Scola, los valores que no se negocian
Por Germán Robato
Serán siempre difíciles de olvidar, si no imposibles, las emociones, las alegrías, los momentos que la Generación Dorada (así, con mayúsculas) nos regaló. Difícilmente el básquet argentino repita una camada como aquella, en la que se conjugaron no solamente talentos y virtudes dentro de la cancha, sino un grupo de jugadores que siempre estuvo un paso más allá en cuanto a su manera de ver, sentir y practicar el deporte y lo que lo rodea.
Repetir un subcampeonato mundial, una medalla dorada y una de bronce en Juegos Olímpicos, sólo por mencionar los logros más relevantes de ese inolvidable equipo, casi tendría ribetes de hazaña.
Sin embargo, tal vez el legado más importante que nos está dejando esa Generación, son los valores transmitidos a quienes el destino puso como sus herederos, con toda la carga que eso implica para los Campazzo, Deck y compañía. Más allá de los resultados y de rendimientos mejores o peores, lo que uno encuentra hoy siempre que ve a la selección de básquet, es una forma de pensar y actuar dentro y fuera de la cancha, que parece innegociable.
El básquet ganó el domingo último su segunda medalla dorada en la historia de los Juegos Panamericanos y un tal Luis Scola, el último e interminable sobreviviente de aquel mágico grupo, a los 39 años, jugó como si se estuviese ganando su lugar, con la energía de un debutante y la sapiencia de un veterano de mil batallas. Y no sólo eso, cuando el triunfo sobre Puerto Rico se consumó, las ganas con las que festejó ese Oro, desnudaron ese hambre de gloria que sólo los grandes tienen, pero además, como cada paso que da el capitán, también vinieron con un mensaje claro para sus compañeros y para todos nosotros.
‘Es la segunda vez en la historia que la Argentina gana el Oro en los Panamericanos. Como conseguimos otros logros más trascendentes, la gente cree que dominábamos América con comodidad y esto no es así, por eso hay que valorarlo’, señaló Luifa dejando traslucir cuál fue su mensaje al grupo en la previa de un torneo al que muchas veces se miró de reojo, dejándolo en un segundo plano.
La transferencia
Ese espíritu es el que no se negocia y el que afortunadamente, esta nueva generación mamó; por eso la gente se engancha también con este equipo, aún sabiendo que los resultados no serán iguales a los que consiguió aquel. ¿Cómo no va a poner ganas aún entrando en los segundos finales Gallizi si durante 35 minutos vio a Scola romperse entero casi sin descanso? ¿Cómo no va a decirles Sergio Hernández a sus jugadores que el Oro ya está, que disfruten, pero que sigan jugando serios el minuto y medio final, si el gran capitán ya sentado en el banco sigue el partido casi con la tensión de una final mundial u olímpica?
Campazzo, Laprovittola, Deck, Garino, Delia, Brussino, tuvieron la enorme fortuna no sólo de compartir con Luifa este torneo, sino también ser partícipes de las últimas sinfonías de Manu, de Chapu, del Lancha Delfino. Son afortunados y lo serán toda la vida, porque su talento natural y su esfuerzo por progresar, tuvieron como complemento la transferencia de una forma de ser y actuar.
El Mundial de China sea tal vez la última función de Scola con la celeste y blanca (aunque si hay clasificación a los Juegos de Tokio quien sabe). Se lo va a extrañar por supuesto, pero por su propia culpa, se lo extrañará tal vez un poco menos de lo pensado. Es que el ya inyectó en los nuevos líderes, ese intangible que tanto vale, que tanto sirve y que fue clave para que el básquet argentino viva sus horas más gloriosas. Hoy lo disfrutamos más allá de los resultados y eso, ya es incomparable. l