Mama Antula, una santa para nuestro tiempo

Por Pbro. Mario Ramón Tenti.

La figura de María Antonia de San José, Mama Antula, tiene varios rostros que la muestran como una mujer de infinita misericordia, confiada en la providencia divina, tenaz en la consecución de sus propósitos, humilde hasta el punto de esconder con silencio y evasivas su propia experiencia de Dios, desinstalada y misionera, libre frente a los prejuicios sociales y religiosos, segura de sí misma, austera y sencilla, pero por sobre todo, una mujer de fe.

Te recomendamos: La realización personal en la amistad

Al contemplar la vida y  obra de Mama Antula, sorprende los lugares que visitó, provincias de Argentina y Uruguay, la cantidad de ejercicios espirituales que organizó y los miles de ejercitantes que participaron; las personas en situación de vulnerabilidad a las que asistió y la obra de su anhelada casa retiro; lo que logró evangelizando y posibilitando el espacio para la conversión y cambio de vida de miles de personas, la renovación de la sociedad de su tiempo, y la humanización de un gran sector de la sociedad que asistió con sus obras de misericordia para aliviarles el dolor.  

Mujer de fe

A los 15 años, edad en la que la mayoría de las mujeres de su tiempo y clase social proyectaban su vida hacia la consolidación de su propio status social a través del matrimonio o ingresando a un convento, María Antonia, se consagra a Dios, mediante votos privados,  se hace beata de la compañía de Jesús.

Atraída por la vasta  obra de la orden fundada por Ignacio de Loyola, decide consagrarse a Dios. ¿Qué resortes de su corazón movilizó Dios que  la llevaron a tomar semejante decisión?  

Aunque poco y casi nada se sabe de esa etapa de su vida, seguramente María Antonia fue “visitada” por el Señor, que la llamó para ser su discípula lo que la llevó a abandonar, en cierto sentido,  su familia y su vida anterior para consagrarse a Él.  

Te recomendamos: Nuestras creencias

Más adelante, y ya con una fe probada dirá: “Yo no sé qué otra cosa mejor puedo hacer que ofrecerme ciegamente al Señor todos los días de mi vida para que haga en mi su santa voluntad”. El motor que la impulsa y el horizonte que le da sentido a su vida es la fe en Dios, Padre de Providencia.

Ella misma dirá, en una carta a su amigo el Padre Gaspar Juárez (Jesuita exiliado en Europa) que fue Dios “quién la inspiró” para realizar los ejercicios de San Ignacio después de la expulsión de los Jesuitas.  

Jamás hay que olvidarse de esto, Mama Antula, como tantos otros “santos” pudieron llevar adelante una obra extraordinaria sólo porque Dios era la “razón de su vida”, el cumplimiento de Su voluntad, el motor que impulsaba su espíritu, acrisolaba sus sueños y fortalecía sus desvelos. Ni rebelde, ni feminista,  “María Antonia es una mujer de fe, una mujer consagrada a Dios y a su infinita providencia”.

De espiritualidad Jesuita

Ignacio de Loyola funda en España en 1538 la Compañía de Jesús. Son los principios y valores de la “orden” los que moldearon la conciencia, la  vida y la obra de Mama Antula. Su apertura para discernir la voluntad de Dios, la docilidad para ponerla en práctica, la tenacidad ante la incomprensión de muchos, especialmente de sus superiores, Obispo y Virrey,  y la fortaleza ante las  adversidades para cumplir la voluntad de Dios la describen como una heroína de la fe,  una mujer fuerte, en una sociedad patriarcal, que supo luchar con las armas del evangelio hasta alcanzar sus objetivos. Ella misma, nos deja esta preciosa frase que describe los rasgos de su personalidad: “La paciencia es buena, pero mejor es la perseverancia”. Esta actitud de perseverancia se nutre de la fe en Jesús, que aún en la adversidad,  “no varía y se sostiene en quién la da”.

