo original de la cripta se le agregó la imagen marmórea de una virgen dolorosa hecha por el italiano Antonio Tantardini, quien se inspiró en doña Dolores, la esposa del difunto. Fue la primera escultura artística del panteón porteño.

En 2004, el arqueólogo Daniel Schavelzon y su equipo, provistos de un geo-radar, ubicó el cofre con los restos de Quiroga, ubicado en forma vertical tras una pared. La leyenda sobre el supuesto deseo del caudillo de ser sepultado de pie parecía ser verdad. Pero la historia es otra. A la muerte de Juan Manuel de Rosas, en 1877 en Inglaterra, sus antiguos seguidores piden celebrar una misa en la iglesia del Pilar, contigua al cementerio. Se produjeron incidentes con quienes se oponían al homenaje. Fue entonces que el yerno de Quiroga, Antonio De Marchi, con el acuerdo familiar, mandó tabicar el féretro para evitar cualquier profanación.

Sigue allí Facundo, y sin duda su alma contempla con satisfacción que, frente a su sepultura, florece una “estrella federal”, símbolo que, junto a las tumbas de Dorrego y Rosas, hace de la Recoleta un verdadero panteón federal. Es el lugar ideal para recordar el prólogo de la obra que le dedicara Sarmiento: “! Diez años aún después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían: «¡No, no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá!». ¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo…”.


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