El desarrollo humano tiene cara de mujer y vientre de madre
Por Mariángeles Castro Sánchez. Directora de la Licenciatura en Orientación Familiar de la Universidad Austral.
Mujeres, madres. Antes, sinónimos en el imaginario colectivo. Hoy, conceptos disociados de manera explícita. Ciertamente, en el escenario actual, con debates abiertos y una lógica de época que desconecta la feminidad de la función materna, tal vez suena arcaica esta vinculación.
Sin embargo, mientras las nuevas representaciones sociales desplazan a las mujeres hacia la esfera pública, la maternidad llega y su vivencia las atraviesa.
Irrumpe en la vida con fuerza ciclónica. Y avanza, no pocas veces, venciendo resistencias. Es entonces, quizás, cuando se advierte que la maternidad continúa siendo una experiencia central y primaria para la inmensa mayoría de la población femenina a nivel global.
Porque si hablamos de las mujeres, de su impulso y progreso, no podemos omitir una referencia concreta a sus maternidades, las dadas y las recibidas, y también a las condiciones que las enmarcan. En este punto, conviene siempre adoptar una perspectiva relacional. Puesto que somos seres en constante interacción, respectivos de otros, necesitados de un entorno humano de pertenencia al que regresar una y otra vez. Y son las maternidades las que pueden proveer estos ámbitos, por medio de una actividad intensa y creativa: la de gestar vida, prodigarle cuidados y ayudarla a crecer.
Sabemos que el paulatino empoderamiento de la mujer, partiendo de su vulnerabilidad constitutiva histórica y presente, es un ítem central en la agenda del desarrollo sostenible. Como objetivo tiene un efecto multiplicador: lo que a cada mujer le pasa no la involucra solo a ella, sino también a su núcleo más íntimo y a la comunidad que los contiene.
Y, aunque las mujeres madres saben que provienen de una historia común de postergaciones y segundos planos, están en plena marcha hacia la conquista de la igualdad en la diversidad.
Ahora bien, en el camino, son muchas las que no quieren ir por delante, sino a la par. Las que desean ejercer su maternidad biológica y social, aportando su particular sello a una parentalidad positiva en un pie de igualdad con el varón. Porque, en definitiva, el amor está siempre en la base de la experiencia personal, cruzando de un extremo a otro nuestra existencia.
En todos los casos, librar de estereotipos la noción de maternidad nos ayudará a despejar el terreno. Así como ciertos modelos de familia perfecta son inexistentes en la realidad, tampoco hay madres ideales, sino reales.
Por eso, la expansión de la identidad femenina, lejos de una hipótesis de conflicto, debe venir de la mano de la aceptación de su particular modo de ser y estar en el mundo, en un escenario de efectiva igualdad de dignidad y derechos para todas las personas.
De lo anterior se desprende que el desarrollo humano sostenible constituye un horizonte común que solo puede ser alcanzado a partir de acuerdos fundamentales.
Porque las mujeres madres no están solas, no son entes aislados, sus reivindicaciones, necesariamente, tienen que ser relacionales.
Conviene trascender, pues, las tensiones y encaminarse hacia una síntesis superadora que las ubique en el espacio protagónico que les corresponde, como actoras centrales de sus propias biografías. Descubriendo la armonía subyacente en las relaciones interpersonales, enriquecidas por la reciprocidad y el complemento. Flexibilizando estructuras sociales anquilosadas, pero evitando caer en reduccionismos vanos. Porque la intersubjetividad está en la base del desarrollo humano. Y tiene cara de mujer y vientre de madre.