ENFERMO

El “padre” de Nippur de Lagash vive recluido en Paraguay

Robin Wood, el escritor que creó un “héroe de la historieta” argentina fue más leído que nadie y hasta elogiado por Umberto Eco. Hoy sufre un mal neurológico que le impide leer y escribir.

Robin Wood es paraguayo de nacimiento, argentino por adopción y ciudadano del mundo por elección. Es el responsable de muchos de los mejores momentos de quienes crecieron en la Argentina de la segunda mitad del siglo XX.

Fue más leído que nadie y legitimado por admiradores de la talla de Umberto Eco. Y solo su condición de autor de historietas obliga a tener que evocar cada tanto quién es y cuál es la dimensión de su legado.

Robin Wood es el “padre” de Nippur de Lagash, y autor de otra historieta recordada como Gilgamesh, el Inmortal.


Hoy Robin pasa sus días en el Paraguay que lo vio nacer, aquejado por un mal neurológico que ya no le permite leer ni escribir. “Su pluma respeta el silencio al cual la somete”, suele decir su esposa Graciela cuando alguien le pregunta si todavía hay chances de que surja de su imaginación algún nuevo Nippur, un Dago, un Dax, un Pepe Sanchez, un Dennis Martín…. Nombres que no le dicen nada a un millennial, pero que despiertan memorias de lecturas a la hora de la siesta, de tiempos más simples y sin pantallas, a varias generaciones de argentinos, según destaca Clarín en su sitio web.

En Paraguay laburó de changarín y hachero y al llegar a Buenos Aires se metió en una fábrica para vivir vida de proletario hasta que el destino lo llevó a la escuela de Bellas Artes, donde los dioses de la historieta lo cruzaron con el dibujante Lucho Olivera, en uno de esos instantes imperceptibles que cambian la vida de la gente de una vez y para siempre.

Olivera y Wood compartían una extravagante afición por las culturas antiguas de la Mesopotamia y de esa sintonía medio “freak” nació Nippur de Lagash. Robin solía recordar que el primer guión que le compró la mítica editorial Columba equivalía a un año de sueldos de la fábrica. Así que no tuvo muchas dudas acerca de la conveniencia de dejarlo todo y dedicarse a la “literatura dibujada”.

Los relatos de Nippur, el guerrero de la antigua Sumeria, comenzaron a publicarse en 1967 y lo siguieron haciendo de manera más o menos regular (con otros dibujantes y, a veces, hasta con otros guionistas) hasta 1998. Se convirtió en una saga inconmensurable -473 episodios y 5.600 páginas-, plagada de personajes entrañables como el gigante Ur-El de Elam, la princesa Nofretamón y la bellísima reina amazona Karien la Roja, el amor de su vida y madre de su hijo, entre tantos otros.

Es altamente probable que Nippur haya sido la obra de ficción más leída de su tiempo y la intensidad con la que sus lectores recibían sus episodios llegó a provocar amenazas de muerte a su autor cuando se producían volantazos en la trama, como aquel en que Nippur queda tuerto y comienza a lucir su icónico parche en el ojo.

En el pico de popularidad de su personaje estrella, Robin le propuso a Columba algo bastante inusual para una época sin correos electrónicos ni Whatsapp: “Les avisé que me iba del país, que les enviaría los guiones por correo y que ellos me girasen el dinero allí donde estuviera. Eran muy reticentes, pues eso jamás se había hecho antes. Tras mucho regateo, aceptaron... pues les dije que de una manera u otra, me iría. Me había pasado ocho años en salas oscuras de fábricas, y quería ver el mundo”. Tras la venia de Columba, Robin armó una mochila y partió en barco con destino a Nápoles donde inició una existencia de trotamundos que lo llevó a rondar las latitudes más insólitas del planeta durante más de 40 años.

Ya sea desde un kibutz en Israel, desde las montañas turcas o en un tren cruzando China, Robin continuó escribiendo guiones que enviaba puntillosamente hacia Buenos Aires todos los meses.

Robin hoy vive en una casa desbordante de vegetación, la paleta de colores la selva en la que creció, en un barrio tranquilo de la ciudad paraguaya de Encarnación, sobre el río Paraná. “Tenemos de mascotas dos pavos reales blanquísimos”, cuenta Graciela. “Y una gran piscina en la que Robin nada tres veces al día. Él dice estar feliz, muy feliz”.



Ir a la nota original

NOTICIAS RELACIONADAS

MÁS NOTICIAS