OPINIÓN

Malvinas, ingleses y gauchos

Por Juan Carlos Castiglione. Abogado.

Una de las formas más crueles de causar daño es el olvido. Para evitar la amnesia destructiva, resulta conveniente que hoy honremos a nuestros héroes de Malvinas y evoquemos los hechos históricos relacionados con las islas.

Poner un pie en Malvinas es la forma más cercana y dolorosa que tiene un argentino para sentirse extranjero. El principal asentamiento de las islas carece de toda referencia a nuestro país, y si uno desea homenajear a los caídos, no puede evitar adentrarse noventa kilómetros en la Soledad. Los guías se encargan de recordarnos que el cementerio fue desterrado como único modo de tolerar nuestra presencia. Puede que sea algo impuesto, pero prefiero entenderlo como la marcha voluntaria que alcanza a tocar el corazón de la isla.

En Malvinas es casi imposible dialogar con un interlocutor isleño sobre los tiempos anteriores a la estancia inglesa. Da la impresión de que todo comenzó recién el 3 de enero de 1833, cuando el país Albión ocupó el archipiélago mediante el desembarco de fuerzas transportadas por la fragata HMS Clío. Hoy no existe nada que evoque nuestra ocupación nacional previa, el gobierno de Vernet, o el alumbramiento de argentinos en esos parajes, como el caso de Matilde Vernet y Sáez en 1830, apodada Malvina, la primera persona de la que se tenga noticias que haya nacido bajo cielo isleño.

Precisamente, estas líneas se originan en que el forzado inicio de la historia en el año 1833 contrasta con un enorme corralón antiguo, circular y de piedra, que se encuentra apenas uno penetra en la isla. Como única concesión, los lugareños reconocen que el viejo redil es de épocas anteriores a la ocupación inglesa, y que fue construido por los gauchos. ¿Gauchos en las Malvinas? Sí, y en este punto es bueno traer a colación el testimonio de un afamado personaje inglés, cuya visita a ese territorio es importante por ser contemporánea al tiempo de la ocupación británica, con lo que tenemos la revelación directa acerca del estado real en que estaban las islas.

El naturalista Charles Darwin se alistó para viajar alrededor del mundo en el bergantín HMS Beagle, travesía que inició en Plymouth en el año 1831. En ese periplo, el Beagle echó ancla en el estrecho de Berkeley de la isla oriental dos veces, ambas en marzo de 1833 y 1834.

El relato de Darwin es trascendente por sus impecables credenciales de honestidad intelectual. Al prestigioso científico no le tembló la mano para contradecir las opiniones de los círculos académicos de Europa y la propia instrucción religiosa, cuando se convenció de que las especies no se mantenían perpetuamente fijas. Por ende, resultan creíbles las experiencias que relata en su diario de viaje “A naturalist´s voyage round the world in H.M.S. Beagle”. En especial, el joven Charles, de veinticinco años, relata una excursión de pocos días al interior de Malvinas, acompañado por dos gauchos, uno de ellos llamado Santiago. Cuenta que partieron temprano llevando seis caballos. Darwin quedó deslumbrado por la rudeza de los gauchos, a quienes describe como “hombres admirables… acostumbrados como estaban a no contar sino consigo mismos para encontrar aquello que necesitaban”. Refiere la destreza con que los paisanos cazaban vacas salvajes, desjarretándolas y evitando las cornadas, lo que justificó su halago: “Esto prueba que los gauchos hacen, aunque no lo parezca, en esta cacería, un ejercicio muy violento”. El inglés también quedó encandilado con el asado y la habilidad con la que los gauchos cocinaban, sin más recursos que pequeñas plantas verdes mojadas por la intensa lluvia: “Si hubiese cenado con nosotros un respetable concejal, no hay para qué decir cuán pronto habríase celebrado en Londres la carne con cuero”.

Las anécdotas de Darwin son interesantes, pero es importante constatar que el testimonio contemporáneo a los hechos brindado por una personalidad inglesa, eminente y honesta, revelando que la presencia argentina en las islas fue anterior a la británica. De hecho, los ingleses se encontraron con gauchos ya establecidos en Malvinas, y hasta se sirvieron de la experiencia de estos aguerridos hombres para hacer frente a las inclemencias del áspero terreno.

Asi, los gauchos, tantas veces despreciados aunque gigantes de la resistencia, con su galopar sostuvieron las fronteras del norte, y en el sur extendieron la Patagonia a través del océano, más allá de donde alcanza la vista.

Entiendo que tenemos que desalentar el rencor y evitar por siempre la violencia, pero también impedir que las aguas del Leteo nos moje la frente e imponga el olvido. Le debemos la memoria y el compromiso de la paz duradera a las vidas argentinas bien vividas en Malvinas, y especialmente hoy, a los sufrimientos de nuestros héroes, a las vidas que allí dejaron, y a las lágrimas inestimables de sus madres y seres queridos.

No hay mejores palabras para concluir un tema gaucho que las del autor del Martín Fierro, quien hace ciento cincuenta años (“Islas Malvinas. Cuestiones graves”, El Río de la Plata, Nº 92, edición del 26 de noviembre de 1869) ya advirtió que “Los argentinos… no han podido olvidar que se trata de una parte muy importante del territorio nacional, usurpada a merced de circunstancias desfavorables, en una época indecisa, en que la nacionalidad luchaba aún con los escollos opuestos a su definitiva organización”. Hernández se dio cuenta. Hubo expoliación, pero también tenemos mucho que sanear nosotros mismos dentro del país.

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