Cómo administrar la diferencia y no morir en el intento
Por Mariana Losano. Licenciada en Ciencias Políticas de la Universidad Católica Argentina.
Gestionar la diferencia se ha vuelto un desafío cada día más acuciante. La gran circulación de información, la riqueza de miradas, la convivencia laboral de distintas generaciones con sus culturas, nos enfrentan a este desafío nunca antes visto. Cómo gestionar un espacio común interconectado, múltiple, multifacético, multicultural, con cambios en los modelos de familia, con grandes migraciones en busca de un futuro, con cambios en la forma de gestionar el espacio privado que impactan a nivel global.
Hoy nos encontramos frente al desafío y la importancia de desarrollar identidades poderosas para poder sobrevivir. Algunos las buscan en viejas identidades que resultaron efectivas en términos de resultados en el pasado, pensando que volviendo a estructuras antiguas, mágicamente se logra una parada propia, original. Buscan en el pasado algo que no pueden resolver en el presente.
¿Y cuáles son estas nuevas circunstancias? Hoy más que nunca necesitamos generar una conexión con el diferente. No podemos ignorarlo porque tarde o temprano nos afectará. Miremos los enfrentamientos que se están dando en muchos países de Latinoamérica (Ecuador, Chile, Bolivia): dirigentes y población que se acusan entre sí con signos políticos distintos nos brindan ejemplos del fracaso al momento de articular la diferencia. ¿Será la amenaza de dejarlos fuera de acuerdos y prerrogativas la forma de lograr conectarse? Hoy la amenaza va perdiendo entidad como forma de generar autoridad. Necesitamos modos diferentes de hacerlo.
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Uno de ellas es saber escucharnos, permitirnos pasar por ese mundo diferente del otro para poder comprenderlo. Entender sus limitaciones, sus necesidades, sus posibilidades, lo que puede brindar y sus límites. Vivir encerrados en gabinetes que generan proyecciones sin el contacto del día a día puede generar trampas mortales que hacen estallar proyectos muy valiosos por falta de conexión. A nivel personal o familiar, muchas veces nos vimos enfrentados a la frase "es que no me escuchas"; "es que no me siento escuchado". Escuchar no implica que el otro haga lo que yo quiera, sino que es generar un espacio para que algo nuevo suceda, para que nuevas acciones se pongan en marcha de una manera compartida. La escucha está ligada a la conexión y al cambio personal. ¿Pero qué es estar conectado?
La conexión implica una mirada sistémica. La mirada sistémica gestiona la diferencia y produce transformaciones sustentables en contextos de gran volatilidad. Permite distinguir relaciones que predicen resultados en contextos inciertos e inestables. Conexión con uno, conexión con otros, conexión de la organización con el contexto, son combinaciones que hoy no pueden soslayarse. Si no estamos conectados sistémicamente, veremos solo pedazos de nuestra realidad y no tendremos en cuenta los efectos que ésta tiene en la interconexión con el hacer.
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Entendido desde su potencialidad de crear sentido, el líder debe –desde la mirada sistémica– crear con otro desde la diferencia, relacionar, reconocer la complejidad y hallar los instrumentos para describirla y actuar en consecuencia, sin olvidar que en un marco de cooperación no está exento de ninguna manera el conflicto de intereses. Para ser escuchado desde un espacio de conflicto de intereses es necesaria una identidad poderosa. ¿A qué nos referimos con identidad poderosa?
Cuando entramos en contacto con otra persona, puede llegar a generarse un espacio en donde uno le brinde al otro autoridad para que nos transforme. Y así es que, por momentos, somos "gobernados" pero de una manera en que nuestra identidad le pone un límite seleccionando lo que consideramos más conveniente. Si tenemos un criterio para ordenar nuestra vida, podremos saber qué tomar y qué dejar y cuándo es el tiempo para cada cosa. Cuanto más sabemos, cuanto más nos formamos, más nos damos cuenta de nuestra ignorancia y de la necesidad de los otros para nuestro desarrollo.
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Pierre-Henri Tavoillot en su libro "Como gobernar un pueblo rey" nos advierte: "Vivimos en un momento crítico de nuestras democracias; el pueblo está suficientemente ilustrado para no dejarse esclavizar, pero no lo suficientemente ilustrado para aceptar ser gobernado". Una gran definición para tener presente, en un mundo que hoy nos desafía continuamente a crear nuevos espacios de convivencia.