Niñas adolescentes ejerciendo su derecho a ser oídas y respetadas
Por Luis Horacio Santucho. Defensor Adjunto de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes.
“Los que han dejado sin niñez a un niño deben ser condenados, para esos no hay perdón. El apotegma corresponde al libro “Samana de los Allymas”, del sociólogo y miembro del pueblo diaguita cacano Reinaldo Ledesma, recientemente presentado en el espacio cultural Bellas Alas. Las voces ancestrales de nuestra tierra nos avisan que el camino recto hacia el Buen Vivir se encuentra atravesado en el respeto y protección a nuestras niñas, niños y adolescentes.
El ejercicio de la violencia y el abuso contra la infancia es un grave trauma social que afecta directamente el nuevo comienzo de la humanidad o la renovación de su ciclo histórico. El conde Ugolino de Pisa condenado en el Infierno de Dante por haberse comido a sus hijos en estado de necesidad, ha quedado registrado para siempre en esta obra múltiple como decía Borges. La condena busca la eternidad, pero la justicia como virtud suprema tiene dificultades para concretarse en plazo razonable porque en este caso nos cuesta respetar la opinión y la voz de nuestras niñas, niños y adolescentes.
El delincuente sexual o el pedófilo en determinadas instancias sociales, es un psicópata de la vida cotidiana, circula entre nosotros, observa nuestros movimientos, hace grandilocuentes manifestaciones de un buen padre de familia, reproduce la cultura del patriarcado en sus relaciones sociales, si es denunciado por delitos contra la integridad sexual está exento por voluntad casi divina de la aplicación de la doctrina Irurzun, casi nunca una prisión preventiva, y muy pocas veces, una condena firme y consentida. Por el contrario si el pervertido sexual es un jornalero o algún habitante de un barrio estigmatizado socialmente, se convierte inmediatamente en un espantoso monstruo. Así funciona la representación criminológica de los medios de comunicación y la construcción de legitimidad del poder punitivo.
El testimonio de la actriz Telma Fardin cuando era niña adolescente de 16 años, tiene ciertas similitudes a una audiencia de la primer Megacausa en los tribunales orales federales de esta provincia, cuando una valiente testigo víctima expuso los pormenores del abuso sexual sufrido cuando tenía 17 años. Fue entonces que pudo decirlo, el trauma se había develado como un postergado amanecer. La verdad se convirtió principio de inmediatez incorporándose con valor probatorio a un proceso penal y cuando la Presidenta del Tribunal dijo que el testimonio había concluido, una fulgurante sensación de victoria invadía nuestros corazones, ella era otra persona, nosotros también, ella había vencido su propia historia, nosotros también, en el centro de la escena el perverso se quedó sentado reconvenido en la mirada de un cuerpo sin tiempo.
Santiago del Estero, registra durante el transcurso del año pasado, la primera admisión de una querella particular a una adolescente víctima de delitos contra la integridad sexual. Si bien es cierto, la resolución judicial fue apelada por los abogados defensores de los imputados, ello no impide saludar este importante paso hacia la efectividad de los derechos a ser oídas y respetadas en su opinión y en el ejercicio de su rol de víctimas. Este es otro ejemplo de dignidad y valentía de una niña adolescente que ha superado la insoportable soledad de la circunstancia traumática.
Según el psicólogo Anibal Ponce, en su libro Gramática de los Sentimientos, la adolescencia se vive entre la tempestad y la osadía, entre el niño recién nacido, horriblemente conservador y la adolescencia heterodoxa y revolucionaria, acontece un hecho extraordinario que es la conquista de la propia personalidad buscando una idea de justicia. Un abuso contra ese momento es un estrépito brutal y su resultado un alma embravecida, traicionada por su entorno, su familia, sus amigos y sus referentes sociales.
El niño comienza a ser un súbdito dice Lacan. La Convención de los Derechos de los Niños en esta hora mayor de la humanidad reconoce la dignidad inalienable de estos nuevos ciudadanos del mundo, pero como muchas veces sucede la realidad circula referenciada por significantes vacíos y fallas ontológicas de los instrumentos legales en su realización fáctica o procedimiental, y por lo tanto el niño sigue considerado propiedad exclusiva de los padres, del Patrimonio de Menores en su momento o de la Iglesia Católica como en la Edad Media, cuando los teólogos de la época lo calificaron de homúnculo, una especie de hombrecillo de las tinieblas mitológicas.
La pedagogía de la ternura y la dignidad debe ser la práctica como criterio de verdad en la construcción de vínculos entre generaciones. La soberbia intelectual del adulto mirando a los niños como objetos debe ser superada. La educación es un proceso dinámico y continúo de enseñanza y aprendizaje y en esa dialéctica la cosmovisión de este bloque social es un aporte fundamental en la comprensión de nuestra realidad.
La realidad en sí misma es verdadera dicen los allymas y nuestras niñas, niños y adolescentes están ahí para ayudarnos a conocer el camino de la verdad.