Homero Manzi: La casa
*Adelanto del próximo libro de Adolfo marino "Bebe" Ponti: Los poetas de la canción
Hace un tiempo me detuve en la casa donde nació Homero Manzi, en Añatuya. Venía de Quimilí, mi pueblo, hacia Buenos Aires. Me demoré allí un rato a buscar sus pasos, en esa casa abandonada, sombreada por algunos algarrobos y tuscales, tendida en la soledad de los jumes, donde muy cerca, el Río Salado trae música de mitos y leyendas. Aquel lugar donde el poeta dejó su niñez.
Bajo su galería, algún changuito en el verano parte una sandía y un terrón de azúcar del color de la siesta, refresca su boca ardiendo en el desierto. La casa es una tapera, aunque hubo varios intentos de convertirla en museo, sigue ahí, descascarada. Azotada por el látigo del viento norte, guardando el olvido, herida en el mundo. Esperando…
Los baquianos dicen que el alma de un poeta no se va nunca del lugar donde nació. Entonces, los hombres, o los duendes, salen después de la lluvia a buscarla en los colores del arcoíris, entran al corazón de los árboles con guantes de pájaros, le ponen sombrero al sol y cuando viene un turista sacan una estrella del bolsillo y le dicen: "aquí titila Homero Manzi". Si acaso el visitante no da con ellos, camina por el patio, hurga las paredes, revisa el entorno y se toma un par de fotos. Antes de partir se da vuelta y mira el silencio, largo, como un espejo del paisaje que se come la velocidad del camino.
Nadie se anima a creer que de aquel lugar llegó el vate que fundó el sur de Buenos Aires. San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo, Pompeya y más allá la inundación… Ese tango que escribió y lo tituló Sur, con música del célebre Aníbal Troilo y que alguna vez, Jorge Luis Borges, dijo que lo debería haber escrito él y Ernesto Sábato clamó que hubiera cambiado toda su literatura con tal de que fuera suyo.
Añatuya fue un enclave quichuista como su propio nombre lo indica, Zorrino en lengua Inca, antiguamente era el centro comercial de una vasta región de agricultores, comerciantes, obreros ferroviarios y pasajeros alucinados que desembarcaban en su estación de trenes donde las vías se bifurcaban rumbo al puerto de la metrópolis, chaco, Santa fe, Córdoba, o el propio norte santiagueño, hundido en la fantasmagoría de sus bosques. Esos ramales ya no existen, se los comió el olvido, la desidia. Tampoco existe ese monte, el neoliberalismo se encargó de borrarlo, no pudo sin embargo borrar el nombre, ni la obra de Homero Manzi, uno de los mejores autores de tango argentino.
Dicen que la historia es la mayor aliada de los poetas. Santiago del Estero lo sabe.