Su fe en Jesús, se manifiesta también en su espíritu de abnegación, oración  y penitencia. Desde el mismo momento de su consagración, renuncia a sí misma, a su propio bienestar y se dedica a servir a  los demás, ayudando en la organización de los ejercicios espirituales y las obras de misericordia a los padres de la Compañía, y luego, después de la expulsión, asumiendo el protagonismo de continuar con la obra de los Jesuitas junto a un puñado de mujeres, recorriendo distantes lugares, desde el Norte Argentino hasta Córdoba, Buenos Aires y el Uruguay, caminando desprovista de pertenencias materiales, sólo con la presencia de su Señor, a Quién llevará “a todos los lugares que no es conocido para hacerlo conocer”.  

Encarnada en la Iglesia de su tiempo

La Iglesia del siglo XVIII no es la misma en sus configuraciones teológicas, sociales y culturales que la del presente. Sin embargo, los rasgos más distintivo que la señalan como la Iglesia de Jesús, la comunión y la misión, permanecen perpetuos en el tiempo. María Antonia fue una laica inserta en la Iglesia de su tiempo. Vivió como nadie la comunión Ya desde sus inicios, su camino fue en comunidad, no aisladamente, el “beaterio” supone una rica experiencia de vida comunitaria junto a otras mujeres, que ansían servir a Dios. Esta experiencia de comunión, para nada la aísla del mundo y sus necesidades en un pequeño gueto, sino que la nutre permitiéndole integrarse en el servicio espiritual y solidario a la Iglesia y la sociedad de su tiempo.  Los mismos ejercicios espirituales  serán un signo de comunión que traspasa los límites de la Iglesia proponiendo un modelo de sociedad donde las personas se allanan a su sola humanidad sin importar sus orígenes y las clases sociales de pertenencia.

No hay auténtica comunión sin misión, como le gusta decir al Papa Francisco, la Iglesia debe vencer la tentación de la auto referencialidad para abrirse al mundo en el servicio al Reino de Dios. Mama Antula, en su tiempo, fue una adelantada en poner en marcha este modelo de Iglesia peregrina y misionera, llevando a Jesús, a través de la práctica de los ejercicios ignacianos a destinos sitios de nuestra patria, incluso del vecino país del Uruguay. En su carta al Virrey Pedro de Cevallos dónde pide autorización para organizar los ejercicios espirituales en Bs As dice: “ desde el mismo año en que fueron expulsados los padres Jesuitas, al ver la falta de ministros evangélicos y de doctrina que había, y de medios de promoverla,  dejé mi retiro y me dediqué a salir, aunque mujer y ruin, pero confiada en la Divina Providencia, por jurisdicciones y partidos con venia de los señores Obispos para colectar limosnas y mantener los santos ejercicios del glorioso san Ignacio de Loyola”.  Este espíritu de salida nace de su amor a Dios y de la necesidad, por la falta de ministros y medios,  para comunicar el mensaje del Evangelio que posibilite la salvación de las almas. Su anhelo de que no quede nadie sin conocer y amar a Dios: ““Hacerle amar cuanto es de amable por todas sus creaturas”,  comienza a plasmarse gracias a los ejercicios espirituales y demás prácticas pastorales  que Mama Antula promueve para sostener la fe del pueblo, como la introducción de la devoción a San Cayetano, la celebración de Misas en honor a los santos, en especial a San Ignacio,  a la adoración del niño Jesús, procesiones  y otras expresiones sencillas de religiosidad popular, las Escuelas de Cristo, etc.  

Te recomendamos: Contra todos los mitos: la verdadera dimensión de nuestros pueblos originarios

 Por último, esta experiencia de Iglesia comunión y misión, se expresa en la tarea solidaria que María Antonia realiza junto a sus beatas, rescata a mujeres de la prostitución, organiza espacios para educar a niñas pertenecientes a familias de escasos recursos y ayuda con limosna y alimentos a los hermanos más pobres. Por este accionar misericordioso y solidario se la reconoce como la “Mama”, la madre que protege y acompaña a sus hijos.

Mama Antula es ante todo una mujer de fe, que puede ser presentada, sin maquillaje alguno a la sociedad actual, como modelo de santidad para nuestro tiempo.


Ir a la nota original

NOTICIAS RELACIONADAS

MÁS NOTICIAS