The house that Jack Built
Por Heraldo Pastor. Escritor
Cuando uno ve las últimas películas de Lars von Trier, con su desborde visual e imaginativo, ambigüedad, complejidad discursiva y estética (que lo alejan del "gran" público), piensa cuán lejos quedó la etapa del Dogma.
De todos modos, esto no significa que falte coherencia en la obra del realizador; más bien, al contrario: es una confirmación de su permanente tendencia a la experimentación. El cine de Von Trier no es para nada complaciente.
Anticristo (2009), Melancolía (2011), Nymphomaniac (2013) –solo por nombrar algunas de las más recientes– son obras provocadoras, son cine –diría– para tomar o dejar, amar u odiar, y de hecho produce una frecuente división en la crítica misma con respecto a cuánto hay de genialidad y cuánto de impostura en él.
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"The house that Jack built" (2018) no es la excepción a todo esto. Durante el estreno del film en Cannes, hubo tanto espectadores que abandonaron la sala disgustados como quienes ovacionaron la obra.
Aquí parece subirse a la moda de los thrillers de asesinos seriales; pero a aquellos aficionados a este subgénero como espectáculo divertido, emocionante, adrenalínico, es casi seguro que se les atraganta el pochoclo y hasta puede que abandonen a mitad de camino (para el colmo, dura un poco más de dos horas y media).
El protagonista es el Jack del título (encarnado por Matt Dillon), quien en un diálogo en off con otro personaje, Verge (Bruno Ganz), va contando en forma aleatoria, con lujo de detalle, algunos de los asesinatos que cometió.
Jack los llama "episodios" (somos testigos de cinco) y marcan sendos capítulos, con sus correspondientes subtítulos (pues no faltan las distanciadoras marcas de una ficción), en la narración general. Von Trier representa esto con total frialdad y un ejercicio de sadismo extremo nada fácil de contemplar, lo cual hace que sea complicado recomendar la película, aun cuando tenga sus indudables virtudes. Von Trier no solo es muy gráfico en la representación de las muertes, sino que las anuncia en largas secuencias (o al menos se sienten largas, por la carga emotiva que tienen), en dilaciones o rodeos que, más que suspenso, califican como torturas psicológicas.
Von Trier tiene –no estoy descubriendo nada– la suficiente lucidez para anticiparse a los cuestionamientos del espectador. Si la narración casi documental de los asesinatos es dura, el realizador nos da una herramienta como para ayudarnos a digerir lo que vemos: el discurso metalingüístico. El psicópata se considera un artista y habla con Verge sobre la naturaleza de la creación artística; pero en el personaje, como un macabro alter ego, podemos escuchar la voz del mismo realizador enunciando una suerte de arte poética.
"Las viejas catedrales –explica Jack, que es arquitecto– a menudo tienen obras de arte sublimes escondidas en los rincones más oscuros, para que solo Dios las vea. Lo mismo ocurre con los asesinatos". Von Trier nos toma de la mano, como un Virgilio cinematográfico, y nos muestra los horrores más conturbadores del infierno, solo para proclamar su libertad como creador. El arte muere –dice a través de la voz del asesino serial– si se le tratan de imponer reglas morales.
"Un artista debe ser cínico –afirma Jack– y no preocuparse por el bienestar de los humanos o de los dioses en su arte". Esto responde a la pregunta que más de un espectador se hará: ¿con qué necesidad? Es decir, ¿por qué tanta exposición de crueldad, más allá de lo tolerable (y permitido), como la violencia sobre niños? La putrefacción se presenta como algo de lo que puede surgir lo positivo, lo dulce, lo sublime.
No es casual mi referencia al infierno. En uno de los afiches del film, Von Trier parodia "La barca de Dante", la pintura de Eugène Delacroix, y ofrece una clave de lectura de "The house that Jack built". Verge resulta, pues, ser Virgilio, que conduce al artista al infierno, mientras debate con este sobre la naturaleza del ser humano, el arte, el amor y otros temas. Obviamente, este giro hacia lo surreal, que se produce en el epílogo de la narración (titulado justamente "katábasis"), implica un alivio para el espectador; es un descanso a la sucesión de horrores que es casi todo el film, así como habían sido un respiro las referencias metadiscursivas. A esto habría que sumarle un momento en el que –a pesar de haber afirmado su natural falta de empatía– Jack deja escapar unas lágrimas ante la visión del paraíso al que no puede acceder; lo cual resulta prácticamente el único consuelo que puede llegar a experimentar el espectador.
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¿Von Trier deja finalmente un mensaje optimista? ¿Proclama un equilibrio detrás del aparente caos (este "más allá" estructurado en niveles)? ¿Está convalidando la cosmovisión cristiana? Pues no, si entendemos que Jack es una especie de alter ego de Von Trier cuando afirma que "el arte es tan inconmensurablemente más vasto de lo que jamás entenderemos".
En ese descenso al infierno, Jack le dice a Verge: "tu Dios enseña a las personas a negar al tigre en ellas mismas y nos convierte a todos en una multitud de esclavos demasiado avergonzados para reconocerlo". Lo que el polémico realizar danés estaría intentando, entonces, es sacudirnos para hacernos reaccionar y salir de nuestra modorra. Para aquellos que acepten ingresar en esta casa de perversa arquitectura, que configura la obra del autor, “The house…” será una experiencia –para bien o para mal– inolvidable.