Redes sociales y linchamientos virtuales
Por Sergio Sinay. Escritor y Periodista.
¿En qué sentido son sociales las redes sociales? Cualquier intento de responder este interrogante debería definir qué significa socializar. El diccionario de la Academia de la Lengua ofrece cuatro opciones:
1) transferir al Estado, o a otro órgano colectivo, algo de propiedad privada, especialmente un servicio o un medio de producción,
2) extender al conjunto de la sociedad algo limitado antes a unos pocos,
3) adaptar a un individuo a las normas de comportamiento social y
4) hacer vida de relación social. Con estas alternativas a la vista se podría decir que la segunda y la última son las que más se acercan al uso habitual de las redes. Y en cierto sentido, también la primera. No porque transfieran al Estado algo que es propiedad privada, sino porque los usuarios de redes suelen exponer su vida íntima, su privacidad, sus hábitos y sus movimientos dejándolos a la vista de todo el mundo y convirtiéndolos así en una suerte de propiedad colectiva.
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La opción 2 (extender al conjunto de la sociedad algo limitado antes a unos pocos) funciona cuando a través de las redes se viralizan informaciones (habitualmente falsas y no chequeadas), chismes, textos ajenos que se hacen pasar como propios, fotografías robadas, y también, todo hay que decirlo, iniciativas que resultan benéficas o transformadoras. Y la 4 (hacer vida de relación social) se plasma en los grupos o listas de contactos que crean la ilusión de que se tiene muchos “amigos”, como curiosamente llaman las redes a simples nombres que a menudo no son reales, o generan la fantasía de que se experimenta una intensa vida de relación, cuando suele ocurrir que hace varios días que no se participó de un encuentro presencial con personas de carne y hueso.
LAS REGLAS DE JUEGO
Queda por analizar la opción 3 (adaptar a un individuo a las normas de comportamiento social) y vale la pena detenerse en ella. Entendemos por comportamiento social la serie de normas y reglas, no necesariamente escritas, tácitamente aceptadas por un grupo, una comunidad o una sociedad en su conjunto, que organizan y determinan la pertenencia a ella y la convivencia dentro de esta. En un mundo ideal esas normas deberían incluir ineludiblemente el respeto, la escucha, la empatía, la sinceridad, la aceptación y la buena fe. En las interacciones que se producen en el mundo real es frecuente advertir que estos valores brillan cada vez más por su ausencia. Y en el mundo virtual de las redes sociales el default es todavía mayor. Las normas y reglas que en gran medida rigen allí, y a las que hay que adaptarse, son muy diferentes.
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Uno de los más recientes fenómenos producidos en las redes es lo que se conoce como “cancel culture”. Cultura de la cancelación. Significa sencillamente cancelar a cualquier persona, sobre todo si se trata de alguien del mundo de la política, el deporte, el espectáculo u otro espacio de exposición pública, que haya expresado una idea, un comentario o una frase que sus seguidores o los habitantes de las redes consideren incorrecto, ofensivo o contrario a la opinión de la mayoría. El fenómeno se inició en grupos de twitter de la comunidad negra estadounidense y luego se extendió hasta convertirse en un hecho masivo en las redes en todo el mundo. Por ejemplo, el autor de esta columna podría ser cancelado en este mismo momento por haber escrito “negro” en lugar de “afroamericano”. Y ser cancelado significa ser bloqueado y borrado para siempre en la lista de contactos de miles de personas, perder de inmediato toda lista de seguidores, no recibir ningún tipo de comunicación. En síntesis, estar virtualmente muerto. Y no de muerte natural, sino como producto de una censura masiva. Una especie de linchamiento colectivo.
En “Odyssey”, un sitio de divulgación y debate de ideas significativas, Cait De Lucchi, de la Universidad Estatal de Florida, en Estados Unidos, advierte que “el problema con la cultura de la cancelación es que no permite a las personas ni redimirse ni aprender de sus propios errores”. En efecto, antes de que eso ocurra ya han sido suprimidos. Y para quienes viven horas y horas de sus vidas en las redes la cancelación o supresión equivale a no existir. Porque, curiosamente, las redes sociales al crear comunidades virtuales, sin existencia tangible, y al exigir una atención y presencia permanente frente a la pantalla, terminan por secuestrar a las personas. Sus cuerpos quedan como ropas vacías, pero ellas ya no interactúan entre sí en encuentros reales, en donde se miran a los ojos, se escuchan con sus oídos, hablan con sus voces, pueden abrazarse o acariciarse o darse palmadas y hasta compartir silencios significativos sin temor a que estos signifiquen que el otro desapareció o “me bloqueó”.
Censura y linchamiento son dos palabras que en la vida real de las sociedades humanas fueron progresivamente “canceladas”, valga el vocablo. Al menos en las sociedades democráticas y civilizadas, esto ocurrió en simultaneidad con la desaparición de los hechos que estas palabras designan. Sin embargo, no ocurre lo mismo en las redes sociales, donde tienen una vigencia absoluta y preocupante. El anonimato, la ausencia física, la pereza mental que impide chequear información antes de divulgarla, y la anemia de pensamiento crítico, que imposibilita dudar, comparar, reflexionar, discernir, terminan por imponerse y crean las condiciones para linchamientos en los que se expresan profundos resentimientos personales, fanatismos monolíticos, prejuicios rancios y otras anomalías que muchas veces hacen de las redes verdaderos vaciaderos de cuestiones personales no resueltas por quienes descalifican, denuncian sin pruebas, repiten mecánicamente cualquier cosa que caiga en sus pantallas, insultan o linchan.
PREGUNTAS NO HECHAS
Es curioso cómo personas que suelen desconfiar de la información que se publica en diarios y revistas o que se da a conocer en informes radiales y televisivos, habitualmente producto del trabajo de profesionales formados para ese trabajo, no dudan ni por un instante de cualquier cosa que circule por las redes, sin preguntarse por el origen, por la existencia real del autor (en caso de que lo hubiera), por la probidad de la fuente. Tampoco vacilan en viralizarla, sin pensar ni por un minuto si estarán dañando a alguien, si están lastimando una reputación probada y duramente ganada. Y mucho menos se preguntan, antes de enviar, si estarían de acuerdo en que se divulguen masivamente chismes, difamaciones o supuestas informaciones acerca de ellas mismas del modo en que ellas lo hacen con otros. Si siempre es más difícil construir que destruir, porque construir requiere trabajo, imaginación, esfuerzo, compromiso y buena fe, mucho más lo es en el mundo de las redes sociales.
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Y aquí regresa el interrogante del principio. ¿En qué sentido son sociales las redes sociales? Si socializar es crear ámbitos de conexión entre personas para llevar adelante visiones comunes, para cultivar vínculos y alimentar afectos, para conciliar lo diverso y encontrar formas fecundas de armonizar diferencias, las redes dejan mucho que desear. En todo caso, a través de los modos en que se las usa se pueden vislumbrar aspectos inquietantes de la sociedad. Si se acepta esto, podrían ser útiles para empezar a trabajar sobre esos aspectos, tanto en lo personal como en lo colectivo.