Otra Generación, las mismas sensaciones
Por Germán Robato. Periodista.
Brasil, 17 de agosto de 2016: Las lágrimas en los ojos de Manu Ginóbili marcaban para él, el final de su romance con la selección y para nosotros, el fin de una era histórica, inolvidable ¿irrepetible? La Argentina acababa de quedar eliminada de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro a manos de Estados Unidos y uno de los dos máximos emblemas de la “Generación Dorada” daba el adiós definitivo, marcando el epílogo del mejor equipo de básquet de la historia del país.
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China, 10 de septiembre de 2019: “Luifa” golpea una y otra vez el parqué tras convertir otro doble clave, uno de los que le dio la estocada final a la poderosa Serbia. Su cara deja ver una sonrisa como casi nunca, goza con este equipo de jóvenes a los que les contagió los valores de aquel grupo, disfruta jugando un básquet de alto vuelo, como no se veía desde Indianápolis 2002, cuando aquella Generación dio el primer paso gigante de su enorme historia. El es el otro gran emblema, el que quedó, el que a los 39 años se contagió de la frescura de unos cuantos inconscientes que quieren construir “su” propia historia.
Entre un episodio y otro, pasaron sólo poco más de 3 años. Casi nos habíamos resignado a aceptar que llevaría un tiempo largo construir una selección que pudiera volar otra vez a nivel mundial; era demasiada la jerarquía, el temple y la mentalidad para reemplazar; era mucha la juventud inexperta; era poco el roce internacional; había varios chicos que jugaban muy bien al básquet, pero que no estaban probados en el más alto nivel.
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Este grupo hizo trizas todas las predicciones, destrozó cualquier pronóstico y mostró un fuego sagrado propio que nos devolvió el orgullo, la alegría y el sentido de pertenencia mucho antes de lo que ni el más optimista hubiese imaginado. No fue casualidad, aunque a futuro puedan llegar sinsabores o actuaciones no tan rutilantes. Esta ya inolvidable actuación en China fue producto de planificación, trabajo, coherencia y cero egoísmo; fue una vez más, un enorme ejemplo que le da el básquet al deporte argentino todo.
Un sabio conductor
Como sucede casi siempre, sólo el paso del tiempo le dará a Sergio la “Oveja” Hernández el lugar relevante que merece. Desde su mesura, su tranquilidad en las victorias y en las derrotas, su inteligencia para sumar a su cuerpo técnico a los mejores y darles su lugar y un mensaje que baja sencillo y claro, logró lo más difícil para cualquier técnico de cualquier deporte: sacar de cada jugador, aún más de lo que puede dar.
Por eso Delía, Gallizi, Fjellerup o Brussino son otros con la camiseta de la selección, se potencian, asumen su rol y lo cumplen a la perfección; por eso nuestro enorme Gabriel Deck, como pasó con Manu en los Spurs, entiende que empezar el partido en el banco es sólo parte de una estrategia para que rinda más. Y entonces, cuando salta a la cancha es el mejor sexto hombre, y cierra los partidos como jugador clave del equipo.
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Y si aquel grupo tenía a Manu como el as de espada, el que siempre inventaba algo diferente, el que brillaba con luz propia, este disfruta de un Facundo Campazzo pletórico, al que cuesta encontrarle una mala decisión en la cancha, al que se disfruta viéndolo, porque el disfruta jugando. Anota, asiste, corre, vuela, marca, contagia... yo me animo a decir que es el jugador distinto del Mundial, uno de los pocos que puede salirse de los sistemas para mejorar a su equipo. La semifinal nos encontrará con Estados Unidos o Francia, pero ¿les digo algo? Hoy me importan poco el rival y el resultado. Es que esta selección evitó el duelo de la “Generación Dorada” con mucho básquet y con un grupo de chicos surgidos de nuestra Liga Nacional que ayer hicieron que los ojos del mundo se posen sobre ellos.
El tiempo dirá hasta dónde podrán llegar. El presente merece disfrutarse, como una asistencia de “Facu”, como una finta de “Luifa”, como una volcada de “Tortu”...